Edited by Anita Dixon
El establishment norteamericano tiene el país que quiere y no desea cambiarlo, sino hacerlo cada vez más coherente con sus intereses. El cometido es compartido por las élites, las clases medias, los trabajadores y la mayor parte de una sociedad afirmada en valores según los cuales los pobres son “perdedores” a quienes más que compadecer hay que recriminar.
Debido a que tradicionalmente las confrontaciones electorales se dirimen entre elementos que sustentan idénticos valores y puntos de vista, son escasos los comicios en los cuales los pobres y las minorías hayan tenido la oportunidad de castigar a la oligarquía y elegir a alguien que, bien o mal los represente.
Las únicas excepciones a esta regla la aportaron Abraham Lincoln, John F. Kennedy y Barack Obama. Aunque originalmente, como el mismo contó, no era un abolicionista, Lincoln que era republicano, representó los intereses de un sector de la parte baja de la pirámide que forma la sociedad norteamericana: los negros, entonces sometidos a la esclavitud en el sur del país.
Por su parte JFK, a pesar de formar parte de la más rancia burguesía blanca, aunque no por compasión ni solidaridad, comprendió que la segregación racial era incompatible con la naturaleza del sistema político norteamericano y además de un baldón se había convertido en un obstáculo para el avance del país y luchó contra ella hasta remitirla jurídicamente. Tal vez como le ocurrió a Lincoln, ponerse de lado de los negros que en Estados Unidos entonces era estar del lado equivocado, le costó la vida.
Obama no tiene que declararse a favor de los negros, porque es negro lo cual lo hace étnicamente cercano a mexicanos, antillanos y latinoamericanos en general, no tiene que jurar que comprende a los emigrantes porque su padre lo fue y porque se trata del único mandatario nacido en un matrimonio inter racial, (madre blanca de Kansas y padre africano). Obama es más afroamericano que la mayoría de los negros de Estados Unidos que no conocieron a un abuelo nacido en Kenya. El presidente no tiene que prometer que cambiará el país porque ya lo hizo.
Aunque desmintiendo sus orígenes, en Estados Unidos el Partido Republicano es el que mejor expresa el pensamiento de las elites económicamente solventes, políticamente reaccionarias, socialmente conservadoras y confesionalmente fanáticas que no ocultan su aversión por los liberales de pensamiento avanzado, los pobres y las minorías cosa que naturalmente los aleja de los sectores menos afortunados de la población.
A diferencia de otras ocasiones en las cuales votar por uno u otro candidato carecía para ellos de significado, las próximas elecciones presidenciales ofrecen a muchos norteamericanos: liberales blancos, jóvenes universitarios, negros, hispanos, indocumentados, mujeres, gay, pobres y enfermos una oportunidad de ajustar cuentas y castigar a la oligarquía del modo que más le duele: excluyéndola del poder.
Para estos sectores que por sí solos son pocos para elegir al presidente, lo importante ahora no es pasar la factura a Obama por haber incumplido promesas, sino sumar sus votos para excluir a quienes se lo impidieron. Manteniendo al primer presidente negro en la Casa Blanca esas masas tienen algunas oportunidades, con Mitt Romney las pierden todas. Escoger no es difícil. Allá nos vemos.
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