El último capítulo en las guerras del aborto en Estados Unidos tiene que ver con un medicamento muy importante para practicar abortos seguros y oportunos: la mifepristona. El aborto con medicamentos usa, en condiciones ideales, mifepristona, que sirve para terminar el embarazo, y misoprostol, que sirve para generar contracciones y expulsar el embrión. Ambos medicamentos han sido centrales en la lucha por el derecho a decidir en Latinoamérica desde hace décadas, y una de las estrategias de los anti-derechos ha sido precisamente prohibir la mifepristona en algunos países, ya que el misoprostol, como tiene muchos otros usos, ha sido más difícil de prohibir. Como resultado, en algunos contextos se practican abortos solo con misoprostol, y este sigue siendo un método bastante seguro y efectivo.
Hasta ahora ambas pastillas han sido legales en Estados Unidos y están aprobadas por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA en inglés). Pero la semana pasada dos jueces federales fallaron uno en contra y el otro a favor de la prohibición de la mifepristona, y ahora están en uno de esos limbos legales en los que con tanta facilidad cae el sistema de justicia gringo. Por un lado, Matthew J. Kacsmaryk, un juez conservador en Texas, nombrado por Trump, por supuesto, se atrevió a cuestionar a la FDA: “en este caso, la FDA renunció a sus legítimas preocupaciones de seguridad —en violación de su deber legal— basándose en un razonamiento llanamente infundado y estudios que no apoyaban sus conclusiones” dijo en su fallo, en donde también afirma que la mifepristona es “insegura”, básicamente porque puede producir un aborto, aunque no represente riesgos para la gestante. Esto genera otras tensiones en los discursos de autoridad, pues ¿quién tiene la última palabra para determinar la seguridad de un medicamento? ¿Un juez o la organización especializada en hacerlo? Por otro lado, Thomas Rice en Washington reiteró lo que ya se sabe desde hace más de dos décadas: que la mife es totalmente segura. Estas batallas legales ya empezaron a tener consecuencias. Por ejemplo, una de las farmacias de cadena más extendidas en Estados Unidos, Walgreens, anunció que dejará de ofrecer la mifepristona en 21 estados.
Algo que está en la base de este problema es que estas conversaciones sobre el aborto con medicamentos son relativamente nuevas para la opinión pública en Estados Unidos. Es lo que pasa cuando has tenido el derecho a abortar garantizado por décadas. Y es que las repercusiones de la caída de Roe v. Wade el año pasado se hicieron más grandes porque parece que no había planes de contingencia por si algo así llegara a pasar. ¡Nos hubieran preguntado a las feministas latinoamericanas! Les habríamos dicho, desde hace rato, que era indispensable garantizar a futuro el acceso a la mifepristona y el misoprostol, y que se debía educar a las personas sobre sus usos, para que no terminaran siendo estigmatizadas como “las pastillas satánicas que sirven para matar”. Ese discurso nacionalista de Estados Unidos, que los hace verse como el país más justo y progresista, el futuro utópico en el presente, deja muchos vacíos estratégicos incluso en los y las activistas mejor intencionadas, y esto se nota en el inmenso terreno que han ganado los grupos anti-derechos en menos de un año. Ojalá, entonces, que los grupos a favor de los derechos reproductivos puedan resistir y remontar, pues, aunque parece que cuando vemos a Estados Unidos estamos mirando al pasado, esto, sin duda, tendrá repercusiones en Latinoamérica en el futuro.
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