LA PELÍCULA EL FRANCOTIRADOR, dirigida por Clint Eastwood y considerada la más taquillera en EE.UU en 2014, cuenta la vida de Chris Kyle, un texano dueño de una extraordinaria puntería que en 1999 fue admitido en la unidad de élite de la Armada de Estados Unidos y enviado como francotirador a la guerra de Irak. Kyle –a quien su padre le regaló su primera arma a los ocho años — se jacta en sus memorias de guerra de haber dado de baja a 255 iraquíes, a 40 de los cuales abatió en un solo día en la batalla de Fallojah. (Algunos cínicos llevan cuenta del número de amantes y otros de los muertos por mano propia. Para estos raros coleccionistas esta es su idea de lo que es la hombría). Por sus hazañas le otorgaron dos estrellas de plata y cinco de bronce. Y la veneración local por él es tal, que el gobernador de Texas, Greg Abbott, decidió después de su muerte, en 2013, que el 2 de febrero fuera declarado el día ‘Chris Kyle’ y las banderas ondearan a media asta para honrar su memoria. De Kyle se sabe, también, que se lamentaba de no haber matado más iraquíes, a los que llamaba “malditos salvajes”.
Parecería raro que a un campeón de la muerte a distancia se lo considere un héroe, pero empezamos a entender cuando recordamos algunas cosas: que en Texas existe una gran pasión por las armas y que conseguir una es muy sencillo. (“Si usted es un candidato calificado para la posesión y manejo de armas, vamos a hacer lo más fácil posible que pueda obtener su licencia”, dijo en 2013 Four Price, representante estatal de los Republicanos); que Eastwood, el director de El francotirador, que muestra al personaje como un héroe, es un hombre de posturas conservadoras que apoya ese partido; y que el gran público norteamericano está impregnado de un chovinismo que a menudo el cine alimenta sensibleramente. El historiador militar Martín Pegler explicó así el éxito de la película: “…el país tiene una verdadera cultura de las armas con la que los estadounidenses se suelen sentir cómodos”.
Por supuesto que muchas personalidades liberales alzaron su voz contra lo que representa Kyle como exaltación de la violencia. El director Michael Moore, por ejemplo, escribió en twitter: “desde pequeño me enseñaron que los francotiradores son unos cobardes que matan a la gente a distancia”. La patética Sarah Palin les respondió recordándoles a los “izquierdistas de Hollywood” que “América sabe que no servirían ni para limpiarle las botas de combate a Chris Kyle”. La muerte de este no fue, como podría esperarse, en territorio de guerra, sino en Texas, mientras tiraba al blanco, “como terapia”, con dos excombatientes de Irak. Uno de ellos, Eddie Ray Routh, con estrés postraumático causado por la guerra, le pegó seis tiros. Su hermana había advertido que sufría de psicosis y paranoia. El mismo Kyle, al ver sus delirios, había enviado un Whats App asustado a su amigo: “este tipo está chiflado”. Sin embargo, el jurado desestimó la enfermedad mental y en sólo tres horas de deliberaciones condenó a Routh a cadena perpetua. Porque es más fácil aplastar sin piedad a una víctima del horror de la guerra, que atreverse a derrumbar el mito patriotero que la sostiene.
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