La burbuja populista de Barack Obama se disipó el martes al sufrir una contundente derrota ante la oposición republicana. La carga de decepción de los votantes hacia Obama es casi tan grande como las expectativas y el exceso de promesas que ofreció.
Obama ha sido el mandatario estadounidense que más que nunca se convirtió en un producto mediático, aprovechando redes sociales, un discurso pegajoso y un carisma personal que entusiasmó hasta una comunidad internacional ingenua que lo premió con un inmerecido Premio Nobel.
Obama se fue progresivamente convirtiendo en la antítesis que ofreció. Un Premio Nobel de la Paz que hace la guerra. Un abanderado de la legalización de migrantes que al mismo tiempo se vuelve el mayor deportador de la historia. Un gobernante con escasa ejecución y que provoca frustraciones y pesimismo en una nación acostumbrada a tener el liderazgo mundial. Encima, insiste en culpar a la oposición de sus fracasos, como si fuera algún presidentito tropical. El mandatario estadounidense ha abandonado América Latina y se ha empantanado en conflictos heredados y en nuevas guerras que lo han desgastado y tenido escasos triunfos.
El votante estadounidense ha sido inteligente y pensado en los intereses máximos de su país y por eso busca otros caminos.
El votante salvadoreño debería aprender y evitarse nuevas aventuras mediáticas, con candidatos fabricados, sin preparación académica, egos inflados que solo causan daño a la nación, con su soberbia y vanidad que disfrazan una incapacidad que cuesta demasiado al país.
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