Are the Death Penalty’s Days Numbered in the US?

Published in El País
(Spain) on 27 May 2015
by Ana Valero (link to originallink to original)
Translated from by Reese Locken. Edited by Helaine Schweitzer.
The constitutional prohibition against the use of "cruel, inhuman, or degrading punishments" and scientific evidence may put an end to executions.

On January 24, the U.S. Supreme Court agreed to review a lawsuit that questions the constitutionality of the use of lethal injection in death penalty cases. The U.S. is the only Western democracy that maintains capital punishment. True, 17 U.S. states have abolished the death penalty, and death sentences and executions have significantly decreased in the states that retain it, as societal support for the death penalty diminishes. However, 34 states still have provisions for the death penalty, and the number of prisoners on death row has increased substantially over the past four decades.

A brief review of Supreme Court decisions shows that in 1972 the court was flirting with the possibility of abolishing the death penalty by nullifying all state laws that provided for its existence on the basis that it violates the Eighth Amendment of the Constitution, which declares that "cruel and unusual punishments [shall not be] inflicted." However, public reaction did not provide much cause to hope. State legislators, driven by increases in violent crime, passed new laws which overcame the objections of the Supreme Court. The constitutionality of the death penalty was expressly established by the Supreme Court four years later, inaugurating what has been called the "modern era of capital punishment." The decision was based on the premise that the death penalty would not be unconstitutional "per se" to the extent that it fulfilled the two objectives of all punishment: retribution and deterrence. Several guarantees also had to be in place. For one, the punishment had to be proportional to the offense committed, which in the case of crimes against individuals could only be applied to homicide. Secondly, capital punishment remained inapplicable in cases of perpetrators who were suffering mental disorders at the time of the crime, the intellectually disabled and minors.

Despite the Supreme Court’s attempts to legally rationalize the abominable idea that the disciplinary arm of the state could kill a human being using criteria like proportionality, retribution and deterrence, and despite states’ efforts to devise legal formulas and procedures to overcome the challenge of making a fundamental injustice just, the death penalty continues to be plagued by arbitrariness, discrimination, caprice and mistakes in application.

Special mention should be made regarding the method of execution. In coming months, the Supreme Court will rule on the constitutionality of lethal injection, the result of mistakes made in the application of what, up to now, has been considered a quick and painless method.

Several recent cases have shown that the anesthetic used to sedate the inmate prior to administering the drugs which end life does not always produce the desired effect. This causes enormous physical suffering prior to death, which contradicts the Eighth Amendment.

Lethal injection, as conceived by its inventor, involves the use of three substances. Sodium pentothal anesthetizes the condemned so as to guarantee that the individual will not feel the effects of the other two substances. Pancuronium bromide, which paralyzes the muscles, and potassium chloride, which stops the heart, are subsequently administered.

However, for several years there has been a shortage of sodium pentothal in penitentiaries. This is because European companies which manufacture the drug have been refusing — on their own, through social pressure, or ultimately through legislation — to provide it.

Facing a shortage of sodium pentothal, Florida used a new substance called midazolam for the first time in a 2013 execution. Other states like Virginia and Oklahoma have done the same, with disastrous results. Midazolam is designated as a short-acting benzodiazepine, used as an antianxiety agent or in mildly painful procedures.

However, it has no analgesic or anesthetic effects.

The Supreme Court had the chance to rule on the constitutionality of lethal injection in the 2008 case of Ralph Baze and Thomas C. Bowling vs. Rees, prior to the shortage of sodium pentothal in 2010. The court stated that lethal injection satisfies the Eighth Amendment, since a less painful alternative had not been proven. The court further declared that upholding the plaintiffs' case would embroil the judges in ongoing scientific controversies beyond their expertise.

Thus, the Supreme Court washed its hands of the issue, relegating something that can only be abolished by the judiciary for being "inhumane" to the realm of science. Nevertheless, when a door closes a window opens, and the time has come when people can no longer turn their backs. Several recent incidents in U.S. prisons have been labeled as "inhumane" executions by President Barack Obama himself.

If the time really has come to eliminate the death penalty from the U.S. constitutional system, which I hope is the case, and the oft-dismissed "right to life" argument isn't the one to do it, nor the Eighth Amendment "prohibition on cruel, inhumane or degrading punishment," then it seems that now more than ever science is on our side.


¿Tiene los días contados la pena de muerte en EE UU?

La prohibición constitucional de aplicar "castigos crueles, inhumanos o degradantes” y las evidencias científicas pueden acabar con las ejecuciones

El pasado 24 de enero el Tribunal Supremo de Estados Unidos admitió a trámite una demanda que cuestiona la constitucionalidad de la inyección letal como método de ejecución de la pena de muerte. Este país es la única democracia occidental que mantiene la pena capital. Es cierto que en la actualidad diecisiete estados norteamericanos la han abolido de sus legislaciones y las condenas a muerte y las ejecuciones han disminuido significativamente en los Estados que todavía la mantienen, reduciéndose igualmente el apoyo de la sociedad a este castigo. Sin embargo, treinta y cuatro Estados todavía la prevén en sus legislaciones y la población que se encuentra en el corredor de la muerte ha aumentado sensiblemente en las últimas cuatro décadas.

