MIAMI, Florida.- Fanfarrón y aguantador, como el legendario púgil Jack LaMotta, Donald Trump resiste bajo una tormenta de golpes judiciales y contraataca para evitar irse a la lona. Es decir, a la cárcel.
El director financiero de la Organización Trump, Allen Weisselberger, se entregó a la policía de Nueva York para enfrentar tras las rejas 15 cargos por delitos graves relacionados con el imperio de su jefe.
Quince años de “fraude fiscal criminal” de las empresas de Trump, “doble contabilidad”, “falsificación de registros comerciales”, “hurto mayor” y otra docena de delitos que desde 2018 persiguen el fiscal de Manhattan, Cyrus Vance Jr. y la fiscal general de Nueva York, Letitia James.
Ya tienen preso a su director financiero. Sigue él, aunque…
Con la cara desfigurada por el castigo de Sugar Ray Robinson en la sexta pelea entre ambos, aturdido sobre sus piernas, con el público del Madison Square Garden al filo de las butacas la noche del 14 de febrero de 1951, LaMotta seguía tirando golpes porque se negaba a caer en la “masacre de San Valentín”, que luego fue llevada al cine en Toro salvaje y otras películas (una con Robert De Niro).
Así está Trump. Jack LaMotta no cayó.
Su contraataque fue espectacular: demandó a Facebook, Twitter y Alphabet (propietaria de Google y YouToube), porque le prohibieron el uso a sus plataformas desde que incitó a la toma del Capitolio el pasado 6 de enero.
Alega una razón noble: libertad de expresión. Pero, como en todo lo que hace, hay trampa.
Cuando lo sacaron del ciberespacio, Trump alardeó con que iba a montar su propia red social y haría pedazos a sus competidores Mark Zuckerberg, Jack Dorsey y Sundar Pichai.
El “faro de la libertad”, como le llamaron a la nonata red de Trump, fue abandonada en santa paz a los 29 días de iniciados los trabajos preliminares.
Ahora, con su financiero en manos de la justicia de Nueva York, anunció la demanda amparado en la Primera Enmienda, que protege la libertad de expresión.
No hay manera de que gane, porque las compañías demandadas son particulares y tienen sus propias reglas, pero su golpe lo ha hecho regresar a la atención pública, a los comentarios en los medios impresos y electrónicos.
Y lo más importante, Trump ha logrado, otra vez, distraer la atención de lo grave: su fraude fiscal y la detención de Allen Weisselberger.
Esos trucos los aprendió de su mentor, Roy Cohn, “el abogado más cruel, leal, vil, duro y brillante de América”, como lo describe la revista Esquire, cuya vida fue llevada a la pantalla con Al Pacino, y su historia contada en una serie de HBO.
“Cuando alguien te acorrale, cambia de tema… Cuando alguien te demande, demándalo tú a él… No te disculpes, golpea…”, le aconsejaba Roy Cohn a Donald Trump.
Es lo que está haciendo el derrotado populista estadounidense. Lo hizo también desde la Presidencia.
Viene en una magnífica reseña sobre la serie (El País, 22 de junio de 2020) que, en 1975, la empresa inmobiliaria de Trump fue llevada a proceso por violar las leyes de derechos civiles y discriminación, pues no rentaba departamentos a personas afroamericanas.
Cohn le dijo, “no te defiendas, ataca”.
Y Trump demandó al Departamento de Defensa de Estados Unidos por 100 millones de dólares, por “tener vínculos con los nazis y el Ku Klux Klan”.
Es lo que acaba de hacer el expresidente que cabecea de espaldas a las cuerdas: demandó a las grandes plataformas de comunicación digital, basado en mentiras, sin posibilidad alguna en este caso, pero cambió la conversación.
Trump, como presidente, fue un mentiroso compulsivo, y lo sigue siendo ahora. Distrajo su vergonzosa derrota ante “sleepy” Biden, de 78 años, con la mentira del ‘fraude’ que aún hoy retumba en este país al que dejó dividido, polarizado, irritable y con medio millón de muertos por una pandemia que dijo que no era grave.
Mintió decenas de miles de veces, de acuerdo con la contabilidad que le llevaron los medios, a los que atacó sin pausa.
Roy Cohn le enseñó a mentir. “Nunca aceptes una derrota”.
Y de él aprendió que los escrúpulos no sirven para conseguir sus objetivos. El abogado, neoyorquino como Trump –inmensamente rico pero no tenía una sola propiedad ni cuenta bancaria a su nombre–, le decía a sus clientes: “No me digas qué ley es el problema. Dime el nombre del juez”.
Desde hace poco más de una semana, el jefe de las finanzas del hombre que vivió de la nada está preso y tendrá que revelar el esquema de defraudación fiscal de la Organización Trump.
Jack LaMotta, terminada su carrera de boxeador, se dedicó al cine (participó en más de una docena de películas) y se vino a vivir a Miami, donde abrió un bar en la avenida Collins, cerca de la playa. Murió aquí, entre la fama y problemas con la ley. Genio y figura.
Roy Cohn, judío antisemita, homosexual homófobo, murió como vivió: mintiendo. Dijo que tenía cáncer en el hígado, y era sida.
Aún falta para conocer el desenlace de los líos de Donald Trump. Pero no mucho.
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