Los republicanos se equivocan. El Obamacare no tiene absolutamente nada que ver con el dulce socialismo europeo. Es una versión limitada del modelo suizo de salud, rabiosamente conservador y muy de acuerdo con un principio básico del liberalismo clásico: las personas deben ser responsables de sus vidas. Cada palo debe aguantar su vela.
Los suizos tienen uno de los mejores sistemas de salud del mundo. Es eficiente, rápido, y con un altísimo nivel profesional. Todas las personas que viven en el país, incluso los ilegales, desde que nacen hasta que mueren, tienen que suscribir un seguro de salud en una de las noventa y tres compañías privadas que lo ofrecen y compiten en precio y calidad. El Estado federal regula las prestaciones de esos seguros o “cajas de enfermedad” y los cantones los administran. Si alguien no puede pagar por el seguro, el cantón se ocupa de sufragar esos gastos.
El sistema de salud suizo no es barato. Consume aproximadamente un 12 por ciento del PIB nacional (algo mayor a la media de los países de OCDE), pero en Estados Unidos es casi el 18 por ciento, mientras las medicinas son las más caras del planeta. En Estados Unidos, además, hasta la promulgación del Obamacare, existía esa vergüenza increíble de las personas a las que se les negaba un seguro médico por padecer alguna enfermedad crónica, o se les exigía una cantidad inalcanzable de dinero por la prima. Eso es indigno de la primera economía del planeta y de la necesaria solidaridad social.
En todo caso, el Obamacare se parece mucho al modelo suizo, pero es más limitado. Constituye un claro error, por ejemplo, que los indocumentados no puedan adquirir este seguro de salud. Ello implica que, cuando se enfermen y deban atenderlos en los hospitales públicos, algo absolutamente justificable, los gastos acabe por afrontarlos el conjunto de la sociedad. Por acosar y perjudicar a los indocumentados, los legisladores acaban acosando y perjudicando a los ciudadanos y residentes legítimos.
Algo muy parecido a lo que sucede cuando a los indocumentados les niegan o complican innecesariamente el acceso a la ciudadanía. Todos los estudios serios demuestran que las personas con ciudadanía plena crean más riquezas y ahorros que quienes padecen la incertidumbre de una residencia precaria y limitada. Ser “duro” con los inmigrantes indocumentados es la manera más veloz de quedarse tuerto por ver al otro ciego.
Los demócratas también se equivocan. Es una insensatez del gobierno de Obama continuar endeudando al país. La deuda nacional ya anda por los 17 billones (trillones en inglés). Todos los días de Dios esa deuda crece en más de mil ochocientos millones de dólares. Ya excede al PIB nacional (16 billones o trillones). Invito al lector a entrar por Internet al portal US Government Debt para que vea el cuadro de las finanzas públicas en movimiento. Si no se asusta o deprime es porque padece una patológica indiferencia ante el horror o le han hecho una secreta lobotomía radical.
Hoy los intereses son los más bajos de la historia y, pese a ello, de cada dólar que se paga por impuestos al gobierno federal, veinticinco centavos van a parar a los tenedores de deuda pública. Si los intereses subieran al 5 por ciento (la media histórica), la mitad de los impuestos serían para pagar intereses. Como esa situación es impensable, dados los compromisos con la Seguridad Social, el Medicare y Defensa –los tres leones hambrientos del presupuesto– habría que aumentar los impuestos y todo el aparato productivo disminuiría su capacidad de crear riquezas.
Pero los políticos no están locos ni son más irresponsables que los cocineros o los vendedores de automóviles. Los políticos, como suele decir el diputado español Miguel Ángel Cortés, sólo son “animales feroces y hambrientos que se alimentan de votos”. Y estas peculiares criaturas responden a los intereses de corto plazo de sus electores. La estupidez keynesiana de que, “a largo plazo, todos estaremos muertos”, no sirve de consuelo. Si no se frena esta locura, a largo plazo todos estaremos en la ruina. Algo que se parece a la muerte.
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