Parece una parodia. Cuesta creer que quien habla y dice, con toda la certeza del mundo, que los mexicanos que emigran hacia Estados Unidos “están trayendo drogas y crimen [y son] violadores” sea una persona seria.
Y no es cualquier persona, sino Donald Trump, empresario con una fortuna de US$8,7 billones construida, además, en parte gracias a sus negocios con México y varios países latinoamericanos. Pero no es una sátira. En efecto es él anunciando su precandidatura presidencial y buscando la simpatía de una parte de la población estadounidense, apelando a estereotipos y argumentos xenófobos.
Pero lo más preocupante de todo es que parece funcionar. Una encuesta revelada esta semana demuestra que en Iowa y New Hampshire, los dos primeros estados que votan por los precandidatos, Trump va de segundo en la carrera del partido republicano, detrás de Jeb Bush, exgobernador de Florida y hermano del expresidente George W. Bush.
La carrera por la Casa Blanca hasta ahora empieza, pero que entre tantos candidatos alguien con el discurso de Trump tenga acogida es síntoma de un problema mayor. El Partido Republicano aún no ha reprochado oficialmente los comentarios y ninguno de sus contendores se ha atrevido a contradecirlo con la vehemencia que merece. Le temen a una porción de su electorado que ha confundido su ideal de país con la xenofobia.
Olvidan los republicanos y el señor Trump que Estados Unidos es un país de migrantes, que actualmente hay 38 millones de inmigrantes legales (12% de la población total), que en los últimos años, gracias al fortalecimiento económico que ha tenido México, la tasa de migración de mexicanos a Estados Unidos está en cero (el número de mexicanos que entran al país es casi el mismo de los que salen), y que la xenofobia nunca ha sido una buena política exterior, menos para un país que se precia por su gran influencia mundial.
En un acto de justa indignación, los latinos del mundo han hecho sentir su rechazo a las declaraciones. Univisión, el canal más visto en Estados Unidos, terminó sus contratos con Trump y se negó a seguir transmitiendo los concursos Miss Estados Unidos y Miss Universo, ambos organizados por Trump. NBC, cadena de televisión que transmitía uno de sus realities, también cortó relaciones. El magnate los demandó, argumentando que están violando su libertad de expresión, pero este argumento es incongruente: si bien él tiene toda la libertad de compartir sus prejuicios con el mundo, las personas aludidas también tienen la libertad de decidir no hacer negocios con él.
Del mismo modo México y Costa Rica se retiraron de Miss Universo, en una audaz decisión que otros países, en especial latinoamericanos, deberían seguir. Paulina Vega, la colombiana que actualmente porta la corona de Miss Universo, dijo en su Instagram que encuentra “los comentarios del Sr. Trump injustos e hirientes”, pero no comparte la idea de renunciar, pues “si la organización de Miss Universo compartiera algún sentimiento antilatino o cualquier tipo de prejuicio racial, yo no estaría en esta posición hoy”. Entendible, pero la realidad es que Miss Universo es uno de los pilares del emporio económico de Trump y fortalece su imagen y sus alianzas. Lo más acertado sería rechazar de tajo la discriminación y renunciar a la corona.
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