El brote de violencia racial en Estados Unidos, que estalló el lunes último en la pequeña localidad de Ferguson, aledaña a San Luis (Misuri) y se extendió a 170 ciudades de todo el país, incluyendo a Nueva York, Los Ángeles, Atlanta, Washington, Boston y Filadelfia, solo la atenuó la tradicional celebración del Día de Acción de Gracias, la fiesta familiar norteamericana por excelencia, pero está lejos de ser circunstancial.
Por el contrario, lo que parecía un hecho aislado en un remoto poblado, hizo aflorar el odio de la comunidad de color que sufre pobreza, segregación y una presión policial cada vez mayor, componente del caldo de cultivo que originó los estos graves disturbios reprimidos por la Guardia Nacional.
La persecución policial a los negros se potencian con la impunidad de los blancos, como ahora que el agente Darren Wilson seguirá libre y sin cargos, después de que un alto tribunal concluyera que no existen pruebas suficientes para su imputación. Wilson, un policía blanco de 28 años, mató con varios disparos a Brown, negro, de 18 años, el 9 de agosto cuando iba desarmado y en circunstancias aún por esclarecer.
Las protestas revelan un patrón de violencia policial que actúa mayoritariamente sobre la población de color y la justicia que otorga impunidad. También los jueces son discrecionales en sus condenas: más duras a los negros que a los blancos por igual delito y las estadísticas del Departamento de Justicia muestran que uno de cada tres afroamericanos estuvo en algún momento de su vida en la cárcel.
Los cambios demográficos en zonas suburbanas de EEUU ahondan las desigualdades y generan rencor contra quienes los segregan hundiéndolos bajo los niveles de pobreza y les niegan seguridad, educación y asistencia sanitaria. De hecho, las tensiones raciales en Ferguson están enraizadas en unos índices de pobreza crecientes, con un desempleo del 13%, el doble de la media nacional, que incide especialmente en la población negra de unos 14.000 habitantes sobre un total de 20.000. Según datos del censo 2012, uno de cuatro residentes vivía por debajo del índice de pobreza de 23.850 dólares anuales para una familia de cuatro miembros, y de ellos un 44% debía sobrevivir con la mitad de esos ingresos. En este marco, cualquier chispa da lugar al estallido social.
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