Un breve repaso de la jurisprudencia del Tribunal Supremo norteamericano nos muestra que en el año 1972 éste coqueteó con la posibilidad de abolir la pena de muerte invalidando todas las leyes estatales que preveían su existencia por vulnerar la Octava Enmienda Constitucional, según la cual, “no se infligirán penas crueles e inusuales”. Sin embargo, la reacción no se hizo de esperar y los legisladores de los distintos Estados, impulsados por las crecientes tasas de criminalidad violenta, aprobaron nuevas leyes que sorteaban los reparos de la Corte Suprema. La constitucionalidad de la pena de muerte fue expresamente declarada por el Tribunal Supremo cuatro años más tarde, inaugurando con ello lo que se ha dado en llamar la “era moderna de la pena capital”, basada en la siguiente premisa: la pena de muerte no sería per se inconstitucional en la medida en que permitiese cumplir dos objetivos legítimos de toda pena -la retribución y la disuasión-, y siempre que se realizasen las siguientes garantías: que la pena fuese proporcional al delito cometido, por lo que, cuando se tratase de crímenes contra personas individuales sólo sería aplicable al delito de homicidio; y, por lo que respecta al autor del crimen, quedaba prohibida la aplicación de la pena capital a personas que sufriesen un trastorno mental en el momento de la ejecución de la pena, a aquéllos que padeciesen discapacidad mental, y a quienes cometieron delitos antes de cumplir los dieciocho años.

Sin embargo, los intentos de la Corte Suprema norteamericana por racionalizar jurídicamente lo abominable -que el brazo castigador del Estado pueda matar a un ser humano- a través de criterios como el de la proporcionalidad de la pena, su retribución o disuasión, y los esfuerzos de los estados por idear fórmulas legales y normas de procedimiento que cumplieran con el desafío de convertir en justo lo que en esencia no lo es, la pena de muerte sigue siendo hoy un castigo plagado de arbitrariedades, discriminación, capricho y error en su aplicación.

Mención aparte merece lo relativo al método de ejecución de la pena de muerte. En los próximos meses el Tribunal Supremo estadounidense deberá pronunciarse sobre la constitucionalidad de la inyección letal como consecuencia de los errores cometidos en la aplicación del que se consideraba hasta la fecha un método rápido e indoloro.

Varios han sido los casos que, en los últimos tiempos, han puesto en evidencia que la sustancia anestésica encargada de sedar al reo antes de que se le suministren las otras dos que acaban con su vida, no siempre produce los efectos deseados, lo cual le provoca un largo y enorme sufrimiento físico antes de morir, algo contrario a la Octava Enmienda de la Constitución.

La inyección letal, tal y como fue concebida por su inventor, incluye la aplicación de tres sustancias: el pentotal sódico, que sirve para que el ejecutado esté anestesiado de tal modo que se garantice que no siente el efecto de las otras dos sustancias que se le suministran a continuación, y que son el bromuro de pancuronio, que paraliza los músculos, y el cloruro de potasio, que provoca un paro cardíaco.

Sin embargo, desde hace ya varios años existe desabastecimiento de la primera de las sustancias del cóctel mortal -la sustancia anestesiante- en los centros penitenciarios estadounidenses. Y ello porque las compañías europeas que lo fabrican se han ido negando –por voluntad propia, presión social o en última instancia por que así lo establece la legislación– a suministrarlo.

Ante la escasez del pentotal sódico, Florida empleó por primera vez en una ejecución en 2013 una nueva sustancia llamada Midazolam. Y así lo han hecho otros Estados como Virginia u Oklahoma, con resultados desastrosos. El Midazolam se define como una benzodiazepina de semivida corta, utilizada como ansiolítico o en procesos ligeramente dolorosos, aunque no tiene efecto analgésico ni anestésico.

El Tribunal Supremo norteamericano tuvo oportunidad de pronunciarse sobre la constitucionalidad de la inyección letal en el año 2008, en el Caso Ralph Baze y Thomas contra Bowling contra Rees, antes de que se hubiese producido el desabastecimiento del pentotal sódico que se inició en el año 2010, declarando que se adecuaba perfectamente a la prohibición de castigos crueles e inusuales recogida en la Octava Enmienda por no haber quedado probado que existiese un método alternativo menos lesivo y porque ello, además, forzaba a los jueces a entrar en debates científicos que les son ajenos.

El Tribunal Supremo se lavó así las manos relegando al ámbito de lo científico algo que por “inhumano” sólo corresponde abolir a la Justicia. Sin embargo, lo que sacó por la puerta ahora le entra por la ventana, y ello porque ha llegado el momento en el que no puede dar la espalda a unos hechos, los sucedidos recientemente en algunas prisiones estadounidenses, que han sido calificados por el propio Presidente Barack Obama como ejecuciones “inhumanas”.

Si realmente ha llegado la hora de expulsar a la pena de muerte del sistema constitucional estadounidense, cosa que así espero, y el argumento que se emplea para ello no es el del “derecho a la vida”, tantas veces desterrado, sino el de la “prohibición de los castigos crueles, inhumanos o degradantes”, por su incompatibilidad con la Octava Enmienda, parece que hoy más que nunca la ciencia está de nuestra parte.
This post appeared on the front page as a direct link to the original article with the above link .

Hot this week

Russia: Political Analyst Reveals the Real Reason behind US Tariffs*

Topics

Russia: Political Analyst Reveals the Real Reason behind US Tariffs*

Poland: Meloni in the White House. Has Trump Forgotten Poland?*

Germany: US Companies in Tariff Crisis: Planning Impossible, Price Increases Necessary

Japan: US Administration Losing Credibility 3 Months into Policy of Threats

Mauritius: Could Trump Be Leading the World into Recession?

India: World in Flux: India Must See Bigger Trade Picture

Palestine: US vs. Ansarallah: Will Trump Launch a Ground War in Yemen for Israel?

Related Articles

Austria: Donald Trump’s Breakneck Test of US Democracy

China: White House Peddling Snake Oil as Medicine

Germany: Trump in the Right?

Spain: Shooting Yourself in the Foot