El automóvil global, un negocio redondo
Ricardo Ballón
Mientras los “Patriots” y los “Tea party” se embriagan con el racismo, y se divierten con leyes anti migratorias, sus acaudalados patriotas, en su mayoría acaudalados supremacistas blancos, han retirado sus capitales de los EE.UU. para invertirlos en lugares donde la mano de obra es barata y los impuestos y demás obligaciones tributarias una nada.
Sus empleados, senadores, representantes y demás dependientes, han diseñado leyes que les permiten continuar usufructuando con el resquebrajado mercado interno, y posicionar en los primeros lugares de venta a sus nuevas marcas de origen asiático, Toyota, Nissan, Kia, y otros, mientras derrumban lo poco que queda de la que en otrora fue la gran industria nacional.
El resultado, grandes ciudades industriales como Detroit, se van quedado sin fuentes de trabajo; ante la inmigración de tanto automóvil extranjero, los automóviles americanos están casi fuera del mercado. Sus habitantes, sobre todo blancos, se ven obligados a emigrar a otros estados, dejando a la ciudad con una criminalidad desbordada, de lo cual nadie dice nada, ni siquiera el célebre sheriff de Maricopa, Joe Arpaio, ni nadie diseña medidas anti inmigratorias para esta sociedad destrozada por los intereses comerciales de los grandes inversionistas. La draconiana Jan Brewer, quien dice proteger a la ciudadanía con sus controvertidas medidas, mantiene un silencio cómplice al respecto.
Y ni qué decir de los medios de comunicación masiva, tanto angloparlantes como hispanoparlantes, más ocupados en distraer a la opinión pública con noticias y escándalos de las divas de la farándula y otros temas misceláneos, que de informar sobre las consecuencias devastadoras de este fenómeno generador de desempleo y criminalidad. En pleno siglo XXI, donde los medios de información masiva cubren con su silencio el silencio desolador en que está quedando Detroit, la noticia circula en Europa y el resto del mundo.
De esa manera uno puede enterarse que la ciudad insignia de la industria automotriz, está quedando como una chatarra fantasmagórica. El 63% de su población ha huido, dejando en ruinas a casi 800.000 estructuras hoy vacías. La historia se va repitiendo, ciudades que se hacían atractivas, por su bienestar económico, van deteriorándose por el cierre de las grandes fábricas, acompañadas del cierre de las monumentales tiendas y cadenas comerciales. La ecuación es simple, menos fuentes de trabajo es igual a mas desocupación, más pobreza, más delincuencia.
El censo de 2010 muestra, con todos los detalles técnicos, que Detroit ha perdido otro 25% de su población en los últimos diez años. De acuerdo a los resultados censales, Detroit tenía 1.89 millones de habitantes en el año 1950, y el año 2010 la cifra se ha reducido a 706.585 personas, multiplicando las necesidades básicas; una reducción poblacional de estas dimensiones, reduce peligrosamente sus ingresos tributarios, debilitando la capacidad de prestar los servicios básicos al gobierno local.
En Detroit, de acuerdo a las autoridades locales, el desempleo linda alrededor del 50%, con un 36.2 % de la población que vive por debajo de los niveles de pobreza, población además dependiente de los servicios públicos que ahora el Estado no puede prestar.
En las zonas más depauperadas, se han vendido casas por el precio irrisorio de 1 dólar. Según una empresa inmobiliaria, Realcomp, actualmente el precio promedio de una vivienda es de 9.000 dólares aproximadamente. Al abandono se añaden los incendios provocados a un promedio de 30 por día, el incremento de la criminalidad, la presencia de los carteles de la droga locales. Y todos los males que circulan bajo las ruinas, hoy fotografiadas por un turismo morboso que se solaza con el desplome de las otrora monumentales estructuras, como la Estación Central de Míchigan, la Planta automotriz Packard o el emblemático Edificio Metropolitan.
El desplome de Detroit, es un síntoma que puede generalizarse a lo largo y ancho de la gran nación de Norte América, los acaudalados e influyentes patriotas, de quienes depende la democracia financiada, están jugando con fuego, como al principio, evadiendo los impuestos para quienes ganan más de un millón de dólares al año, y cargándoselos a la ciudadanía trabajadora, que inicia un nuevo año al borde de “un precipicio fiscal”, a punto de ser atropellados por una gran recesión de consecuencias impredecibles.
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