La propuesta de presupuesto presentada ayer por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, marca un viraje en la política fiscal, que en los pasados seis años se caracterizó por mantener los lineamientos generales de su antecesor en el cargo: tras algunos alegatos iniciales en contra de la voracidad de los grandes capitales, pronunciados en el contexto de la crisis económica iniciada en 2008, el primer presidente afroestadunidense se plegó rápidamente a la ortodoxia neoliberal y, desde entonces, su administración ha privilegiado a corporaciones y fortunas individuales en detrimento de la mayoría de la población.
El proyecto de presupuesto para 2016 es, en cambio, un documento caracterizado por un espíritu de redistribución del ingreso, con programas sociales financiados a partir de un incremento impositivo a las empresas y a los estadunidenses de mayores ingresos. Entre las medidas propuestas destaca un impuesto de 14 por ciento, por una sola vez, a los beneficios obtenidos en el extranjero por grandes corporaciones de origen estadunidense, como General Electric y Microsoft, y una tasa subsecuente de 19 por ciento para tales utilidades de procedencia foránea. En contraparte, plantea la creación de un nuevo banco de infraestructura y aumentar 6 por ciento el presupuesto destinado a investigación y desarrollo.
No debe obviarse el hecho de que, si bien esta orientación en las finanzas públicas de la mayor economía del mundo apuesta por fortalecer en alguna medida a la clase media y a la sociedad en general, tiene también un claro sentido político e incluso electoral: en efecto, el proyecto de presupuesto apunta a acorralar a la mayoría republicana en el Congreso, opuesta a las alzas impositivas y partidaria de otorgar manga ancha a los conglomerados empresariales.
El presupuesto de Obama coloca a los legisladores republicanos en una difícil disyuntiva: o ceden, así sea parcialmente a la iniciativa presidencial, o se exhiben ante el electorado como promotores de la desigualdad.
Situado en la mitad de su segundo y último mandato, Obama, por su parte, ya no tiene una carrera política por cuidar y puede darse el lujo de procurar el beneficio electoral de su partido, el Demócrata, sin preocuparse de la animadversión de los grandes capitales.
Aunque cabe esperar que este proyecto de presupuesto consiga los votos necesarios en el Capitolio, al menos para sus partes sustanciales, es de lamentar que el acento en la redistribución no haya sido defendido antes por la Casa Blanca, cuando ésta contaba con mayorías legislativas, y cuando habría podido marcar la diferencia entre la recesión y la recuperación económica.
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