Los fanáticos de echar tiros, que son muchísimos, más los fabricantes de armas de fuego, han doblegado los intentos por establecer una regulación estricta.
MIAMI, Forida – Niñas llenas de vida, con el uniforme del equipo de basquetbol de la escuela primaria de Uvalde, Texas, la sonrisa amplia en su piel de bronce, ahora están muertas por un tiroteo que se pudo evitar.
Todos los odios profundos en Estados Unidos, por motivos étnicos, religiosos, preferencia sexual o de ideología, más lo que usted quiera agregar, se desfogan a balazos porque las leyes dan facilidades para que suceda.
Y los fanáticos de echar tiros, que son muchísimos, más los fabricantes de armas de fuego, han doblegado los intentos por establecer una regulación estricta.
Hasta Donald Trump se conmovió al reunirse con los padres de los 17 niños y maestros de una escuela secundaria en Parkland, Florida, que fueron víctimas mortales de un desquiciado en 2018.
Regresó a Washington y al día siguiente se reunió en el Salón Oval de la Casa Blanca con legisladores demócratas y republicanos.
Les pidió a sus compañeros de partido no quedarse “petrificados” ante las presiones de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), y que junto con los demócratas, aprobaran una legislación integral que prohíba las armas de asalto.
Por un momento Donald Trump fue sensible y racional: “Es hora. Tenemos que parar esta tontería”, dijo a los legisladores.
Menos de 24 horas después entró a la Casa Blanca el principal cabildero de la NRA. Fue recibido por el presidente, y al terminar la conversación, tanto Trump como el cabildero en jefe de la Asociación Nacional del Rifle subieron a Twitter el mensaje de que el resultado de la conversación había sido “excelente”.
A partir de ahí, de ese encuentro, se diluyó la urgencia por legislar y el tema salió de la agenda presidencial.
Pocos meses antes de esa matanza de niños en Florida, en octubre de 2017, durante un festival de música country en Las Vegas, un tipo disparó desde el piso 32 de un hotel ubicado casi enfrente del lugar y mató a más de 50 personas. Disparó con un dispositivo que se adhiere al rifle semiautomático, llamado ‘culata’, con el cual salen más tiros y con una frecuencia más rápida.
El gobierno prohibió las ‘culatas’. Y Donald Trump dio un paso más: también quiso prohibir unos aparatos ortopédicos que fijan la puntería de quien dispara. No falla nunca.
Pero sus compañeros de partido, los dirigentes de la NRA y miembros de su equipo en la Casa Blanca lo persuadieron de retirar su propuesta.
Conclusión y desilusión: si un presidente republicano y popular entre los adictos a las armas, como Trump, no pudo, menos va a poder un mandatario demócrata e impopular como Biden.
Desde la matanza en una escuela primaria en Sandey Hook, en Connecticut (20 niños y seis adultos muertos), en este país han ocurrido más de tres mil 500 tiroteos masivos.
Nadie se escapa. Previo a la masacre del martes en Texas, The New York Times hizo un sintético repaso:
Una iglesia negra en Charleston, Carolina del Sur (2015).
Un centro sin fines de lucro financiado por el gobierno en San Bernardino, California (2015).
Una discoteca gay en Orlando (2016).
Un festival de música country en Las Vegas (2017).
Una escuela secundaria en Parkland, Florida. (2018).
Una sinagoga en Pittsburgh (2018).
Un Walmart en El Paso, de mayoría hispana (mexicanos).
Horas después, un tiroteo en un popular corredor de vida nocturna en Dayton, Ohio (2019).
Establecimientos de masajes asiático-americanos en Atlanta (2021).
Hace apenas una semana, un ataque racista en un supermercado en un barrio negro de Búfalo dejó 10 muertos.
Y ahora, niños y maestros en Uvalde, Texas.
No paran y no van a parar por la vía legislativa, porque algo tienen los fabricantes de armas y la NRA que doblegan a presidentes y legisladores. El general Obregón diría qué tienen y seguramente estaría en lo correcto: no sólo disparan cañonazos de plomo.
La única salida a la vista está por la vía judicial.
Mientras, como dijo el novelista John Updike en junio de 1968, cuando Robert Kennedy fue asesinado en el salón de un hotel en Los Ángeles, luego de ganar las primarias demócratas de California para la candidatura presidencial, y a dos meses de que mataran a Luther King en Memphis: “Dios parece haber retirado su bendición a Estados Unidos”.
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