The failure of efforts to stop the war may lead to situations that are uncontrollable as the war escalates.
Escalation is inherent in every war, and that is true for the war in Europe today. Vladimir Putin wants to annul Ukraine as an independent and sovereign country, while Volodymyr Zelenskyy is not only defending it, but wants to recover what has been lost now and in 2014 when Russia illegally seized Crimea and the Russian secessionists took over part of the Donbass Basin.
Efforts so far to deescalate the conflict have been futile. Sanctions have served to weaken the invader, but not to stop or dampen the aggression. Nor have talks between the two parties, now on hold for weeks, succeeded. The humanitarian corridors, the rescue of civilians who are surrounded in Mariupol and proposed cease-fires, such as that U.N. Secretary-General António Guterres proposed on the occasion of the Orthodox Easter, have failed. The high-ranking international U.N. official was humiliated by the Kremlin, as evidenced by his reception at a long table of enemies and by the greeting the Kremlin sent to Guterres by way of launching two missiles at Kyiv while Guterres toured the city.
Yesterday's visit to Kyiv by Democratic House Speaker Nancy Pelosi conveyed support for the $33 billion in financial and military aid that Joe Biden is seeking from Congress, a package which is almost as much as the financial package the U.S. provided to fight Adolf Hitler in 1941.
It is not so much with Zelenskyy that Putin wants to negotiate, but with Washington.
Thus, there are the public outbursts, especially in the Kremlin media, which turn the language about the war of aggression against Ukraine on its head, as if it were Russia under attack and thus justified in defending itself with all weapons, including nuclear weapons. The war is dragging on, and with time, the risks of facing unforeseeable and overwhelming consequences are growing.
El fracaso de los esfuerzos para frenar la guerra puede conducir a situaciones incontrolables ante la escalada bélica
La escalada es inherente a toda guerra, y también sucede en la que vive hoy Europa. Vladímir Putin quiere anular a Ucrania como país independiente y soberano, mientras que Volodímir Zelenski no solo se defiende, sino que quiere recuperar lo perdido ahora y en 2014, cuando Rusia se adueñó ilegalmente de Crimea y los secesionistas rusos se hicieron con parte de la cuenca del Donbás.
Han sido inútiles los esfuerzos desplegados hasta ahora para desescalar. Las sanciones han servido para debilitar al invasor, pero no para frenar o amortiguar la agresión. Tampoco lo consiguieron las conversaciones entre las dos partes, interrumpidas desde hace semanas. Han fracasado los pasillos humanitarios, el rescate de los civiles cercados en Mariupol o las propuestas de alto el fuego, como la realizada por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, con motivo de la Pascua ortodoxa. El alto funcionario internacional ha merecido un trato humillante en el Kremlin —su recepción en la larga mesa de los enemigos— y su paso por Kiev fue saludado desde el Kremlin con dos misiles lanzados cuando aún seguía en la ciudad.
Toda la presión bélica se concentra en el este y el sur del país, donde el Kremlin acumula tropas para una lenta batalla de desgaste, que se saldará con una enorme pérdida de vidas en ambos bandos. Hay pocas dudas hoy del nuevo objetivo de Putin: conectar la Transnistria escindida ilegalmente de Moldavia con el territorio ucranio ya ocupado de Crimea y el Donbás. El nuevo foco bélico involucra a un país tercero, Moldavia, donde se han refugiado cerca de 400.000 ucranios, y sitúa en el mapa de hostilidades a la simbólica ciudad de Odesa con el objetivo de dejar a Ucrania sin costas ni puertos.
El desbordamiento está también en el este. La batalla del Donbás se libra en la retaguardia, donde se hallan los almacenes de armas y los depósitos de combustible. Hay también un desbordamiento en la guerra del gas y de la economía. El objetivo ruso, evidente en el corte del gas a Polonia y a Bulgaria, es debilitar y dividir a los aliados de Kiev, tanto en su política de sanciones como en el suministro de armas.
La visita ayer a Kiev de Nancy Pelosi, presidenta demócrata de la Cámara de Representantes de EE UU, respalda el auxilio financiero y militar de 33.000 millones de dólares solicitado por Joe Biden al Congreso, cercano ya al programa que financió la guerra contra Hitler en 1941. No es tanto con Zelenski con quien quiere negociar Putin, sino con Washington. De ahí también el desbordamiento verbal, especialmente en los medios de comunicación del Kremlin, que invierten los términos de la guerra de agresión a Ucrania como si fuera Rusia la atacada y estuviera autorizada a defenderse con todas las armas, incluidas las atómicas. La guerra se prolonga, y con el tiempo se incrementan los riesgos de incidentes imprevisibles que la desborden del todo.
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