Mitt Romney, el aspirante a la Casa Blanca, se mofó de las preocupaciones ambientales del Presidente Barack Obama. En el discurso de aceptación de la candidatura republicana, en la convención realizada en Florida, dijo: “El Presidente Obama prometió que disminuiría la subida del nivel de los océanos”, luego dejó una calculada pausa que fue respondida por risas de la audiencia. Acto seguido queriendo decir volvamos a la realidad y dejemos atrás las excentricidades remachó: “Mis promesas son ayudarlos a ustedes y a vuestras familias”. Al parecer Romney no considera el cambio climático como un problema que afecta a las personas y sus familias.
A la hora de las promesas electorales planteó 5 medidas claves para mejorar la vida del país. A la cabeza de su agenda señaló: “Primero, para 2020, Norteamérica será independiente (en el campo energético) haciendo uso de nuestro inventario de petróleo, carbón, gas, nuclear y renovables”. Buenas intenciones, pero que de original tienen poco y, por lo mismo, surge la duda de por qué Romney tendrá éxito donde sus antecesores fracasaron.
El Presidente Richard Nixon, en 1973, anunció el Proyecto Independencia, que debía garantizar la autosuficiencia petrolera para 1980. ¿Cómo? Perforando más pozos y con la incorporación al mercado de nuevos combustibles. A partir de entonces, cada presidente estadounidense ha reiterado las mismas intenciones de reducir su dependencia foránea, y al final ha entregado el mando con una quema de crudo superior a la del gobierno anterior.
Después de Nixon fue Ronald Reagan quien postuló la necesidad de “desarrollar nuevas tecnologías y mayor independencia del petróleo importado”.
Luego, George H. W. Bush señaló: “No hay seguridad para Estados Unidos si dependemos del petróleo extranjero”. Bill Clinton, por su parte, dijo: “Necesitamos una estrategia energética de largo plazo para maximizar la conservación y, a la par, también el desarrollo de fuentes alternativas de energía”.
George W. Bush postuló: “Debemos abandonar nuestra economía basada en el petróleo y hacer de nuestra dependencia del Medio Oriente algo del pasado”. Barack Obama reconoció lo anterior y agregó, en junio de 2010, que “por décadas hemos sabido que los días del petróleo barato y de fácil acceso estaban contados. Por décadas hemos hablado y hablado sobre la necesidad de acabar con la centenaria adicción americana a los combustibles fósiles. Y por décadas hemos fallado en actuar con el sentido de urgencia que este reto exige. Una y otra vez el camino ha sido bloqueado no sólo por los lobbystas de la industria petrolera sino también por una falta de coraje político”. Recién este año Obama instó al Congreso a terminar con los 4 mil millones de dólares en subsidios a las empresas petroleras y gasíferas.
En cuanto a Romney es difícil vislumbrar cómo cumplirá su promesa, puesto que es partidario de reducir los estándares de eficiencia exigidos a la industria automotriz, un factor impulsado por Obama y que permitiría un ahorro de 2 millones de barriles diarios de petróleo para 2025.
Ahora que la Corte Suprema determinó que en Estados Unidos no hay límite a las donaciones políticas, fluyen los fondos. En los últimos días, Romney recibió 10 millones de dólares de empresas petroleras y gasíferas. Por su parte, el candidato dijo que, si resulta electo, terminará con un siglo de control del estado sobre la explotación de hidrocarburos en terrenos públicos. El asunto quedará en manos de las autoridades locales que son más vulnerables a las presiones de grandes empresas. “Business as usual”, o nada nuevo bajo el sol.
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