La llamada del presidente Donald Trump al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, presionando al gobierno de ese país para que investigue al hijo de Joe Biden, el exvicepresidente de Barack Obama y hasta ahora su principal rival para las elecciones del 2020, ha resultado más grave para el mandatario estadunidense que cualquiera de sus anteriores escándalos y presuntos delitos, desde la intervención rusa en las elecciones hasta las denuncias de abuso sexual.
Trump pudo haber violado numerosas leyes con su insistencia (una decena de ocasiones en una llamada de 30 minutos) al pedir a un mandatario extranjero favores para lucrar en la lucha política interna, pero, además, al haber bloqueado previamente la ayuda militar a Ucrania ejerció presiones también ilegales. El que el informante (hasta ahora anónimo) de esos hechos haya sido alguien presuntamente del primer círculo de la Casa Blanca lo hace más grave aún.
Para muchos, que Trump esté en serios problemas no debería ser motivo más que de satisfacción, pero lo cierto es que el gobierno mexicano ha quedado tan atado a las políticas del mandatario republicano que sus problemas se han convertido en temas de la agenda interna de México. Cuando esta misma semana Trump reivindicaba en la ONU el “patriotismo” en contra de la “globalización”, denunciaba las fronteras abiertas y agradecía a México haber cerrado fronteras, haber enviado 27 mil soldados (así lo dijo) a la frontera común y haber reducido drásticamente los flujos migratorios, no nos hizo ningún favor. Menos cuando aseguró que todo ello demostraba que México lo respetaba.
En una reunión de las Naciones Unidas, donde las democracias del mundo están tan atentas al tema migratorio, el cambio de rol de México resulta dramático: de ser un país que ha denunciado, por razones evidentes y obvias, el trato contra sus migrantes en Estados Unidos, terminamos en el otro extremo de la historia, defendiendo las fronteras cerradas de Trump.
Sé que no es exactamente así, que la defensa de nuestros migrantes no se ha abandonado e incluso que el endurecimiento migratorio (luego del grave error de haber abierto plenamente las fronteras) no es sólo consecuencia de las presiones de Trump, sino también una exigencia de la seguridad nacional del país.
Pero la comunidad internacional lo ha entendiendo de otra forma. El destino de México quedó unido al de Trump, y el propio mandatario estadunidense lo ratificó cuando sostuvo, también esta semana, que si avanza el juicio político en su contra no habrá T-MEC, el nuevo tratado de libre comercio, que debe ser aprobado aún por los congresos de Estados Unidos y Canadá.
De la puesta en vigor del T-MEC depende mucho el futuro de la economía mexicana: sin nuevo tratado no llegarán nuevas inversiones y la economía seguirá, como hoy, estancada. No hay estímulo alguno para que los demócratas, que controlan la Cámara de Representantes, aprueben el T-MEC: es una negociación de la administración Trump, en la que ellos siguen reclamando (para satisfacer a su electorado) mayor apertura sindical en México y a lo que le han sumado reclamos de derechos humanos y ahora también migratorios. La agenda demócrata contra Trump pasa por esos temas, y en todos estamos tomados, lamentablemente, de la mano de Trump. Y así será hasta las elecciones de noviembre del año próximo. Y, por ende, el T-MEC se aleja, al tiempo que hemos quedado atados a una política migratoria restrictiva, con amenazas de aranceles si no se cumplen las condiciones impuestas por la Casa Blanca, con el tema de la violencia y el narcotráfico pendiendo como una espada de Damocles que se puede activar en cualquier momento.
Mientras tanto, no tenemos capacidad de defensa porque el presidente López Obrador no sale del país, descalifica a los principales medios internacionales, no va a las cumbres a defender la posición de México (si no ir al G20 en Osaka fue lamentable, no ir a la Asamblea de Naciones Unidas en Nueva York es insostenible). Nuestra presencia en América Latina y Europa se diluye. Con China estamos pendientes de cómo evolucione el conflicto de ese país con EU. Los organismos de relación y promoción de México en el exterior han desaparecido y sus recursos son destinados al Tren Maya. No tomamos una posición clara o protagónica, como la tuvimos en el pasado, ni siquiera en el tema del calentamiento global. No es culpa, hay que decirlo, de Marcelo Ebrard, que está haciendo, en lo que puede, bien su trabajo. Pero un canciller no puede reemplazar a una política exterior clara ni mucho menos a un presidente que la represente con su presencia y posiciones en el ámbito internacional.
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