En la mirada del Premio Nobel de Economía 2011, Joseph E. Stiglitz, una postura populista no es mala en sí misma, siempre y cuando esté dedicada a atender los problemas sociales más relevantes. Y no se equivoca, porque el populismo ha sido una repetida posición política que se ha dedicado a enumerar las carencias más relevantes, sin embargo el riesgo radica en quienes se han subido al barco de los temas que más le duelen a las sociedades y proponen medidas fuera de la realidad, es decir, el problema no es que el populismo acepte que existan lastres sociales y los enumere, el problema es el populista al creerse el moderno mesías, un ungido, un santo cuyos milagros sacarán del problema a la gente, lo que termina por confundir problemas con soluciones. Una postura populista reconoce que los modelos económicos actuales han traído desigualdades, sí, no obstante, basada en elementos como el desconocimiento y un mercado electoral tan atractivo como la pobreza es que se cuelga de dichos problemas para subirse al ring político a cambio de jugar con las necesidades sociales.
Existen problemas de orden social, unos más marcados que otros, bajo un esquema donde hay perdedores y ganadores, pero ni todo es culpa de la globalización ni del libre comercio, porque aquí juega todo, desde la corrupción, la impunidad, los esquemas de reparto de beneficio social, las amplias brechas de desigualdad hasta las herencias de políticas sociales que no terminan por sacar al pobre de su condición, y que únicamente se aprovechan del enojo social.
El problema no es que se digan las cosas como son, sino que el populista repita recetas vacías y automáticas. Para el populista el pobre es la mercancía adecuada para su discurso, la desigualdad su argumento, el cierre de barreras comerciales, su plataforma.
Se aprovecha del desconocimiento de la sociedad, una de las razones por las cuales ganó (Donald) Trump fue ésa, que se aprovechó del enojo que provenía de la crisis nacida en su país en 2008-2009, donde mucha gente aún sigue padeciendo la cruda de esa debacle. El problema pues no es reconocer los problemas, el problema no es el populismo sino el populista.
Aquellos personajes que van inventando soluciones alternativas al libre mercado a modo de fórmulas mágicas, se asemejan a magos de las políticas públicas, armados con ocurrencias, es decir, si bien el modelo de libre mercado ha generado su incontable lista de pobres, en el otro extremo encontramos a la negación de alternativas como una tercera vía.
La mentira radica en que no sólo no pueden salvarnos con propuestas al aire, que se hacen fuertes frente a las carencias sociales históricas, sostenidos por los pobres, por sus esperanzas.
¿Qué pasaría si a las carencias sociales se le propusieran mecanismos para salir de esa condición y no sólo nos dedicamos a postergarla?
Porque la raíz de nuestra pobreza radica en la poca capacidad de preguntarnos a quién conviene que sigamos en esas condiciones de carencias permanentes.
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