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Posted on November 17, 2012.
De regreso al país, se encuentra una serie de alborotados avisperos: la quiebra de Interbolsa, los brotes de violencia en Antioquia y Cauca, los secuestros en Santa Marta, los intentos de paro armado en Chocó, las píldoras venenosas de la contienda política en los medios electrónicos y en otros. Pero la memoria fresca de la devastación de Nueva York y Nueva Jersey por obra de arrasador huracán, junto a las elecciones decisorias en Estados Unidos, no inclina el ánimo a cerrar este capítulo, sin insistir en sopesar sus eventuales repercusiones e implicaciones en el mundo.
Sus gratuitos malquerientes pueden subestimar o satirizar la nítida victoria del presidente Obama, pero no pueden ignorar lo que hubiera representado su derrota. Habría sido el triunfo de la plutocracia sobre la democracia, del racismo hirsuto sobre la igualdad de razas y de oportunidades, de la recesión sobre el crecimiento económico, de la iniquidad social sobre la equidad en los diversos órdenes, del muro contra la inmigración y del trato vejatorio a sus descendientes.
Pocas veces se ha armado una campaña con más vicios de extremismo ideológico e intransigencia como esta vez la del Partido Republicano. Si las elecciones de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en la Gran Bretaña dieron drástico vuelco a las concepciones del ‘Nuevo Trato’ de Franklin D. Roosevelt, así como a las instituciones socialdemócratas que habían nacido en Europa al calor de la derrota de los poderes totalitarios, dentro del marco de la economía de mercado. Y si además trazaron e impusieron la ruta de nuestros pueblos a través de los organismos financieros internacionales, no digamos lo que hubiera sido bajo la batuta de Mitt Romney y de sus compañeros de la hirsuta derecha.
El propósito era, a toda costa, impedir la reelección del presidente Obama, a quien osaban calificar de marxista y comunista, siendo un demócrata liberal. No lo lograron, pero sí retuvieron la mayoría en la Cámara de Representantes, como los demócratas la del Senado. Ello no desvirtúa los poderes constitucionales del Presidente, pero establece una especie de equilibrio en las cámaras legislativas que aquel ni nadie pueden ignorar.
Con razón ha pregonado Obama que Estados Unidos son más que una colección de estados rojos (republicanos) y de estados azules (demócratas): una gran nación. En sana lógica, lo que se impone es su recíproca cooperación. De este modo deben entenderlo en función de la patria común y del orbe. Los poderes públicos no fueron constituidos y alinderados para bloquearse los unos a los otros, sino para obrar constructivamente con la responsabilidad que a ellos compete.
La primera piedra de toque es el riesgo del llamado abismo fiscal, con fecha fija: el próximo primero de enero, cuando entraría automáticamente en vigencia, por vencimiento de las normas precedentes, un aumento de impuestos de 532.000 millones de dólares y recorte de los gastos de 136.000 millones de dólares. Tales operaciones se reflejarían en debilitamiento de la economía e incremento del desempleo de 7,9 por ciento que tanto perturba la vida y la economía norteamericanas. Cruzarse de brazos constituiría una especie de suicidio, como también obrar exclusivamente sobre los egresos y no sobre los ingresos.
El presidente Obama ha reiterado su exigencia de gravar a los más ricos, que, según se ha demostrado y reconocido, contribuyen al fisco en proporción menor que la de sus asalariados. Lo hace con el vigor de su mandato fresco y sobre esta base propone buscar una fórmula de entendimiento. Necesariamente debe haberla. Con flexibilidad, ecuanimidad y espíritu de justicia. El mundo entero espera que así sea
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