Los misiles lanzados sobre territorio sirio el pasado lunes desde aviones y barcos dispuestos en el mar Rojo y en el Golfo Pérsico marcaron el comienzo de una nueva aventura bélica para Estados Unidos, con dos objetivos en la mira: el Estado Islámico (EI) y Khorasan, agrupación terrorista conformada por excombatientes de Al Qaeda, y con la justificación, según lo expresó ayer Barack Obama ante la Asamblea de las Naciones Unidas, de “actuar ante una amenaza inminente” y “desmantelar esta red de la muerte”.
En el primer frente, el país del norte no está solo, pues ha logrado tejer una coalición de más de 50 naciones en la que los más visibles son los árabes con gobiernos suníes –misma vertiente del EI– como Arabia Saudita, Baréin y Catar, algunos de ellos señalados hasta hace poco de brindar apoyo económico a los mencionados yihadistas.
Pero ni el contar con estos aliados disminuye la incertidumbre sobre el desenlace de esta nueva empresa. De lo que sí hay certeza es de que no será breve. Sobra recordar que EE. UU. incursiona en un terreno de arenas movedizas en el que la amenaza de estos dos grupos está lejos de ser el único factor de desestabilización.
Obama ha insistido, en dirección contraria de quienes ven aquí una batalla más de una larga guerra, en que se trata de una nueva confrontación, esta vez contra el extremismo de una agrupación que ha usado el lenguaje audiovisual de Occidente para sembrar el terror sin recato alguno, con escenas escabrosas de decapitaciones y llamados a asesinar indiscriminadamente a estadounidenses y europeos. Esto último le ha granjeado un respaldo popular mayoritario de alrededor de 75 por ciento.
Además de dicho apoyo, Obama cuenta con el de los Estados aliados y con herramientas tecnológicas que garantizan que cada golpe sea certero. Pero está demostrado que ante un enemigo de este corte, dichos factores no siempre son suficientes. Se podrá extirpar –y se requiere hacerlo– el tumor del cáncer del extremismo violento, pero si lo que se quiere es atacar sus causas, son necesarios también intervenciones multidisciplinares a largo plazo y, sobre todo, un mejor conocimiento de la historia clínica del paciente.
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