Adoradores de “la diosa” nos reunimos en comunión estrecha el 4 de agosto en un culto idólatra, cincuenta años después de que un puñado de pastillas de pérfido Nembutal nos la arrebatara, más de lo arrebatada que fue en la vida, que lo digan los hermanitos que no tuvieron ningún rubor en turnársela, y si es que fueron pastillas, de acudir a la piadosa teoría oficial del suicidio.
Nuestra Marilyn ha sido el mito más grande que con carne de mujer se ha edificado desde Helena de Troya y su cola de caballo, a pesar de que se la acuse de ser rubia teñida y corta de muslos. Al único hombre que no enredaron sus encantos fue a Tony Curtis, quien, luego de compartir las escenas de Una Eva y dos adanes, comentó como si fuera un limón: “Besar a Marilyn es como besar a Hitler”. Imagino que al apurar sus labios sintió el calor de los hornos crematorios, al besar esa boca por donde fue violada a los 12 años, según sus más benignos biógrafos. Otros galanes más galantes, como Marlon Brando, Clark Gable y Frank Sinatra, se dieron por bien servidos escuchándola decir “¡Wow!” y escuchándola decir “¡Ay!”.
Me he enterado de que Alfredo Rey llamó a Yamid Amat para invitarlo a esta solemne reunión a la 1 p.m., a lo que el célebre periodista le contestó que mandaría las cámaras, pero que él no podía estar a tiempo porque tenía una entrevista con nuestro señor presidente. A lo que Rey le contestó, a sabiendas del veneno que destilaba: “Entendido, presidente mata Marilyn”. Y añadió: “O si no, que lo diga Kennedy”.
Supieron bien ocultar los K sus amores con la estrella más alta y más deseada. Millones de fanáticos vendríamos a enterarnos cómo de los brazos de la rubia despampanante John F. Kennedy iba a dar a los del demonio, pasando por el tiro de gracia de un extraviado. Y de los brazos de Robert, el hermano de su examante presidencial, todo un fiscal general de non muy sancto prontuario, pasaría nuestra diva a la inmortalidad que guarda un misterio, que mientras no se aclare oscurece aún más al gobierno de los Estados Unidos.
Fue descrita por Truman Capote como “una hermosa criatura”, así solo fuera para los K, según su queja reiterada, “un pedazo de carne”. Los poetas que le cantamos hemos descubierto que la poeta era ella, como queda de presente en su libro Fragmentos, que no es el mismo Libro de secretos, donde consignaba las confidencias de Estado que le confiaban sus amantes en sus orgasmos, apuntes que iban a conducirla a la tumba.
Documentos desclasificados revelan que una jeringa de seguridad del Estado terminó por inyectarla de barbitúricos, entre ellos fenobarbital, pentobarbital sódico e hidrato de cloral, suficientes para doblegar a 15 personas, “porque sabía demasiado”. Sobre todo del plan de invadir a Cuba y matar a Castro. Y de su disposición a cantar todo acerca de su relación con los K. Antes había tenido cuatro tentativas de suicidio, pero esta no fue la quinta.
Según Gabo, el poder es lo más afrodisíaco que existe. Y llega a convertirse en una excitación que mata, como lo vino a confirmar la triste trilogía que formaron la actriz que terminó por tomarse el mundo, el presidente de los Estados Unidos que trató inútilmente de hacer lo mismo y el señor Fiscal General.
Resultados de investigaciones que empiezan a circular y que significan la máxima crueldad para con los fans que de pura veneración hubiéramos sido incapaces de tocarle un dedo, arrojan que la dosis de fármacos, la pócima letal, le fue administrada -en presencia del que sabemos, quien también terminaría asesinado- como grueso supositorio, por vía anal.
Peter Lawford, cuñado de John F., quien le había presentado a la diva y se prestó para ayudársela a quitar de encima, le dijo a su esposa, Deborah Gould, al volver a casa luego de la ceremonia fatal: “¡Marilyn tomó su último gran enema!”.
Sana que sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana.
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