En la más reciente entrega de los premios Golden Globes, Oprah Winfrey, la mayor celebridad entre los conductores de programas de televisión, pronunció un discurso que logró conmover a la audiencia del evento, pero más allá del contenido o del significado profundo de sus palabras, el tono emotivo del mensaje abrió un debate político. En estos tiempos tan oscuros para la vida democrática norteamericana, el discurso de agradecimiento de Oprah se ha convertido en una promesa de liderazgo para una parte de los votantes progresistas. La idea no es descabellada: Oprah para Presidenta. Incluso es probable. Ya Reagan fue Presidente y provenía del mundo del espectáculo. También Trump. No olvidemos que su talento como comunicador se origina en los años que trabajó para la televisión.
No pretendo analizar el sentido de las palabras de Oprah. Me interesa más el fenómeno del espectáculo en la Casa Blanca. ¿Cómo se convirtió en un territorio invadido por la farándula y el escándalo? Hoy está mucho más cerca de un reality show, que de una institución democrática, propia del país más poderoso del mundo. Washington D. C. no es el único lugar donde la cultura del escándalo ha conquistado la esfera pública. Umberto Eco ya hizo su crónica de la era Berlusconi. En Francia, Nicolas Sarkozy habitó su propia novela. El mundo del entretenimiento es el único atractivo para quienes han perdido toda confianza en sus líderes.
Con la derrota de las ideologías se despide una época y los nuevos dispositivos para atrapar la atención del público corresponden a la industria del espectáculo. Con la caída de las grandes utopías, la credibilidad se transformó en la virtud política principal. Así comenzó un nuevo juego político. Con otras reglas y otros instrumentos de ataque y defensa. De nada sirven las argumentaciones racionales ni las propuestas innovadoras, lo importante es cómo vulnerar la credibilidad del contrario. ¿Cómo atacar la confianza pública para dañar el nervio vital del adversario? En este nuevo escenario, la cultura del escándalo plantea cinco elementos clave:
1. Nuevas tecnologías. La ubicuidad de la información y la velocidad para trasmitir en tiempo real. No hay distancias geográficas, tampoco hay husos horarios.
2. Todos somos reporteros. Cualquiera que tiene acceso a un teléfono con cámara digital tiene en sus manos una forma de capturar una imagen parcial de la realidad que podría convertirse en una noticia escandalosa.
3. Tras la caída del muro, cada día fue más evidente la desaparición de otra frontera. El límite donde lo público se separa de lo privado. En esa estrecha línea se enredan todos los argumentos que dan pie a la invasión del espectáculo.
4. La ausencia de una cultura jurídica y de una justicia pronta, da lugar al tendencioso tribunal de la información mediática, donde la culpabilidad se reparte a diestra y siniestra y las condenas son irrevocables. Cuando alguien es acusado en un escándalo, no hay consecuencias si la acusación fue falsa. Lo que alguna vez se llamó daño moral está hecho. La reputación inservible.
5. Pero lo más importante: el escándalo más que nada es una narrativa, una forma de contar historias. Tiene una estructura. Como el melodrama hace de la realidad una disyuntiva entre el bien y el mal. Sin matices. Una visión maniquea. Sin embargo, incluye también una narración que introduce los elementos de misterio y suspenso de las tramas policiacas. Nunca debe olvidarse que la naturaleza del escándalo es multiplicarse. Busca interlocutores en sospechosos o testigos. Siempre tendrá una segunda parte o más. Está inspirada en la literatura por entregas de la novela decimonónica, heredera de Alejandro Dumas.
¿Por qué esta disertación sobre la cultura del escándalo en ocasión del discurso de Oprah? Porque pienso que si Oprah tiene la oportunidad de ser candidata a la Presidencia, se debe a las mismas razones que hicieron posible el triunfo de Trump. Tenemos todavía mucho que aprender de este fenómeno en la comunicación política. ¿Dónde está nuestro Trump o nuestra Oprah? Los millennials no saben ni siquiera quién fue Raúl Velasco.
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