Los inmigrantes se dan cuenta de que los han convertido en cargamentos humanos. En paquetes simbólicos de una guerra política. Su vida es manipulada para confrontar al partido opositor.
La aberración empezó en abril. El gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, consideró una idea política brillante rentar buses, llenarlos de inmigrantes indocumentados y enviarlos a los estados demócratas del norte para que sean estos quienes se ocupen del tema. Algunos van a Washington. Otros, a Nueva York, a Illinois, a Massachusetts. Los conservadores festejaron la audacia y algunos se atrevieron a repetir la acción. Doug Ducey, también republicano, gobernador de Arizona, contrató más buses, tomó un puñado de inmigrantes y los dirigió hacia los mismos destinos.
El jueves pasado llegaron dos buses repletos de latinos sin papeles a la casa de la vicepresidenta Kamala Harris en Washington. Fueron enviados como una especie de mensaje cruel desde Texas por Abbott, luego de que la demócrata asegurara que las fronteras eran seguras. Si los demócratas son proinmigrantes, que los reciban ellos, repiten en sus discursos los republicanos. Una venganza política para la cual es necesario el sufrimiento de millares de personas.
El último en sumarse a la correría fue el cada vez más popular Ron DeSantis, de Florida, gobernador radical y trumpista, quien dio un paso más allá. Fletó dos aviones privados y subió en ellos a 50 latinoamericanos sin papeles. Un par de horas después, las aeronaves aterrizaban en la isla de Martha’s Vineyard, en Massachusetts. “Florida no es un estado santuario (como se les conoce a los lugares que protegen a los inmigrantes). Es mejor que [los inmigrantes] vayan a uno que lo sea. Les ayudaremos a conseguir transporte para que vayan a esos pastizales más verdes”, comentó DeSantis con una sonrisa irónica.
Una vez llegan a los destinos que los republicanos han decidido por ellos, los desorientados inmigrantes preguntan dónde están. En más de una ocasión la respuesta no coincide con lo que se les prometió al momento de embarcar. Se dan cuenta de que los han convertido en cargamentos humanos. En paquetes simbólicos de una guerra política. Su vida es manipulada para confrontar al partido opositor. Familias enteras separadas por este juego macabro.
Los republicanos aplauden y hacen comentarios sarcásticos cuando reconocen que los buses alquilados fueron pagados por dineros de sus estados. Millones de dólares. Su demagogia no encuentra límite. En época de elecciones, como esta, todo vale. Hay que renovar sillas en los ejecutivos y legislativos. Se necesitan votos y se obtendrán de cualquier manera. Cueste lo que cueste. Sufra quien sufra. Los demócratas denuncian lo inhumano de la práctica e intentan contener el flujo inesperado de personas extraviadas.
La violencia de la acción supera mucho de lo que se había visto hasta ahora. Organizaciones no gubernamentales dedicadas a socorrer a los inmigrantes ofrecen dar una mano, pero están desbordadas. La cifra de los sin papeles transportados de un estado republicano fronterizo a uno demócrata en el norte ya supera los 12 mil. Es la radiografía del deterioro más reciente —pero, seguro, no la última— de la democracia estadounidense.
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