Sobre las elecciones en Nicaragua y Estados Unidos
Rigoberto Palma
El FSLN logró una contundente victoria en las elecciones del 4 de noviembre, al obtener el 80% de los votos y ganar el 87% alcaldías. Esos resultados, que se deben a los logros sociales y económicos del gobierno y a la debilidad de la derecha, fortalecen los cambios en Nicaragua y a las fuerzas de izquierda y progresistas de América Latina. Pese a la contundencia de la victoria sandinista y a que la OEA reconoció la validez de los comicios, el gobierno de Estados Unidos los calificó de fraudulentos y evaluó como baja la votación (57%), que es un porcentaje elevado para elecciones municipales.
Los buenos resultados del FSLN no deben sorprender a nadie, pues durante su gobierno se reactivó la economía, se erradicó de nuevo el analfabetismo y se redujo la pobreza. Uno de los mayores aciertos del gobierno fue la entrada a la ALBA, espacio de cooperación al que pertenecen Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba y otras naciones del Caribe. A través de la ALBA se impulsan importantes proyectos sociales y se diversifican los mercados externos, a tal punto que para Nicaragua el segundo mercado de exportación (después de Estados Unidos) ya no es El Salvador, sino Venezuela.
Dos días después de la victoria sandinista, en Estados Unidos triunfó Barak Obama en unas elecciones presidenciales caracterizadas por el elevado abstencionismo y la estrechez del resultado, cuya diferencia apenas superó el 1%. La legitimidad de Obama queda cuestionada por la baja votación y el casi empate con su principal rival. Su nuevo gobierno le tendrá que hacer frente a dos desafíos importantes: la crisis económica interna y la tendencia al desplazamiento de Estados Unidos como primera potencia mundial.
La problemática interna se expresa principalmente en el estancamiento de la producción, el elevado desempleo y la enorme deuda pública, que representa el 103% del PIB. El desplazamiento como potencia hegemónica se gesta desde hace algunos años y el FMI lo prevé para el año 2016, cuando el PIB de China alcance el 18% del PIB mundial, contra un 17.7% del de Estados Unidos. Ya China es la primera potencia exportadora y si toma el liderazgo en la producción tratará de imponer su moneda como principal divisa de la economía mundial.
Para Estados Unidos, el desplazamiento de su moneda sería un golpe muy fuerte, pues buena parte de su aparato productivo funciona con maquinarias y materias primas (sobre todo energéticas) que importa con dinero proveniente de préstamos de China y Japón y con la emisión de dólares sin respaldo, que no podrían seguir emitiéndose si esa moneda es desplazada como patrón de cambio mundial. En un artículo publicado en la web rebelión el 22 de julio de 2009 y titulado “El dólar en terapia intermedia”, el investigador Hedelberto López Blanch afirmó: “Estados Unidos tiene la capacidad de continuar imprimiendo cantidades ilimitadas de dólares para pagar importaciones, costear guerras y mantener más de 750 bases militares en el orbe, pero lo cierto es que el billete verde ya está en terapia intermedia y si sigue empeorando puede entrar en terapia intensiva”.
Junto al descenso de la economía de Estados Unidos se verifica una expansión extraordinaria de las economías de Brasil, Rusia, la India y China, que junto a Sudáfrica integran el grupo llamado BRICS, nombre conformado por las iniciales de cada uno de esos países. En el 2011 el BRICS aportó el 19.8 % del PIB mundial, poco menos que Estados Unidos pero más que la Eurozona. En el año 2012 su PIB podría superar al de Estados Unidos, pues las economías que lo integran crecerán más que la economía norteamericana. Los países del BRICS planean crear una moneda supranacional.
La expansión económica de China, Rusia y la India, significa al mismo tiempo la expansión de Suramérica, donde abundan el petróleo, el gas, el litio, el cobre, la plata, el estaño, el níkel, el cobalto, la bauxita y otras materias primas que demandan las economías asiáticas. Un mundo nuevo se abre paso, conformado por los bloques asiático y suramericano. El BRICS es su expresión política y económica. Y un desplazamiento de Estados Unidos como primera economía implicaría al mismo tiempo un descenso de su aparato militar y de su hegemonía en la política mundial.
Para impedir el cambio que se avecina, el gobierno y los grupos de poder económico de Estados Unidos tratarán de controlar los recursos energéticos y los mercados de Asia y Suramérica. Allí donde ya controlan, intentarán ampliar su dominio. Cómo procurarán ese control es lo que está por verse, pues la opción militar no es tan eficaz como antes y es imposible de aplicar contra el BRICS y Suramérica, que amplían sus niveles de integración. Un entendimiento con el mundo emergente sería la salida menos costosa para Estados Unidos y menos peligrosa para el mundo. Pero como esa salida significaría aceptar el desplazamiento, la lógica imperialista no la tolera, a no ser que el mundo emergente la imponga a partir de su poderío político y económico.
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