El informe a la nación que el presidente Obama leyó esta semana ante las dos Cámaras legislativas de su país fue una pieza de maestría política diseñada para convertir la derrota, que su partido recibió en noviembre de manos del electorado, en un estandarte de programas sociales que ahora enarbola para los dos años que le restan en la Casa Blanca.
El mensaje contuvo los ingredientes necesarios para lograr su propósito. Habló de índices de crecimiento de la economía, pausado si se quiere, pero real. Obama mencionó que han aumentado los empleos en forma discreta pero detectable en los de menor rango. Su número ha bajado en alguna medida en el rango de los empleos superiores. Expresó que se ha mantenido el control de los parámetros macroeconómicos.
Estados Unidos todavía se encuentra lejos de un crecimiento de 3.5 por ciento. No se ha recuperado de la recesión que comenzó en 2007, y el PNB per cápita es de 53, 888 dólares, sólo un poco más del de 53, 440 cuando comenzó la recesión.
Un elemento central del discurso de Barack Obama lo marcó su atención a la educación media. Millones de norteamericanos requieren un nivel, aunque fuera modesto, de instrucción práctica.
Obama prometió enviar una legislación que fortalezca a las “universidades comunitarias”, que actualmente atienden a 6 millones de estudiantes ofreciendo diplomas en profesiones intermedias. Parte del programa consiste en rebajar o hasta eliminar colegiaturas en el nivel postpreparatoria.
Para 2020 prometió un aumento de 5 millones de dólares a ese sector que, por cierto, debe vincularse con empresas como se hace en el sistema “escuela-industria” de Alemania. Se trata de crear una fuerza de trabajo que para 2020 coloque al país en primera línea internacional.
La preocupación de Obama es general para todo el mundo. Aquí, en México, estamos preocupados por la creciente desigualdad económica que padecemos, pero no aplicamos remedio alguno a las graves fallas de nuestro sistema educativo que todos sabemos están en su raíz.
Rechazamos indignados la criminal pérdida de escolaridad, que se debe al desorden en el que ha caído toda la educación en México y el desperdicio consecuente de décadas enteras de escolaridad, que no se recuperarán debido a la corrupción política institucionalizada que ha inutilizado la planta magisterial.
Las escuelas y universidades privadas, con sus colegiaturas a niveles internacionales, no ofrecen sino fríos sistemas de financiamiento, que no son sino “productos” financieros que se ofrecen al estudiantado, o sus padres, con los mismos criterios comerciales de los financiamientos con que se promueve la venta de automóviles.
La problemática educativa es parte inseparable de las brechas sociales que se presentan en casi todos los países, llenando las calles de individuos que no alcanzan oportunidades de empleo con niveles de vida digna. Las juventudes en todos los países reaccionan con un revanchismo violento y destructivo.
Nuestra temporada electoral está próxima. Cada uno de nosotros figuramos en un padrón de más de 83 millones. Su dimensión nos ubica entre las democracias electorales más importantes, pero tenemos que despertar a nuestra tarea de hacer efectivamente participativa la democracia, cuya primera fase, la de las urnas, sólo inicialmente hemos tocado. En efecto, los que ocupan los puestos públicos en cualquiera de las ramas de gobierno, sea la Legislativa o la Ejecutiva, lo hacen gracias al voto que hemos depositado durante los comicios y que, salvo excepciones, se respeta.
¿No habremos acumulado a lo largo de los últimos años, nosotros, los empadronados, suficiente experiencia, conciencia, sentido realista o simplemente interés propio como para que por fin usemos con responsabilidad y buen juicio nuestro derecho a votar? ¿Podremos esperar con optimismo el decidido desarrollo nacional, en todos los órdenes, que fluiría con nuestro uso responsable del voto el próximo 7 de junio?
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