Ya caminan por nuestras calles los ex reclusos de Guantánamo. Trajimos inmigrantes con fuerte presunción de terrorismo, cuyo peligro potencial subrayan los propios remitentes norteamericanos a quienes les aliviamos su maraña y su vergüenza.
Por cierto, acá no fue una operación aplaudida. Pero sin ambages, debe contabilizársela como un éxito externo del Presidente Mujica, finamente asentado en llamarle “alma-podridas” a quienes le opusimos reservas.
Que esas personas hayan pasado una década o más depositadas como objetos en un enclave de la isla de Cuba, sin ser sometidas a juicio, fue una violación flagrante de la Constitución estadounidense y de los derechos del hombre.
Insisto: hablo de derechos del hombre, en el sentido latino de homo, que comprende a ambos géneros; y no digo “derechos humanos”, porque lo humano no es adjetivo sino sustantivo en materia de derechos, ya que éstos nacen y se enclavan precisamente en “el hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano”, al insigne decir de Unamuno.
Lo de Guantánamo es genéricamente condenable en el planeta entero; y particularmente lo es desde nuestro Uruguay, donde todos llevamos en el alma la regla constitucional de “24 horas y al juez”. En el caso particular, se violaron los derechos de las personas hasta en su traslado, “durante todo el vuelo, de 8 o 9 horas, esposados, con sus oídos y ojos tapados”, mostrando que las prácticas degradantes persisten también después del lapidario informe que documentó, ante el propio Senado estadounidense, las torturas de la CIA consentidas por Bush. Y es así, por mucho que Obama -quien cumple tarde y mal la promesa de cerrar la ominosa cárcel- trate de depositar en un pasado remoto los males que -a despecho de la promesa que venteó desde su primera campaña electoral- se prolongan bajo su administración ya 6 años… y se siguen derramando sobre los 134 presos para los que aún no encuentra comedidos.
El Uruguay entró en un acuerdo con la Casa Blanca a través de una negociación diplomática harto discutible. Pero hoy esos seis seres humanos están en nuestro suelo y más que debatir para atrás, debemos mirar al frente: les abrimos las puertas a estos sirios, sin oponerles de qué pudieron haberlos acusado si el Gobierno estadounidense hubiera tenido la valentía que le faltó para llevarlos ante un juez imparcial, como merece todo ser humano, en vez de cerrar Guantánamo esparciendo presuntos terroristas, convertidos en víctimas merced a haberlos sometido al anti Derecho.
Por la vía que fuere, nos reencontramos con el antiguo sentimiento hospitalario que al Uruguay lo hizo gente. Abrimos cauces al perdón y a la esperanza, virtudes que, por venir de las semillas de la vida, son mucho más que creaciones sociales o constructos lingüísticos.
Ahora bien. Si caritativa o humanitariamente se acepta que se nos refugien los ex reclusos, y hasta se gambeteen las reglas inmigratorias para no medirles los antecedentes de 10 o 12 años atrás, ¿con qué derecho se mantiene aherrojados en la cárcel a conciudadanos de edad avanzada -Juan Carlos Blanco, Dalmao y tantos- por delitos de hace 30 o 40 años?
¿O los sentimientos y el Derecho no exigen coherencia?
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