Trump ya probó las mieles de la supremacía militar del Pentágono y lo que implica ser el jefe que toma la última decisión.
No olvidemos que durante su campaña presidencial, apenas en el otoño de 2016, pregonaba a las cuatros vientos que sobre estrategias de guerra él sabía más que los generales del Pentágono, y que como presidente nunca dudaría en usar el arsenal más letal para defender la seguridad e intereses de su patria.
Es aberrante e injustificable el ataque con armas químicas al pequeño poblado del norte de Siria que costó la vida a más de 70 civiles inocentes, entre ellos varios niños, y que se le achaca al presidente Bashar al-Assad con la supuesta venia de Rusia.
De la misma forma es reprobable la orden unilateral que tomó Trump para lanzar los 59 misiles contra la base aérea de Siria.
“Estados Unidos no es el policía del mundo”, declaró Trump horas antes de ordenar el ataque contra Siria en represalia por el vil asesinato con armas químicas de los civiles en el norte de ese país.
Los Tomahawk lanzados desde dos portaviones estadunidenses no acabaron con la guerra civil en ese país del Oriente Próximo.
El conflicto en la nación árabe lleva casi siete años de vigencia con el respaldo total de Rusia e Irán al régimen de Assad. La intervención militar de Estados Unidos lo complica más, y ahora se ventila menos una solución de corto plazo.
La presencia en Siria de grupos fundamentalistas como el Estado Islámico y Al Qaeda, amén de la oposición a Assad, financiada y militarmente entrenada por el Pentágono, transforma a la guerra civil en un caldo de cultivo para el aprendizaje de Trump en la tarea de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Por su carácter impredecible, su irracionalidad a la hora de tomar de decisiones, por ser tan irascible y por su afán de cumplir todas sus promesas de campaña, Trump puede caer en la tentación de provocar un conflicto bélico de gran envergadura bajo su lógica de proteger la seguridad e integridad de Estados Unidos.
No nada más Siria, Corea del Norte e Irán son, de acuerdo con Trump, enemigos naturales de Estados Unidos, también el empecinamiento de sus desvelos militares cuyos conflictos se comprometió a resolver.
La primera orden militar que tomó le generó un aumento notable de popularidad entre los estadunidenses, no por autoridad marcial, sino por la indignación mundial provocada por el asesinato con armas químicas de los civiles y niños sirios. Alguien tenía que castigar al presunto culpable, pues.
En su proceso de aprendizaje como presidente y luego del aumento espontáneo de su popularidad, que en unos días volverá a ser normal, es decir, muy baja, Trump podría caer en la tentación de usar nuevamente la fuerza del Pentágono con fines políticos.
Para sacarlo de sus casillas no se requiere mucha ciencia. Otro líder irracional e impredecible, como el norcoreano Kim Jong-un, a quien le gusta jugar con armas letales como los misiles, sería blanco ideal del presidente de Estados Unidos y mayormente en tiempos de crisis de popularidad.
La ambición y tentación militar de Trump son muy grandes. Y eso no hay que olvidarlo.
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