Obama Backs Maduro

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La Cumbre de las Américas en Panamá fue un punto de inflexión para el rol personal de Nicolás Maduro al frente de la fase más compleja del quinto gobierno del proceso bolivariano.

A nadie se le ocurría pensar uno o dos años atrás, recibido por miles de chavistas entusiastas en el aeropuerto de Maiquetía, celebrando con él su actuación en una reunión internacional.

Cierto que no fueron las masas enfervorizadas que despedían o recibían a Hugo Chávez cada vez que pisaba Maiquetía, pero el 13 de abril a la mañana, cuando volvió de Panamá, tampoco era el mismo presidente heredero. El entusiasmo que despertó con su iniciativa de las 10 millones de firmas y su gesto de presidente fuerte en la Cumbre de las Américas, fueron suficientes para que su imagen sea otra y su gobernabilidad tenga el tiempo necesario para afrontar los graves desafíos de la economía interna.

Es como si hubiera aparecido un Maduro postObama, una real paradoja si recordamos que se trata del autor del Decreto Presidencial que convirtió a Venezuela en una “amenaza inusual a la seguridad de Estados Unidos”, lo que en términos de las prácticas norteamericanas del último siglo, significaría que Venezuela había ingresado a la zona de riesgo.

Cualquier análisis serio, incluso si fuera de algún derechista sensato, concluiría que fue la tercera Cumbre perdida por Estados Unidos, Canadá y sus gobiernos amigos.

Barak Obama debió sentarse de igual a igual en términos de investidura de Estado, con el jefe del gobierno al que más ha combatido su partido y su nación en el último medio siglo. Pero también tuvo que reunirse con la ponderación bilateral del caso, con el presidente Nicolás Maduro, a pesar de que los voceros de Obama había asegurado que “el tema Venezuela no estará en la agenda del señor Presidente” (T. Shannon, 9 de abril).

La única diferencia técnica entre ambos cruces presidenciales fue la discrecionalidad de la segunda frente al espectáculo mediático de la primera. Para Obama era fundamental que el escenario con Cuba ocupara el foco de interés internacional, la vía más eficaz para incidir en su disputa doméstica con el Tea Party, los Republicanos y un sector de su propio partido.

El jefe de Washington se vio obligado a someterse a las condiciones de la nueva geopolítica latinoamericana. Ese mapa político emergente facilitó a Nicolás Maduro las circunstancias favorables para salir de la Cumbre de Panamá con su imagen presidencial fortalecida.

Su presencia como presidente, como era inevitable, estaba y en alguna medida lo seguirá estando, sometida a la crueldad de toda herencia en el liderazgo político: al contrario de la herencia patrimonial, despoja al heredero de casi todos sus beneficios.

Como señala el articulista Basen Tajeldine en el diario venezolano Aporrea, “El presidente Obama le allanó el camino al Presidente Maduro”. Un opinador de ideología contraria, como Carlos Montaner, expresó la misma idea en la cadena CNN el 14 de abril: “Maduro aprovechó el paso en falso de Obama con Cuba y Venezuela, para irse sonriendo”.

Las dos imágenes más buscadas en la Cumbre, la de Obama con Castro, por un lado, y con Maduro, por el otro, reflejaron en la esfera mediática y diplomática, la derrota de Estados Unidos/Canadá en la letra del Documento final. El borrador presentado fue subvertido e impedido por la reacción del grupo de países progresistas y de izquierda, con Evo Morales a la cabeza, apoyado en la inopinada pasividad de Estados fuertes como México, Colombia y Chile.

Para el gobierno bolivariano, el sector social que lo apoya y para el propio Nicolás Maduro, la dialéctica potenciada de esta combinación de factores, transformaron el viaje a Panamá del Presidente heredero, en el camino más corto entre el peso de la herencia y su mejor imagen dentro y fuera del país.

Hay tres maneras de verificar esta conclusión. El estado de opinión en Venezuela en los días posteriores a la Cumbre, el estado de ánimo de la base y la vanguardia chavista y la reacción anímica de los medios más adversarios del gobierno bolivariano.

Un estudio realizado por la encuestadora venezolana Hinterlaces, dio a conocer la percepción de los venezolanos con relación a la campaña #ObamaDerogaElDecretoYa. La mayoría de la población apoyó la iniciativa nacional contra el Decreto que declara a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria”.

