El expresidente republicano, fiel a sí mismo, alimenta con una intensa campaña de ‘marketing’ las expectativas sobre su regreso a la competición electoral
La jugada es puro Donald Trump. El expresidente concede una entrevista a la revista New York, en la que, además de contar que la vida le sonríe en su campo de golf de Nueva Jersey, regala a la periodista el siguiente titular: “Ya he tomado la decisión”. Obviamente, la decisión es sobre si piensa presentarse o no a las elecciones presidenciales de 2024. ¿Significa eso que será candidato? No está 100% claro. ¿Y lo contrario? Aún menos. En la entrevista, también dice: “Mira. Estoy muy convencido de que si decido hacerlo, ganaré”. Luego se niega a desvelar el sentido de su elección. Y añade, en tono conspirativo: “Diría que la gran decisión ahora es si será antes o después”. ¿Antes o después de qué? Está claro: de las elecciones legislativas de medio mandato, previstas para noviembre, en las que están en juego un tercio de la Cámara de Representantes y la totalidad de los del Senado. Trump vuelve a la batalla política (si alguna vez la dejó).
Como demostró durante sus cuatro años en la Casa Blanca, se mueve mejor que nadie en ese territorio entre el absurdo, el marketing y el suspense. Hace semanas que todo el mundo da en Washington por hecho que se presentará y que la cuestión es saber cuándo piensa anunciarlo. La entrevista a la revista New York avanza, al menos, en la fijación del arco temporal de su más que previsible decisión.
Algunos medios hablaron la semana pasada que sería cosa del mes de julio (aunque vinieran de su entorno, ”eran fake news”, dice el expresidente a New York). Hay, al menos, dos urgencias. Por un lado, está aprovechar las muchas debilidades del que, de momento, es su más probable contrincante, el presidente Joe Biden, al que se la amontonan los problemas (el último, una encuesta de The New York Times y Siena College, según la cual, el 64% de los votantes demócratas preferirían que se presentara “cualquier otro”, sea lo que sea lo que esconda esa incógnita). Por el otro, asoma la idea de que si Trump lanza ahora su carrera ahora que faltan dos años y medio eso podría alejar la posibilidad de una imputación por las revelaciones que la comisión bipartidista que investiga el ataque al Capitolio. La última la soltó la republicana Liz Cheney al final de la séptima sesión de conclusiones del comité: aparentemente, el magnate llamó a uno de los testigos que está colaborando con los congresistas, alguien que trabajó para él. Esa persona no le cogió el teléfono, y lo puso en conocimiento de la justicia. ¿Quería influir sobre su ánimo delator? Eso tampoco está del todo claro.
El hecho de que Trump anuncie su candidatura antes o después de las elecciones es importante. Sobre todo lo es para sus compañeros de partido, un partido que tiene secuestrado desde que perdió las elecciones en 2020 y se empeñó en la teoría, que se ha demostrado carente de base, de que se las robaron los demócratas. En ella sigue embarcada, como volvió a demostrar en un mitin celebrado en Anchorage (Alaska), al que acudió a apoyar a sus candidatos para las primarias en ese Estado, entre ellos, Sarah Palin, que optó a la vicepresidenta junto a John McCain y fue una de las figuras más destacadas del Tea Party, movimiento político que, hace algo más de una década, sirvió de temprano laboratorio del estilo que llevaría al magnate neoyorquino a la Casa Blanca, alterando quién sabe si para siempre las reglas de Washington.
La historia de las primarias que se han celebrado en 31 estados hasta el momento (faltan otros 19) ha sido, del lado conservador, la historia de la influencia que aún tiene, o no, Trump. Todas y cada una de las citas se han interpretado en esa clave, dado que el expresidente ha escogido sus candidatos (a cada cual más heterodoxo) en cada carrera. No siempre ha acertado.
Republicanos de boquilla
Si anunciara que opta a regresar a la Casa Blanca, su efecto polarizador (con o contra él) se acentuará a buen seguro, y la retórica de los RINO secuestrará el debate en el partido. Los RINO (siglas de Republicans Only In Name, republicanos de boquilla) son esos miembros que no están suficientemente alineados con los valores conservadores de la formación y, por ejemplo, apoyan discretamente el derecho al aborto o piden algún tipo legislación que endurezca el control sobre las armas.
También es cierto que a medida que se van conociendo las escandalosas revelaciones de la investigación de la comisión del 6 de enero, la idea de que Trump desoyó el consejo de sus colaboradores y familiares y siguió adelante con la teoría del fraude electoral pese a que se adivinaban las consecuencias catastróficas de algo así (y que se hicieron realidad el 6 de enero de 2021), está haciendo su compañía cada vez más incómoda dentro del partido, independientemente de que acabe imputado o no por esos hechos. La persona que tiene que decidir sobre ese extremo, el fiscal general Merrick Garland no tiene precisamente fácil: un movimiento de ese tipo podría tener consecuencias legales y políticas de enorme calado, empezando por la discusión de si Garland estaría incurriendo en un conflicto de intereses al ir a por un contrincante de su jefe, el presidente Biden. Pero hasta eso podría dar igual. Trump tiene media docena de causas judiciales pendientes en Washington, Nueva York y Georgia.
Su figura también ha petrificado las aspiraciones de sus posibles adversarios en el partido. Su sombra es aún tan alargada que pocos se atreven a colocarse enfrente del magnate. De momento, el político más citado como posible contrincante en las primarias es el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que ha conquistado la atención nacional con su conservadurismo sin ambages, en temas como el aborto o la educación, con la promulgación (y posterior enfrentamiento con la multinacional Disney) de la Ley del Derecho de los Padres sobre la Educación, cuyos detractores conocen como la Ley de No Digas Gay (Don’t Say Gay), porque eso es en parte lo que persigue: prohíbe hasta la edad de nueve años la discusión en clase sobre orientación sexual e identidad de género, la permite en cursos posteriores solo si es “apropiada para la edad o el desarrollo” de los estudiantes y alienta a los padres a que denuncien a los profesores que se la salten.
En la entrevista de New York, el expresidente menosprecia a DeSantis, diciendo que si llegó a gobernador fue gracias a él, y después practicando otro de sus juegos predilectos: mentir con la verdad (más bien, la clase de verdad que emborronan los datos). Cita un sondeo según el cual ganaría en las primarias al republicano de Florida por un amplio margen (con un 58% frente a un 10%). Y eso tampoco es tan así: hay otra encuesta, de la Universidad de New Hampshire, que da a DeSantis una ligerísima ventaja: 39%-37%. Y de nuevo, la jugada es puro Trump.
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