El qué fue definido de forma irreversible el pasado 6 de noviembre cuando los estados de Washington y Colorado legalizaron el uso recreativo de la marihuana por vía plebiscitaria.
Poco importa si luego la ley federal americana intenta frenar estas decisiones populares: el daño a la doctrina prohibicionista está hecho, pues no tiene presentación seguir encarcelando ciudadanos pacíficos cuando un porcentaje creciente y pronto mayoritario de la población certifica que se les encarcela por algo que debería ser legal. Según esto, la Guerra Contra las Drogas va a terminar algún día en sucesivas legalizaciones controladas de todos los psicoactivos. Podrán comprarlos personas mayores de edad en lugares supervisados, su venta generará impuestos cuantiosos, habrá restricciones para su promoción y campañas públicas para desestimular su uso. La minoría que abuse de ellos se convertirá en un problema manejable de salud pública.
Más difícil es saber cómo se llegará allá y, consecuencia obvia, cuándo. Gran parte de esta contingencia depende de las estrategias y tácticas que utilicemos los enemigos de la prohibición para acelerar el proceso y para concientizar a la opinión pública de la debacle y del desperdicio en que nos tienen metidos los fanáticos. La mejor idea, me parece, es el unilateralismo internacionalista, cuyo ejemplo más claro es el de don Pepe Mujica: todavía no se ha aprobado la ley que despenaliza la marihuana en Uruguay, un país de 3,3 millones de habitantes, y ya su política está en boca de medio mundo.
Pero así como las regiones y los países afectados tienen el derecho de proceder unilateralmente en materia de psicoactivos sin ser estigmatizados, es muy importante que las experiencias y dificultades se compartan con la mayor amplitud posible. Un error que hasta ahora hemos cometido los enemigos de la prohibición es confinar la internacionalización del debate al ámbito académico, dejando que la vertiente política del asunto siga siendo sobre todo local. Lo ideal es que se mezclen constantemente los académicos, los intelectuales, los activistas y los políticos que impulsan, cada uno a su manera, alternativas a la Guerra Contra las Drogas.
Es preferible que la iniciativa en materia de antiprohibicionismo no quede a cargo de políticos activos, que hoy están en el poder y mañana no. Me parece mejor que pase a las universidades, las cuales no cambian de parecer ni de gobierno con la misma frecuencia que los estados. Así, ojalá un grupo grande de universidades públicas y privadas se ponga de acuerdo en convocar a un gran evento anual centrado en las alternativas —TODAS las alternativas— a la prohibición y a la Guerra Contra las Drogas. Estarían invitados, no nada más los académicos que tratan del tema, sino los funcionarios y los mandatarios, en activo o no, de todo el mundo que tengan algo significativo que aportar, al igual que los medios de comunicación. Las reuniones tendrían que realizarse en un país como Colombia, martirizado por la prohibición y el narcotráfico derivado de ella, pero podrían rotar a otros países con problemas similares, por el estilo de México. No sería conveniente conformar un club cerrado. Cualquier universidad, ONG o fundación que quiera sumarse a los eventos debería tener la puerta siempre abierta.
Sí, aunque el huracán de La Haya sigue pasando por Colombia, no hay que olvidar asuntos todavía más importantes como la malhadada prohibición de las drogas.
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