“De las 1.200 personas encuestadas en todo el país, 61% está de acuerdo con lo que está haciendo el presidente venezolano Nicolás Maduro para que el presidente Barack Obama derogue el decreto. Sólo 36% expresó estar en desacuerdo”, informó su director, el sociólogo Oscar Shemell. Un alto porcentaje, el 63% de los consultados, se manifestaron favorables a la campaña del Gobierno Nacional, y en sentido opuesto, el 35% está rechazó la campaña (Correo del Orinoco/Aporrea.org, 12/04/2015).

Esa masa de casi 13 millones de firmas se convirtió en un plebiscito interno e internacional para la figura del joven presidente bolivariano. Además de la cantidad, se trató de una intensa movilización de opinión en apenas tres semanas, a escala de varios países.

Este hecho novedoso, animó a la base y la vanguardia chavista, alicaída, o retraída desde hace un tiempo por diversos factores: muerte del líder, colapso comercial provocado, crisis económica, corrupción y una sensación de debilitamiento en el liderazgo nacional bolivariano desde el año 2013.

El 20 de marzo, un cuadro del chavismo, distanciado como tantos de su tipo, se atrevió a titular con una ironía atrevida esa realidad emergente: “Obama. Jefe de campaña electoral de Maduro”. “…El presidente de la República, Nicolás Maduro, fortificó su liderazgo nacional, se hizo de una Ley Habilitante por nueve meses y se presta a realizar desde hoy viernes, 20 de marzo, una verdadera, real y exacta encuesta nacional con la recolección de 10 millones de firmas en rechazo al susodicho decreto”. (Américo Hernández, Aporrea).

Nada habilita a asegurar que estas 10 millones de firmas (las otras tres llegaron de Cuba, Argentina y otros países latinoamericanos, incluso de Palestina y Estados Unidos), se convertirán votos en las próximas elecciones a la Asamblea Nacional en octubre de este año.

Pero ese no es el signo más importante. La clave del plebiscito de las firmas es que sirvió para realimentar la gobernabilidad y colocar al Presidente Maduro en el centro de atención de esa novedad. La campaña fue una iniciativa de Miraflores, anunciada por Nicolás Maduro en persona por televisión.

En términos cualitativos y cuantitativos, los 10 millones de firmas superan los frágiles indicios de cualquier encuesta. Por ejemplo, la de una realizada por la consultora ICS en octubre de 2014, en la que se informó que el 53,2% de los venezolanos evaluaba “como positiva la gestión del presidente Maduro” (diario Panorama, Zulia 30/10/2014) Este muestreo adquirió relevancia por tratarse de una empresa adversaria del Gobierno.

Aquel estado de opinión no es comprensible sin la evaluación del mismo estudio, según el cual, el 71,4% de la misma gente consultada calificó de “algo mala” a “pésima”, la labor de la oposición congregada en la Mesa de la Unidad. Simón Córdova, director de ICS, agregó que la encuesta reflejó que 51,9 % de los consultados opina que con el presidente Maduro al frente del Ejecutivo el país mejorará, mientras que el 68,2 % cree que “con los actores de la MUD en el Gobierno”, Venezuela empeorará.

Esta percepción basada en la deferencia y el sentido de seguridad, confirma que una mayoría relativa de la población continúa sosteniendo al gobierno heredero de Maduro como la mejor opción de vida frente a la incertidumbre y la memoria del pasado previas al chavismo. Este dato social también se ha manifestado en las últimas elecciones en varios países latinoamericanos.

La derecha latinoamericana comenzó a modificar el tratamiento que le daba a la figura de Maduro. Sin apartarse un solo milímetro del rechazo que sienten, desde la Cumbre aparecieron expresiones imposibles uno o dos años atrás.

Dos periodistas de la CNN, Patricia Janiot y el chileno José Manuel Rodríguez, consideraron que “a pesar de los esperado, el Presidente Maduro mostró que no es un presidente fácil” (CNN, 15 de abril). Un editorialista del diario argentino La Nación tuvo que admitir que “A pesar de los graves problemas internos en ambos casos, los presidentes de Venezuela y Cuba ocuparon los lugares protagónicos en la Cumbre” (Buenos Aires, 13 de abril) y el periodista Andrés Oppenheimer, del Miami Herald, dijo: “Contra todo pronóstico, a Maduro le fue bien en Panamá” (MH, 16 de abril).

Así como el año pasado hablamos de un Maduro que logró sortear la cruenta prueba de las guarimbas y seguir intacto en Miraflores capeando un temporal de especulación comercial, derrumbe de los precios petroleros y paralización del PBI, este año superó su propia marca con los resultados de la Cumbre de Panamá.

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