La historia enseña que las aventuras “antisistémicas” de un Mussolini, Hitler y Chávez (por ejemplo) aprovechan el hartazgo social (por la corrupción, la inseguridad, la crisis, etcétera) y el fanatismo de sus seguidores, para hacer lo que se les venga en gana, hasta destrozar sus países. El atractivo de estos falsos profetas radicó en ofrecer una “tercera vía” (un pasado imperial o una fantasía socialista), una varita mágica para resolver los problemas de la gente, inicialmente beneficiada por la borrachera populista (controles de precios, subsidios, etcétera) y fácilmente manipulable para sus locuacidades. Pasada la euforia, estas experiencias derivaron en dictadura, colapso económico, polarización social, supresión de libertades, represión, en una catástrofe mayor a la que les antecedió.
Pero no se aprende en cabeza ajena. En este siglo, Donald Trump es el prototipo de presidente “antisistémico” retrógrada, cuyo carácter antipolítico y conservador resultó atractivo para los resentidos de la América profunda. Su lema de campaña, “Make America Great Again”, muestra la nostalgia por la supremacía blanca y el imperio perdido, que busca restaurarlo con políticas nacionalistas, militaristas, xenófobas y proteccionistas, que han provocado: intolerancia política y confrontación mediática; persecución de migrantes y militarización de la frontera; abandono del TPP, sabotaje del TLCAN y guerra comercial con China; ataques armados y tensiones políticas, amenazando a la globalización y a la paz.
Si con Trump Estados Unidos acelerará su decadencia, y en su caída, puede arrastrar al mundo a una era de dictaduras, crisis y guerra (como en los 30 y los 40), el México de AMLO implicaría sufrir la experiencia traumática de desarticular el modelo económico actual, y sus nefastas consecuencias (similares a las echeverristas o peor, a la Venezuela de Maduro): en particular, el enfrentamiento con los empresarios (ya visto con Slim y el CCE) derivará en fuga de capitales, hiperinflación, desempleo, descontrol económico, una gigantesca devaluación y el retorno de las crisis de final de sexenio. Como resulta evidente de su programa de gobierno, de sus irresponsables ocurrencias y berrinches, el carácter “antisistémico” del tabasqueño estriba en la restauración del presidencialismo imperial (el ejercicio autoritario del poder) y el hegemonismo de un partido (Morena) para dar marcha atrás al reloj de la historia, al imponer: la economía-ficción (control de cambios, de precios, etcétera), el estatismo deficitario (basado en endeudamiento público) y el populismo (dádivas para clientelas políticas, fueros corporativos a la informalidad, a gremios retrógrados y grupos de choque, etcétera), pactos de impunidad a corruptos y narcos, fuertes restricciones a las libertades y represión… El viejo PRI, disfrazado de Morena, pero más degradado.
Ni en Italia, Alemania o Venezuela creían posible que el “mesianismo” pudiera provocar el desastre, y en México muchos tampoco lo ven (por ingenuidad, ignorancia o fanatismo), pese a las irrefutables evidencias. Si la ciudadanía busca un cambio, debe ser por una verdadera alternativa antisistémica, una que promueva: el cambio de régimen, los consensos, la gobernabilidad y la participación ciudadana; la corrección del modelo económico y de distribución de la riqueza, que luche contra la corrupción y la inseguridad, pero de forma democrática e institucional, y que mire al futuro, que nos prepare para ser líderes tecnológicos y globalizadores.
ENTRETELONES
Envalentonada por AMLO, la CNTE intensifica su violencia y prepara su retorno al poder.
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