US: The New Immigration Law and Praise for Tolerance

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El acuerdo marco suscripto por ocho senadores (cuatro demócratas y cuatro republicanos) por una nueva ley de inmigración, sugiere una vía “ardua pero justa” a la ciudadanía para los casi once millones de ilegales que viven en los Estados Unidos. La iniciativa -una vez convertida en proyecto de ley- podría ser aprobada por el Senado a mediados de este año y eventualmente alcanzar la cámara baja para una votación final. Es -sin duda- el fuerte consenso bipartito en relación a algunos puntos fundamentales, así como el impulso del Ejecutivo, lo que le confiere al acuerdo fuertes chances de traducirse en ley para el año próximo.

Uno de sus pilares fundamentales es que se busca una solución al problema del estatus jurídico y económico de millones de personas que no tributan al sistema, pero que, paradójicamente, son parte indispensable del engranaje económico del país.

Otro pilar sugiere la creación de un sistema de chequeo que prevenga la contratación de trabajadores no autorizados y el robo de identidad.

Un tercer punto procura mejorar y vehiculizar el acceso de futuros trabajadores al mercado de acuerdo con las necesidades de personal que tenga la economía, “protegiendo”-según el texto original- a todos ellos.

El tema viene siendo parte de la agenda política de Obama desde antes del 2009 cuando todavía era una promesa de campaña.

Cabe preguntarse acerca de las razones que llevan a una nación que atraviesa una de las crisis económicas más importantes de su historia a embarcarse en un proyecto tan controversial en cuanto a sus implicancias políticas. Considerado impopular para algunos sectores ultraconservadores que culpan a los inmigrantes por el desempleo, y oportunista, para otros – nadie ignora la potencial fuerza electoral de las minorías entre cuyas filas se encuentran la totalidad de los sin papeles.

Cabe preguntarse acerca de las razones que llevan a una nación que atraviesa una de las crisis económicas más importantes de su historia a embarcarse en un proyecto tan controversial en cuanto a sus implicancias políticas

En un estudio realizado sobre el tema, la investigadora Elaine Levine del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la Universidad Autónoma de México, se sostiene algunos datos significativos. Existe, bien lejos de la tan predicada competencia, una marcada “complementariedad” en el mercado de trabajo. La gran mayoría de los inmigrantes ilegales latinos se desempeña como mano de obra manual poco o no calificada (agricultura y manufacturas) y realiza tareas que los trabajadores estadounidenses de varias generaciones no harían- mientras que en el sector profesional de mano de obra calificada la situación se invierte. La autora observa, además, la importancia de la alta tasa de fracaso escolar en la población latina como principal mecanismo reproductor del cuadro descripto. Como si estos argumentos no bastaran para dejar en claro cuán funcionales son los inmigrantes ilegales a la economía estadounidense se señala el efecto “compensatorio” que la legalización de millones de trabajadores jóvenes tendría sobre un creciente envejecimiento poblacional de la pirámide de población: se aliviaría las cargas sociales para el Estado y se mejoraría la competitividad de los salarios.

El presidente, así como el “mainstream” de la clase política norteamericana, conoce estos hechos y ha decidido actuar en consecuencia, independientemente de que integrar “convenga”. Y esto, hasta cierto punto porque uno de los pilares del acuerdo garantiza residencia automática a la totalidad de graduados extranjeros con postgrados en universidades locales, lo que amenazaría -en parte- la situación de complementariedad en el mercado laboral sugerida en el estudio.

La razón debe buscarse en una idea constitutiva profundamente arraigada en el imaginario americano: la idea de que la diversidad étnica, cultural, lingüística, entre otras, significa riqueza. Esto no es casual. Surge de los idearios de la Ilustración francesa y se consagra en la letra misma de la Constitución. Una nación joven de una gran vastedad territorial y de recursos necesita imperiosamente de un valor aun más preciado, los hombres que la construyan… los inmigrantes.

Estados Unidos es una nación compleja y contradictoria, donde Rodney King, el Apartheid en los Estados del sur, y los asesinatos raciales de Mississippi -demasiado recientes como para considerarlos hechos del pasado- , se combinan con leyes en favor de minorías como la norma de Affirmative Action o discriminación positiva que obliga a conceder -un puesto de trabajo a un afroamericano -a igual calificación de aplicantes- , o con programas de educación bilingüe gratuita para minorías étnicas.

Es una profunda experiencia multicultural de la que millones de seres, a pesar de todo, forman o quieren formar parte. Se vive y recrea cotidianamente y hasta tiene nombre propio: Melting Pot, palabra que alude a un ámbito donde se “funden culturas y etnias sin por ello perder su identidad, deviniendo en un fragmento único y preciado de una totalidad mayor, la Nación”.

Los argentinos deberíamos tomar el ejemplo como disparador para interrogarnos acerca de nuestra propia mirada hacia los extranjeros inmigrantes

Los argentinos deberíamos tomar el ejemplo como disparador para interrogarnos acerca de nuestra propia mirada hacia los extranjeros inmigrantes. Una discusión seria exige abandonar un clisé en el que solemos autoinstalarnos con complacencia y que tiene un efecto paralizante: aquel que nos pinta como un país libre de discriminación.

El otro aspecto no menor a tener en cuenta es el modo en el que frente a temas prioritarios y de interés nacional la clase política depone las mezquindades de la política partidista para avanzar en pos de esos objetivos claves; algo que en nuestro país parece más esquivo que el “sueño americano”

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