The Middle East: Pope Francis and Obama on a Delicate Mission

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Cuando el papa Francisco en su viaje por Oriente Medio dejó comitiva y protocolo y apoyó la mano para orar con la cabeza baja frente a un muro cubierto de leyendas pro-palestinas, el gesto fue interpretado como un arranque espontáneo de un líder sólo interesado en ayudar. La realidad puede revelar una trama mucho más sofisticada.

El gesto como tal, tanto el del muro como la invitación a los presidentes de Israel Shimon Peres y de los Territorios Palestinos Mahmud Abbas, para una cumbre en el Vaticano el 8 de junio, existió por supuesto. Pero difícilmente haya sido producto de un súbito momento de inspiración.

Particularmente esa cita que quedó formulada como un germen de mediación. Hay pistas de un armado más complejo destinado a garantizar resultados que no sólo aspira Francisco.

Cuando los dos papas anteriores llegaron a la región, Juan Pablo II y Benedicto XVI, –hubo una visita previa en 1964 de otro pontífice, Paulo VI, pero por entonces el Vaticano no reconocía al Estado de Israel-, lo hicieron también a los territorios palestinos ocupados. Pero se preocuparon por viajar primero a Israel, y recién desde allí siguieron a esas regiones en disputa.

Bergoglio alteró esa agenda. Llegó a Jordania y viajó directamente en helicóptero desde Amman hasta Belén, una de las ciudades palestinas más importantes en el corazón de Cisjordania y desplazó a Israel a la última escala de la gira. Si de símbolos se trata, además de ese cambio en los itinerarios, también sorprendió que en el anuncio oficial del Vaticano, la referencia hacia la máxima autoridad de los Territorios fue citada como “el presidente del Estado de Palestina”. Ese Estado no es reconocido ni por EE.UU. ni por Israel. Pero es su existencia la meta de los palestinos y de quienes alrededor del mundo, incluidos también israelíes de nota, se plantean de ese modo, con la instauración formal de esa entidad, la solución definitiva a este contencioso.

Es improbable que estos movimientos no hayan sido discutidos entre el Papa y Barack Obama cuando se encontraron en el Vaticano. De ahí que hay más que sensibilidad espiritual en lo que ha sucedido, sino la urgencia que impone una crisis que se ha abismado de modo tal que sólo parece encaminarse a la autodestrucción.

Washington, por diversos motivos, ha fracasado en modificar esa brújula.

Lo que grita este drama es la deuda que desde la mitad del siglo pasado mantiene la humanidad con el compromiso del nacimiento de dos estados y no uno, de la partición de la otrora provincia otomana bajo mandato británico. El derecho palestino a un lugar en el mundo acabó siendo negado y hasta desacreditado desconociéndose incluso la identidad histórica de ese pueblo. En esa línea, para Israel, Cisjordania y Gaza son simplemente territorios en disputa y no ocupados.

De haber existido perspectiva e inspiración en el momento de la Partición de 1947, ese doble parto nacional hubiera permitido neutralizar el conflicto hasta los niveles que terminó alcanzando. Lo que decantó fue un espejismo en un callejón. En este camino sin salida, nació el término “refugiados” por el aluvión de pobladores que debieron dejar las tierras donde vivieron y murieron generaciones de sus ancestros. Ese dolor fue parte de la furia en el mundo árabe, que se lanzó a un puñado de guerras que consolidaron a quien pretendían derrotar, agigantando la crisis. Israel desde entonces navega también en la brumosa lógica de negociaciones que eternizaron el conflicto edificando temores y sospechas de que se busca que aquella Partición jamás acabe de concretarse.

Quizá los ejemplos más recientes de ese sendero ayuden a comprender esta idea. Cuando en diciembre de 2013 la ONU por amplia mayoría elevó a la Entidad Palestina a Estado observador, Israel respondió con el anuncio de la construcción de tres millares más de viviendas en Cisjordania y en Jerusalén Oriental donde, respectivamente, los palestinos esperan establecer su lugar y su capital y donde viven ya más de 700.000 colonos judíos. El plan prometía obras en una zona especialmente sensitiva, la E-1 ubicada más allá de los suburbios de Jerusalén Oriental. La intención, luego frenada, pretendía reescribir el compromiso para evitar una explosiva contigüidad entre la capital israelí y las colonias judías.

La ONU y Washington históricamente exigieron que no se edifique en ese area porque las nuevas viviendas bloquearían el vínculo territorial entre el norte y el sur de Cisjordania. Se complicaría así demencialmente la gestión de un futuro Estado palestino y se volvería un embrollo el trazado de fronteras precisas y seguras. Ultimamente el ministro de Economía israelí, el líder ultraderechista Nafatali Bennett añadió otro ladrillo al demandar la anexión directa de la zona C de Cisjordania.

Se trata de un area que equivale al 62% del territorio que debería ser el futuro mapa palestino.

Este cuadro ya profundamente negativo lo agrava aún más el vacío de liderazgo global.

No hay una potencia que pueda trazar un límite que cierre el conflicto. Es ahí donde aparece el respaldo de la figura de Bergoglio, cuya influencia pastoral ha crecido al revertir el camino que eligieron sus últimos predecesores, que generaron una iglesia más pequeña y menos popular.

Obama acaba de plantear en West Point un mensaje a favor de la contención que reconoce aquella impotencia. La idea de un liderazgo global con esa base no es negativa, pero es más consecuencia de lo que no hay que de la convicción. El planteo tiene rasgos de la presidencia de Woodrow Wilson (1913-20), quien pretendió inspirar su política exterior, al mando de un pacifista radical, en un internacionalismo democrático de “diplomacia misionera” que acabó siendo falso. Las semejanzas son sólo eso. Lo cierto es que Obama no logró construir un liderazgo vigoroso que, entre otras cosas, desarme la presión de los halcones israelíes y salve la gestión de su propio canciller.

Lo que el jefe de la Casa Blanca habló con el Papa, seguramente, fue sobre esas necesidades. Es difícil, sin embargo, esperar un avance crucial de la cita vaticana. Peres es un presidente saliente, y Abbas tiene vencido su mandato. Pero el aliento del pontífice puede darle un tamaño oceánico al vacío de las negociaciones. No podrá ser eludido. Y, quizá, tampoco trampeado. Es bastante más de lo que hay ahora.

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