Por qué capta tanta atención el caso Lance Armstrong? ¿Qué elementos contiene el despojo de los siete títulos del Tour de France por las acusaciones por doping? Nada de lo que le suceda a un ícono del deporte pasa desapercibido. Mucho menos si se trata de su caída y de cómo se activa la secuencia del derrumbe con tomas de posición muy explícitas. Esas posturas hablan de “estafas”y”engaños”, cuando la creencia popular, sin base científica sólida, indica que nadie gana una prueba de ciclismo tan dura como el Tour de France tomando un té con galletitas. Mucho menos si lo hace siete veces.
Las acusaciones de la Agencia Antidoping de Estados Unidos (USADA), ratificadas por la Unión Ciclista Internacional(UCI) , se apoyaron en confesiones y delaciones de ex compañeros de Armstrong que contaron detalles sobre como funcionaba el sistema de dopaje de los equipos que integró Armstrong. En algunos casos, a cambio de no quedar involucrados en el asunto. No se “exhumaron” viejos controles ni hubo pruebas reveladoras que indicaran que su sangre no estaba limpia y pura. Los voluminosos informes admitieron que todos los tests fueron burlados (218 en total, sólo en el Tour) y que la ineficacia de quienes debieron controlar a Armstrong quedó debidamente probada.
El caso Armstrong también precisa de una escenografía moral. Las leyes y las reglas deben reflejar un espíritu. Codificar un clima de época y una aspiración sobre como deben ser las pautas de comportamiento, para justificar lo que dice la letra en cada inciso. La UCI declama que busca enterrar un largo período de un ciclismo manchado por los casos de doping. Dejar atrás una era de automóviles requisados, médocos que dañan en vez de curar y abrir una nueva etapa. Ha encontrado para eso ciertas voces solistas muy solícitas como la de Bradley Wiggins, el primer británico en ganar el Tour de France en 2012 y casi sin descanso estar listo para competir en Londres 2012 y ganar su cuarta medalla dorada. Wiggins fue irónico con Armstrong: “Al final es como Papa Noel…te das cuenta de que no existe”. La UCI, lo que dice sin decir, es que Armstrong fue el emergente más exitoso y sofisticado de un tiempo en el que ciclismo pareció ser un festival de uso indebido de sustancias. Burló todos los controles y salteó todas las alarmas. No fue el único, sino el mejor en lograrlo.
Es evidente que lo hecho por Lance Armstrong fue ilegal. Fue contra las reglas y obtuvo ventajas. No dañó a terceros, salvo en perjuicio de su propia imagen y de ahí la huída en masa de sus patrocinantes. Las marcas querían al luchador contra el cáncer y al ciclista que con su fuerza de veinte hombres desafiaba a las montañas, no a un manipulador de frascos y de voluntades ajenas. Lo que no está tan claro es que haya sido ilegítimo, porque sus prácticas eran las habituales en esa época que, por otro lado, no es tan lejana. Lo que también está probado es que un organismo supranacional como la WADA, que se financia con dineros del deporte y de los gobiernos que suscriben a su política, ha fracaso en su política de limpiar el deporte. Los controles antidoping, si Lance Armstrong fue hallado culpable sólo por delaciones y no por pruebas y contra pruebas, son una gran máquina de picar “perejiles” que cada tanto mandan a la guillotina a un “pez gordo” para justificar su existencia. Las grandes organizaciones que intentan sacar del deporte a los “tramposos” no pueden explicar su razón de ser si alguien como Lance Armstrong se les escapa en la persecución individual.
El norteamericano Greg LeMond, primer ganador no europeo del Tour en 1986 (repitió en 1989 y 1990) fue contundente con su juicio sin necesidad de justificar a Armstrong: “El problema del ciclismo no es el doping, sino la corrupción…”. Puede haber corrupción sin doping, pero no puede haber doping sin corrupción. La cabeza de Armstrong está en la guillotina. Mientras tanto, quienes mandan y controlan, siguen sin permitir que el verdadero desafío de la blancura los alcance.
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