Según las primeras presunciones proclamadas por Washington, el Estados Islámico (EI) era una organización desprendida de otra del mismo nombre localizada en la parte norte de Siria.
El viejo y el nuevo EI, al que llamaremos EISI (Estado Islámico en Siria e Irak) a fin de diferenciarlos, tuvieron a Al Qaeda como cuna.
Si alcanzamos a recordar, en esos días no muy lejanos se aseveró que EISI era militar y religiosamente más extremista que su matriz, considerada por el senador republicano McCaine en el 2013, como una fuerza “moderada”. Tanto así que en pocos meses conquistaron Mosul (segunda ciudad en importancia de Irak) y sentaron las bases de un califato. Fue el avance vertiginoso de esa organización fundamentalista en Irak lo que incitó a la intervención militar estadounidense. Sin embargo, los primeros bombardeos cayeron sobre Alepo, una ciudad Siria cercana a la frontera con Turquía.
Hoy nadie habla de los dos EI, tampoco de un califato con centro en Irak. El contexto mudó. La tensión se ubica en los sobrevuelos militares de EEUU y asociados, en pos de alcanzar el control del espacio aéreo de Siria. Los analistas con mayor credibilidad afirman que el objetivo neural de Obama no es el grupo islámico sino la caída de un viejo enemigo, el presidente Bashar Al Asad.
Por lo pronto, los bombardeos no aseguran el dominio de la situación en el teatro de operaciones, por cuanto será preciso la incursión terrestre, momento de reaparición del tristemente célebre Henry Kissinger ofreciendo la solución: la conformación de un ejército de mercenarios financiados por la coalición, capaz de luchar en varios frentes, incluida la frontera rusa. Una enorme cruzada global en contra del terrorismo al estilo Plan Cóndor, por cuyo éxito mereció el premio Nobel de la Paz. Eso sí, en defensa de las sempiternas “libertad y democracia”.
Si deciden invadir territorio sirio, ¿con qué grupo interno operarían a fin de formar un gobierno al estilo Al Maliki una vez tomada Damasco? Menudo problema, toda vez que acusaron a su principal socio (EISI) de cometer los más aberrantes crímenes de guerra. No obstante, Washington no puede desconocer lo exitoso de esa organización, al punto de abrir un nuevo frente en Libia donde combate contra Hezbolá, organización político-militar que apoya al gobierno sirio y es enemiga acérrima del Estado de Israel, a cuyo ejército derrotó en “la segunda guerra de Líbano” en el 2006. Aunque en honor a la verdad, Damasco bien vale el precio de eliminar algunos desechables amigos disfrazados de enemigos, siguiendo la ley primigenia del capitalismo: ¡el que paga manda! De ahí que haya dado la hora de la alquimia: que los lobos se conviertan en corderos o sean sustituidos por chivos expiatorios.
Una cosa es segura: el EISI resultará imprescindible cuando llegue la hora de ajustar cuentas con Irán, país que ofrecerá una resistencia muy distinta al corrupto e ineficaz ejército de Irak, armado y entrenado por los inapelables generales del Pentágono. En pocas palabras, 60 mil millones de dólares tirados a la basura; eso sí, sumables a la columna del Debe de la contabilidad petrolera del país huésped. Como siempre, los errores son fácilmente sobrellevables si los paga otro. Ahora que si todavía queda alguna duda de las intenciones norteamericanas, lo fundamental no es el desaguisado, la destrucción, los decapitados, sino que se originen nuevos negocios.
Como ejemplo ilustrativo, contamos con lo que sucede en la Franja de Gaza, donde el ejército israelí provocó una gran destrucción, convertida ahora, en alentadores contratos de reconstrucción.
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