The American Dream at a Crossroads

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La rebelión multicultural que se produjo como protesta por el asesinato de George Floyd, y que se extendió a varios países, en protesta al colonialismo y la esclavitud, dejó al desnudo la profunda oleada racista que se produjo desde que Trump asumió la presidencia.

Hubo cientos de manifestaciones (que continúan por otro asesinato) como Estados Unidos no había conocido antes, ya que por primera vez hubo una amplia participación de sectores provenientes de todos colores y “razas”. El concepto de “raza” es una convicción ideológica que no tiene el menor asidero científico y que ha llevado el color de la piel, al igual que ciertas diferencias étnicas, a una categoría absoluta.

El famoso pasaje de Tocqueville, donde predice en De la democracia en América, en 1835, que tanto Rusia como los pueblos anglo-americanos estaban destinados a ocupar un lugar eminente en el concierto de las naciones, ha sido mucho más recordado que aquel donde advierte el punto frágil de su arquitectura: “El más temible de todos los males que amenazan el porvenir de Estados Unidos nace de la presencia de los Negros sobre su suelo”.

El sistema esclavista se conjugaba mal con la democracia efectiva. Esta cuestión se zanjó a medias con la Guerra de Secesión de 1861-65. El victorioso Abraham Lincoln abolió la esclavitud, pero los fenómenos sociales pueden ser extremadamente persistentes, ya que un siglo y medio después los problemas derivados de la segregación continúan, en muchas planos, casi intactos.

Desde el fin formal de la esclavitud hasta la actual pandemia, la población negra continúa pagando su tributo de sangre. Basta ver los índices de educación, la composición de la inmensa población carcelaria y la distribución de la riqueza para comprobar que, el país de las oportunidades, no dejó nunca de ser un sueño incumplido.

Jano bifronte podría ser la insignia básica de Estados Unidos. La adhesión a Dios, inscripta en los dólares de todas las nominaciones, apenas responde a esa visión del mundo, donde el individualismo fue llevado a su máxima expresión.

Construido a partir del siglo XVII, Estados Unidos ha mezclado, antes que Marx formulara su doctrina, el paraíso en la Tierra, junto a un puritanismo avieso; la libertad religiosa y el derecho inalienable a expresarse, con un espíritu genocida y una ferocidad que no ha dejado casi indios a su paso y que ha tratado por todos los medios de borrar cualquier rasgo heredado del antiguo Imperio español, pues su otra gran línea de fractura es la población hispano parlante de Latinoamérica. Hay que leer el excelente libro del historiador Fernández-Armesto: Nuestra América: una historia hispana de los Estados Unidos.

Por una reconversión mágica, los habitantes originarios de este enorme territorio fueron transformados en “el otro”, en el inmigrante que proviene de “un pozo de mierda”.

De un modo parecido, la segregación racial ha continuado por muchos medios. Jefferson tuvo que ocultar la descendencia que tuvo con su esclava mulata, probablemente media hermana de su mujer, la propietaria original, porque, en el país de la libertad, la ley prohibía un matrimonio interracial. A mi juicio, el triunfo de Trump estuvo influido también por el hecho de haber existido previamente a él un presidente negro (mulato en realidad).

El intento de Trump de encontrar una respuesta militar a estas sublevaciones fue el punto de quiebre actual. La respuesta de altos jefes militares no se hizo esperar. Por otra parte, un sector significativo de la población blanca ya no puede mirar hacia otro lado, por la sencilla razón que frente suyo tiene sólo a Trump y su férrea defensa del supremacismo blanco. En su lugar, el movimiento Black Lives Matter puede revelarse de una vitalidad más poderosa incluso que la corriente de MeToo porque una derrota de Trump y de esta corriente profunda modificaría varias cuestiones de la geopolítica norteamericana.

Un país consagrado supuestamente al futuro, atiborrado de drogas y de calmantes opiáceos, con una parte de su población obesa y las enfermedades que esta situación conlleva, ha visto bajar su expectativa de vida y no ha conservado ninguna memoria objetiva de los hechos que lo conformaron.

La historia se volvió ficción desde el Mayflower. La fisura del sueño americano comenzó hace décadas, pero nunca se había revelado de un modo tan contundente la necesidad de cambiar.

Al mismo tiempo que la pandemia traspasó la barrera de los 100.000 muertos, reflejando las enormes distorsiones de su sistema de salud, Estados Unidos logró acoplar en la estación espacial un vuelo tripulado, empleando medios que los vuelven a colocar delante de China y Rusia. La Guerra de las Galaxias de Reagan dejó exhausto al antiguo Imperio Soviético; sin embargo, 30 años después, la Madre Rusia dirigida por un brillante e inescrupuloso hombre de la KGB, en alianza estrecha con la Iglesia Ortodoxa, ha regresado al tablero internacional.

La pérdida de la brújula en la política internacional ha sido negativa por donde se la mire, ya que Estados Unidos ni siquiera pudo conservar a sus principales aliados de la Unión Europea, sin hablar de América Latina. Sería una de las tantas ironías de la historia que la fuerza de las democracias resida en su capacidad de rebelión para reformar el orden constituido. Este as de triunfo no lo posee ni China ni la Federación Rusa, ni mucho menos nosotros, incapaces de rebelarnos masivamente contra los escandalosos asesinatos que comete la policía.

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