El elenco de aspirantes a la presidencia de Estados Unidos está prácticamente completo. Entre los republicanos no cabe ni un alfiler: hasta la fecha hay 12 precandidatos registrados. La gran mayoría de esos proyectos terminarán siendo sólo testimoniales (ni Carly Fiorina ni Ben Carson van a ocupar la Casa Blanca). En realidad hay, tal vez, cinco aspirantes serios a la candidatura republicana. De ellos, quizá los más interesantes sean Marco Rubio, Scott Walker y el propio Jeb Bush. Después de haberle declarado la guerra al poder de los sindicatos en Wisconsin, el estado que gobierna, Walker probablemente contará con el favor de un amplio sector de la base conservadora. Por su parte, Rubio apuesta por representar un cambio generacional que contraste con Jeb Bush y, si llega a la candidatura, con Hillary Clinton. Curiosamente, Jeb Bush, quien encabeza varias encuestas y ha puesto en marcha una temible maquinaria de recaudación de fondos, aún no ha definido su identidad como candidato. Es difícil saber qué defiende Bush. Sus problemas empiezan en casa: no ha sabido explicar bien a bien cuál es su relación con el legado de su padre y, crucialmente, de su hermano. Mientras no lo haga, su candidatura correrá cierto peligro.
Y es que la indefinición de Bush contraviene la primer regla que debe seguir un político que busca un cargo de elección popular: la importancia capital de definir con la mayor claridad posible qué papel interpretará frente a los ojos del electorado. Casi como quien escribe un personaje de novela, el candidato tiene que crearse una narrativa atractiva. Este reto de branding es mayúsculo para Jeb Bush, pero quizá aún más para su posible rival en la elección presidencial del año que viene.
Después de casi 40 años en la vida pública, Hillary Clinton está en proceso de replantear su identidad como candidata. Experiencia no le falta. El episodio traumático de la elección del 2008 debe haberle dejado lecciones invaluables. Hagamos memoria. Aquel año, la señora Clinton era la favorita absoluta para hacerse de la candidatura demócrata. Para consolidar sus posibilidades rumbo a la elección, Hillary optó por presentarse casi como un hombre con falda. La comparación no es ni ofensiva ni políticamente incorrecta: es un hecho. El estratega de cabecera de los Clinton, el encuestador Mark Penn, aconsejó a Hillary que evitara proyectar debilidad. En Game Change, su extraordinaria crónica de la elección del 2008, John Heilemann lo explica así: “(Penn) aseguraba que el mayor obstáculo que enfrentaría Clinton si decidía buscar la presidencia era la duda de que una mujer pudiera ser capaz de ser comandante en jefe. Para evitarlo, Clinton debía proyectar fuerza y resolución”. El resultado es de todos conocido. Hillary jamás pudo vincularse con los votantes demócratas y terminó perdiendo la candidatura a manos de un hombre capaz de emocionar hasta a una piedra. Barack Obama resumiría el fracaso de Clinton en el 2008 durante un debate cuando, después de que el moderador le preguntara a Hillary por su incapacidad para resultar una figura agradable, le soltó: “eres suficientemente simpática, Hillary”.
La historia en el 2015 ha sido muy diferente. Esta vez, Clinton parece no sentir obligación alguna de transmitir esa suerte de fuerza artificial. Apuesta a que sus años como secretaria de Estado le hayan ganado el respeto del electorado. Libre de la necesidad de vender una imagen fabricada, Clinton quiere apostar por la autenticidad biográfica. Por ejemplo, a diferencia de otros tiempos, le ha dado por hablar de su madre, Dorothy Rodham, que tuvo una vida complicada y admirable. También comparte con soltura su nuevo papel como abuela e incluso se burla de la diferencia de edad que sus rivales ya buscan aprovechar: “no seré la candidata más joven pero seré la presidente más joven de la historia de Estados Unidos. Además, no encaneceré durante mi gobierno. Llevo años pintándome el pelo”. Toda proporción guardada, la campaña de Clinton recuerda al papel que por años ha jugado Angela Merkel en la historia moderna de Alemania. Después de todo, Merkel es la mujer más poderosa del mundo, respetada y temida por aliados y antagonistas, pero los alemanes le llaman cariñosamente Mutti: “mamá”. Un comentarista alemán, citado por CNN, lo explicaba así: “mamá siempre está ahí. A veces te tiene que decir que limpies tu cuarto, pero siempre está ahí para ti”. La Mutti alemana está por cumplir una década en el poder. Hace años, Hillary Clinton seguramente hubiera refunfuñado ante la sola idea de presentarse como una abuelita que busca la presidencia. Hoy, es parte indispensable de su discurso. Veremos si le alcanza.
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