Los primeros 100 días de Biden: “damos la bienvenida a las ideas”
5 de mayo de 202100:05
Diego Cagliolo
PARA LA NACION
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Días atrás, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, realizó su presentación frente a ambas cámaras del Congreso. Atípica y simbólica por las restricciones de la pandemia y la presencia de dos mujeres -la vicepresidenta Kamala Harris y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi- junto al primer mandatario, en una muestra de que los tiempos en la política (también en los Estados Unidos) registran una interesante y necesaria apertura. La tradicional cita, que marca un punto de partida para lo que será la agenda de los próximos 4 años y que Biden calificó como la voluntad de “traer a EE.UU. de vuelta”, fue el escenario para que hiciera un resumen de lo actuado en sus primeros tres meses de gobierno. Un período intenso, con algunas definiciones interesantes.
Lo primera consideración que debemos atender es que, salvo en la Argentina, país que nos (mal) acostumbra (no solo en política) a movimientos pendulares de alta velocidad y vertiginosas oscilaciones, en los Estados Unidos, los cambios son mas sutiles, aún cuando los discursos de alto impacto puedan generar expectativas desmedidas respecto de sus reales implicancias. Hay más continuidad que ruptura y los grandes golpes de timón son escasos, pues solo suceden si pasan por el Congreso y ahí el camino es de mucha negociación.
Sin dudas el éxito de la gestión Biden en su estrategia en la lucha contra el Covid-19 ha sido su mayor activo por estos días. El cambio de percepción de una sociedad abatida por el virus, con altísimos registros de contagios y decesos y nula respuesta por parte del gobierno del saliente Donald Trump, fue el mayor golpe de efecto de la nueva gestión, que busca impulsar el optimismo general de la población en la recuperación de la economía y la creación de empleo. Biden superó su promesa de campaña de 100 millones de inoculaciones para los primeros tres meses, llegando a 220 millones. El paulatino “regreso a la normalidad”, con indicadores económicos envidiables, constituye una base bastante más sólida como para cimentar los cambios que la administración tiene en carpeta. Parado sobre ese logro, evitó el triunfalismo y las celebraciones anticipadas. Otra sutil diferencia con las formas en una Argentina en donde se festeja con bombos y platillos la llegada de un avión con una insignificante dosis de vacunas que terminan en los hombros de militantes, parientes, amigos, becarias y funcionarios.
Biden propone un cambio de paradigma, postulando que “un gobierno grande es un mejor gobierno”. El estado protagonista y activador de la economía. Una jugada arriesgada y a contramano de una tendencia histórica en EE.UU. de ambos partidos de ir hacia un gobierno central más pequeño y menos intervencionista. “La vida del país está en juego”, sostuvo al defender sus nuevos y amplios programas de intervención estatal.
Es una gran apuesta a la clase media estadounidense castigada por la pandemia y un claro mensaje a Wall Street. Adicionalmente a los 160 millones de “relief checks” de 1400 dólares c/u que ya llegaron a los bolsillos más de 127,5 millones de ciudadanos, Biden se propone lograr un gigantesco paquete de 1,8 billones de dólares, en lo que algunos medios estadounidenses catalogaron como “una de las agendas más progresistas de un presidente estadounidense desde hace más de medio siglo”. El Plan de Familias Estadounidenses; el Plan Migratorio (bajo la conducción de la vicepresidenta Kamala Harris y con una importante inversión en las naciones centroamericanas, especialmente Honduras, El Salvador y Guatemala); y el ambicioso Plan de Empleo Estadounidense resumen una fuerte intervención estatal en materia de ayudas familiares, infraestructura, aumento del salario mínimo, creación de empleos y compre norteamericano. Todo de la mano de un entusiasta apoyo e impulso a la creación de sindicatos.
Biden aspira a financiar este desembolso estatal mediante el aumento de la tasa de impuestos corporativos (que los republicanos han recortado en los últimos años) y obligando a quienes ganen más de US$400.000 al año y a las multinacionales a pagar más en impuestos. Algo similar propuso, en una reunión del G-20, la secretaria del Tesoro Janet Yellen, cuando instó a la adopción de un impuesto mínimo sobre la renta corporativa global. La teoría del derrame ha fracasado y es momento en que los de abajo y del medio impulsen hacia arriba y paguen los que más tienen. Bernie Sanders encantado. Olor a socialismo.
Todo esto en una realidad en donde deberá lograr la unidad de los norteamericanos, volver a poner en valor la democracia y recomponer su credibilidad. Impaciente, sabe que las urgencias económicas, la dinámica de la pandemia, el final de la “luna de miel” con el electorado o un repentino cambio de humor social que pueden devenir de acontecimientos de la vida social habituales en EE.UU. requieren de movimientos rápidos para la aprobación de un paquete de leyes claves. Las ventanas son cortas y la disponibilidad negociadora republicana también lo será. Deben recomponerse de su derrota y comenzar a elaborar un camino de oposición (con o sin Trump) para las próximas elecciones.
En materia internacional, el regreso al multilateralismo y el reencauzamiento de sus vínculos con Europa, Japón, Corea del Sur y Australia son signos alentadores. Sin embargo, salvo su acusación a la Rusia de Vladimir Putin (de buenos vínculos con Trump) como un nuevo miembro del club de los malos (China, Irán, Corea del Norte) no mucho ha variado de su predecesor en materia internacional. “Seremos firmes contra las autocracias, que son nuestros adversarios”, sentenció. Tal vez por ese motivo nunca antes China haya sido mencionada tantas veces y con tanto énfasis en un discurso presidencial de los primeros 100 días. La potencia asiática se ha convertido en un verdadero competidor entre iguales en los ámbitos militar, tecnológico y económico y reclama un su lugar. Biden dejó claro no tolerará las prácticas comerciales injustas y el robo de propiedad intelectual o las políticas de injerencia sobre Occidente, plantándole una competencia inclusive en aquellos aspectos en donde China ha mostrado mejor desempeño (vehículos eléctricos, energías limpias o producción y distribución de vacunas). Biden aspira a convertir a EE.UU. en el “arsenal global” de vacunas contra el Covid para el mundo. La diplomacia de las vacunas ya no es exclusiva potestad oriental.
Aunque lejos aún del escenario novelesco que plantean James Stavridis y Elliot Ackerman en “2034”, en donde EE.UU. y China se enfrentan en un conflicto militar abierto por Taiwán (y que Thomas Friedman analiza en su reciente articulo de The New York Times), la potencialidad de un conflicto existe y China y otros países se están acercando rápidamente a EE.UU en el terreno tecnológico, algo que para Biden es “mortalmente serio”. Desarrollar y dominar los productos y tecnologías del futuro evitará que China se convierta en la potencia más influyente del mundo.
Por el momento los norteamericanos parecen aprobar lo hecho. En términos económicos los pronósticos indican buenos vientos y crecimiento (según el FMI este año EE.UU. crecerá un 6,4%). El manejo de su relación con los republicanos y la capacidad de lograr avanzar en las reformas que plantea son los principales desafíos internos.
Tal vez ese sea el motivo (y confieso que causa una sana envidia) por el cual Biden haya convocado a la unidad de las fuerzas políticas. “Me gustaría reunirme con aquellos que tienen ideas que son diferentes. Damos la bienvenida a las ideas”, dijo, al referirse a su voluntad de trabajar con los republicanos, aunque aclaró que el no hacer nada no es una opción. Nada más alejado a nuestra mezquina política vernácula.
Exsubsecretario de Relaciones Internacionales y Cooperación de la provincia de Buenos Aires
Diego Cagliolo
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