Los escenarios para una debacle de Biden se reducen de manera dramática.
A tres semanas de la votación presidencial en Estados Unidos, Donald Trump necesita un regreso improbable. Su desventaja en las encuestas nacionales es notable. Hace cuatro años, Hillary Clinton superaba a Trump, en un momento equivalente de la campaña, por cinco puntos porcentuales. En promedio, la diferencia entre Biden y Trump es, de diez puntos. Las cosas no pintan mejor para Trump en los estados clave. Biden tiene una ventaja sólida en Wisconsin, Pensilvania y Michigan. En los tres, el margen del candidato demócrata es de casi siete puntos, muy por encima del margen de error. La historia es similar en Florida, Arizona y Carolina del Norte: aunque la ventaja de Biden en esos estados es menor, aún así es importante. De acuerdo con los expertos en encuestas, incluso si los sondeos se equivocaran como lo hicieron en 2016, Biden ganaría.
En una situación así de precaria, uno pensaría que Donald Trump actuaría con sensatez para tratar de cerrar la brecha que, con toda claridad, le separa de su rival. Para empezar, uno imaginaría que Trump aprovecharía cualquier oportunidad para, por ejemplo, debatir con Biden en cualquier escenario o en cualquier formato. A la campaña seguramente le quedan sorpresas, pero solo le restan algunos puntos de inflexión previamente agendados. Los debates presidenciales son (¿eran?) los más importantes. A finales de la semana pasada, la comisión independiente de debates presidenciales (cuya probidad es intachable, diga lo que diga Trump) anunció que, por precaución tras el contagio de Trump, el segundo encuentro entre los candidatos sería en formato virtual. Aunque no es ideal, la decisión tiene sentido, sobre todo porque el formato sería de asamblea, con votantes haciendo preguntas. Ante la decisión de la comisión —que es, insisto, plenamente independiente y respetada desde hace décadas— Trump optó por el berrinche más absurdo. Dijo que no se presentaría a un encuentro virtual y sanseacabó, decisión que ha derivado en la cancelación de ese segundo debate. Dada la desventaja y el poco tiempo que le queda para revertirla, lo de Trump es incomprensible.
¿Qué le queda, entonces, a Trump? Muy poco. Hasta ahora, todas las sorpresas de la recta final de la campaña han conspirado en su contra. La más importante, por supuesto, fue su contagio de coronavirus. Aunque Trump ha tratado de darle la vuelta de mil maneras, lo cierto es que el contagio y sus detalles (no solo Trump se contagió, también buena parte de su círculo cercano, empezando por su esposa) lo han dejado en ridículo. Es difícil imaginar una situación más abiertamente embarazosa para un hombre que se ha dedicado por meses a minimizar el riesgo de la pandemia. Nada que haga Trump podrá quitar al virus del centro del escenario cuando Trump necesita lo opuesto: mientras más se hable del virus y menos de, por ejemplo, la economía, Trump lleva las de perder.
Volvamos entonces a la pregunta: ¿qué le queda? La respuesta está en la naturaleza impredecible de 2020. Hace cuatro años, la campaña cambió de rumbo en los últimos días tras la repentina intervención del FBI de James Comey en el asunto de los correos electrónicos de Hillary Clinton. Las revelaciones de Comey sobre el supuesto uso indebido del correo de Clinton reforzaron la narrativa de Trump (“Clinton es corrupta”) y sirvieron para darle el triunfo, por un margen mínimo, en la elección. ¿Puede pasar algo así esta vez? Nada es imposible, pero es improbable. Joe Biden no es Hillary Clinton. Para empezar, Biden es un personaje público mucho menos polémico y más querido. No es casualidad que Trump no haya logrado desmontar las virtudes de Biden. Aunque cualquier cosa puede pasar en el 2020, se antoja improbable que Trump encuentre la clave para derribar el prestigio de Biden cuando faltan 20 días. Biden, por su parte, ha hecho una campaña cuidadosa, evitando riesgos. Habla lo necesario y nada más. La suya ha sido una campaña adaptada a los tiempos que se viven y los tiempos que se viven han ayudado a Biden, que tiende a hablar de más o a equivocarse de manera innecesaria. Si Biden sigue por ese camino y cierra la puerta a las manipulaciones de Trump, los escenarios para una debacle en la recta final se reducen de manera dramática. Tampoco le ayuda a Trump que, en el 2020, el número de votantes aún indecisos es menor que hace cuatro años.
Por supuesto, nada está escrito y mucho menos. Por increíble que parezca, el índice de aprobación de la gestión presidencial de Trump ha subido un poco, hasta rozar el 45%. El número es todavía muy bajo (Obama ganó la reelección con casi 50% de aprobación), pero si sigue subiendo en las siguientes tres semanas, la elección podría cerrarse. El 2020 no nos dejará respirar ni un instante.
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