Quienes no desearíamos la reelección de Donald Trump debemos empezar a reconocer lo inevitable.
En las últimas dos semanas se ha observado, en Estados Unidos, una avalancha de acontecimientos políticos que han sacudido a ese país. En ese corto lapso, increíblemente, todo parece haber quedado definido para las elecciones de noviembre. Aun cuando faltan meses de campaña, la triste realidad es que la suerte ya está echada.
La líder demócrata Nancy Pelosi comprometió a su partido en una aventura muy riesgosa como fue abrirle un proceso de destitución al presidente Trump. Ese fue un grave error de cálculo. Los demócratas le apostaron sus restos a que eran capaces de tumbar a Trump, o que por lo menos lo dejarían electoralmente debilitado.
Subestimaron al enemigo. No solo la Casa Blanca logró prohibir y efectivamente anular testimonios incriminatorios, sino que, a punta de garrote, amenaza y ‘mermelada’, comprometió en su defensa a los senadores republicanos. El resultado inevitable fue la absolución de Trump. Es decir, no pudieron tumbarlo. Y en cuanto al segundo objetivo, quebrarle un ala para reducir sus posibilidades electorales, les salió el tiro por la culata.
El mandatario tiene hoy bastantes puntos más de favorabilidad que antes del juicio político y, más importante aún, el 95 % de los votantes republicanos confirmaron sin ambigüedades, después del fallo absolutorio, que votarán por la reelección del actual presidente. En síntesis, el intento de los demócratas de usar el ‘impeachment’ como bola de demolición del poder electoral y de la elegibilidad del presidente actual fracasó rotundamente. Las consecuencias electorales y de opinión de la victoria de Trump llevan a pensar que tiene asegurada la reelección.
Y como si eso fuera poco, las campañas de los demócratas y las consecuencias iniciales de las primarias apuntan en la misma dirección de la inevitabilidad de un segundo mandato del actual presidente. Los resultados de las asambleas demócratas en el estado de Iowa dejan varias enseñanzas. La primera, y más sorpresiva, es que la certidumbre sobre la elegibilidad del exvicepresidente Joe Biden, de lejos el favorito inicial en las encuestas nacionales, se esfumó al quedar en cuarto lugar con 14 % de los asambleístas. Es decir, al único que realmente tiene reconocimiento suficiente a nivel nacional y que se consideraba el óptimo para derrotar a Trump le dieron una paliza sus propios copartidarios.
Al mismo tiempo, un desconocido, Peter Buttigieg, y un liberal de izquierda, Bernie Sanders, obtuvieron, por partes iguales, aproximadamente el 52 % de los votos. La encuesta de CNN divulgada este fin de semana confirma que, en las primarias de New Hampshire del próximo martes, se repetirá este fenómeno con un resultado aún mejor para la izquierda demócrata. De sostenerse esa tendencia, se anticipa un candidato demócrata con bajo reconocimiento nacional o una candidatura de Biden muy disminuida por los totazos recibidos, y con una plataforma de centroizquierda –aportada por Sanders– poco llamativa para el gringo promedio. Es decir, fritos.
La variable decisiva es la participación electoral. Claramente, no importa quién sea finalmente el candidato demócrata, carecerá de la magia suficiente para sacar en masa a los ciudadanos a votar. La convicción de la inevitabilidad de Trump y un giro a la izquierda en la posición ideológica se combinarán para desalentar a los electores que quisieran no tener que renovarle el mandato al presidente actual. En resumen, quienes no desearíamos su reelección debemos empezar a reconocer lo inevitable. El escenario más altamente probable es que la Casa Blanca siga siendo la morada del actual gobernante y su familia.
‘Dictum’. Si un ciudadano cualquiera le hace un homenaje a un terrorista y asesino profesional, estaría incurriendo en apología del delito.
Y cuando esto lo hace un general de la República y comandante del Ejército, ¿qué pasa?
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