In the “Greatest City in the World,” curiously, corruption scandals at the highest levels of government are a long-standing legacy.
The mayor of one of his country’s major cities, a political figure at one time seen as the leader who would bring change to his party, has been accused in court of bribery, fraud and financial irregularities in his campaign. In a city and region known for corruption and patronage scandals at all levels, evidence was found in the mayor’s phone conversations that he had received money and favors, which were not reported appropriately, from influential businessmen and politicians to whom he gave favorable treatment once he was in power.
We’re not talking about the mayor of a medium-sized city in Colombia. We’re talking about the mayor of New York City, Eric Adams. Until recently, he was considered one of the rising stars of the Democratic Party. Now, he is facing accusations of bribery and later, when he was in office, of favorable treatment of the Turkish government, helping it to obtain construction permits for a new consulate, which initially did not comply with all the required safety regulations.
In his initial statement, Mayor Adams said that he has no intention of resigning. New York Gov. Kathy Hochul has the power to remove him from office. This situation has not arisen in the state since 1932, when then Gov. Franklin Delano Roosevelt — who later would be elected for no less than four consecutive terms as U.S. president — was at the point of removing the mayor at the time, Jimmy Walker, from office. Walker was caught up in a bribery scandal that finally led him to resign as mayor.
In the “Greatest City in the World,” curiously, corruption scandals at the highest levels of government are a long-standing legacy. The Democratic Party political machine known as Tammany Hall prevailed in city government for decades. Gaining the support of the large communities of immigrants from Ireland and other countries that were pouring into the city, Tammany Hall became immensely powerful in New York, at the state level as well as in the city, from the 19th century to the middle of the 20th century.
The Tammany Hall machine chose mayors and governors at will — like Jimmy Walker, mentioned above, or New York Gov. Al Smith, who was the Democratic presidential candidate in the 1928 election. At the same time, it was sustaining a system of cronyism and political patronage that let it maintain itself in power, get representation in various federal administrations and, in the process, enrich those in the party leadership.
It is a curious fact that reminds us that, contrary to the tendency that we Colombians — and, really, everyone — have of believing that our situation is special and unique, corruption and patronage arrangements have existed in many places and at many times throughout world history.
And although this corruption is lamentable and to be condemned, it is not necessarily the decisive factor that determines the path to prosperity for a group of people. I don’t think that New York blames all its problems (or, better, its achievements) on the “verdict” of corruption. And neither should Colombia.
La “condena”
En la “Capital del Mundo”, curiosamente, los escándalos de corrupción en las más altas esferas del poder son un legado de vieja data.
Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com
Un alcalde de una de las principales ciudades de su país, una figura política que alguna vez fue vista como el líder que traería el “cambio” a su partido, ha sido acusado por la justicia de soborno, fraude y financiación irregular de sus campañas. En una ciudad y una región históricamente conocidas por escándalos de corrupción y clientelismo en todos los niveles, se encontraron en los chats del teléfono del alcalde evidencias de que recibió dinero y favores de influyentes empresarios y políticos sin reportarlo adecuadamente, los mismos a quienes luego favoreció con sus decisiones al llegar al poder.
No se trata de un alcalde de una ciudad intermedia de Colombia, sino del alcalde de Nueva York, Eric Adams, quien hasta hace poco era considerado una de las estrellas emergentes del Partido Demócrata y que ahora enfrenta acusaciones de recibir dinero y, posteriormente, beneficiar, ya en el cargo, al gobierno de Turquía, facilitándoles la obtención de permisos para la construcción de un nuevo consulado que inicialmente no cumplía con todas las condiciones de seguridad requeridas.
Ante las declaraciones iniciales del alcalde Adams de que no tiene intenciones de renunciar, quedará en manos de la gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, la discreción de removerlo o no de su cargo, una situación que no se presenta en el estado desde 1932, cuando el entonces gobernador, un tal Franklin Delano Roosevelt – quien más tarde sería elegido, nada más y nada menos, por cuatro periodos consecutivos como presidente de los Estados Unidos – estuvo a punto de destituir al alcalde de entonces, Jimmy Walker, quien se vio envuelto en un escándalo de sobornos que lo llevó finalmente a renunciar de su cargo.
En la “Capital del Mundo”, curiosamente, los escándalos de corrupción en las más altas esferas del poder son un legado de vieja data. Durante décadas, imperó en las instituciones de la ciudad lo que se conoció como “Tammany Hall”, una maquinaria política del Partido Demócrata que, ganándose el apoyo de las grandes comunidades de inmigrantes irlandeses y de otros países que llegaban masivamente a la ciudad, consolidó un inmenso poder en Nueva York, tanto a nivel de la ciudad como del estado, desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX.
Esta maquinaria colocaba alcaldes y gobernadores a su antojo—como el mencionado Jimmy Walker o el excandidato presidencial Al Smith— mientras sostenía una estructura de clientelismo y patronazgo político que les permitió perpetuarse en el poder, obtener representación en distintos gobiernos federales y, en el proceso, enriquecer a quienes se encontraban en su cúpula.
Una curiosidad histórica que nos recuerda que, contrariamente a la tendencia que tenemos los colombianos —y en general, todos— de creer que nuestra situación es especial y única, la corrupción y las estructuras clientelistas han existido en muchos lugares y momentos a lo largo de la historia mundial.
Y aunque esta corrupción es lamentable y condenable, no es necesariamente el factor decisivo que determina el rumbo hacia la prosperidad de una población. No creo que Nueva York le atribuya todos sus males (o, más bien, sus logros) a la “condena” de la corrupción. Colombia tampoco debería hacerlo.
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