Faced with Trump’s Mob — Win, Kamala!

Published in Analitica
(Venezuela) on 1 November 2024
by Trino Márquez Cegarra (link to originallink to original)
Translated from by Patricia Simoni. Edited by Michelle Bisson.
Juan Nuño, the renowned Spanish philosopher, who contributed to the education of numerous generations of Venezuelan students with his sound knowledge, often said that all citizens of democratic countries should vote in the U.S. presidential election. The professor was right: The northern country is the most important nation on the planet. The decisions adopted by its leaders usually have important consequences for the rest of the world. Nuño’s vision has more meaning today than at any other time.

Democracy and the values linked to it — respect for the rule of law, inclusion of minorities, independence and balance among public institutions, freedom of thought and opinion, among many others — are currently blocked in much of the world by autocrats who have built hegemonic and exclusionary political models. The United States should be a model of democracy.

One such leader is Donald Trump, who jumped into politics from the business and entertainment world without ever having had to negotiate a budget in Congress or connect with a community’s problems from a governorship or as a mayor. In 2016, when he was elected president, Trump was very much a political outsider. Now, eight years later, he has gained some experience. Yet the upstart’s own traits remain intact.

He still continues to repeat, without any evidence, that fraud was committed in the 2020 election and that he was the real winner of the election. He downplays the serious events of Jan. 6, 2021, when a mob of fanatics inspired by his insurrectionist diatribes stormed Congress, violating a tradition of more than two centuries in which the act of reaffirming the outcome of Electoral College votes has been conducted peacefully.

He considers the assailants of the Capitol, many of them on trial for sedition, to be national heroes.

Trump has incorporated his quarrelsome style as a substantive part of his crusade for reelection in 2024. He does not see election campaigns as a time for contrasting differing political, economic, social and cultural proposals, but as offering an arena in which the competitor must be destroyed. For him, there is no adversary, but an opponent to be annihilated. The nation does not exist as a unitary concept; there are only, unconditionally, subordinates and enemies.

That is how Trump behaved with Joe Biden when Biden aspired to reelection, after he had won the Democratic Party primaries. Trump rarely offered any interesting or profound idea that contrasted with those of the incumbent president — not even in the debate between them. Trump engaged only in televised denigrations and slander against Biden.

Trump transferred his villainous style to his confrontation with Kamala Harris, the vice president, whom he needed to disqualify simply because she is a woman. Yet, Trump didn’t even try because Harris had already bested him when he agreed to debate her face-to-face in a television studio: No fanatic audience to applaud him was present. For a primitive mentality like Trump’s, that face-off was an ordeal.

However, the perverse side of the aspiring candidate has become most evident in his campaign profile. That fundamental value of Western society, respect for minorities and vulnerable sectors, has been dynamited. The take Trump has given that topic is a combination of segregation, male supremacy, misogyny, hoaxes and contempt for people.

One of the victims has been the truth. Trump said that in some U.S. communities, Haitians are eating citizens’ pet cats. After an investigation, several journalists proved that such a statement was a lie. Of course, no apology has ever come from the lips of Trump or any of his advisers. The latest thing to be aware of is the cruel insult to Puerto Ricans at the Madison Square Garden event, where a “comedian” close to Trump said that Puerto Rico was a pile of garbage floating in the Atlantic Ocean (the subject does not even know that this area is identified as the Caribbean). The candidate disassociated himself from the insult, but did not condemn it.

The predominant tone in the candidate’s harangues is the denigration of ethnic, religious and political groups — and his own personal disqualifications.

When Trump does have an idea, it is usually disconcerting. For example, he said that Volodymyr Zelenskyy was responsible for the invasion of Ukraine, suggesting in passing that the United States, with him in office, would not continue the financial support of Ukraine. Regarding China, it is not known whether he wants to unleash a trade war with a return to radical protectionism, or whether he aspires to foster intelligent cooperation between the two powers.

The same goes for his vision of Europe and NATO: Trump is a motley mix of populism, liberalism and nationalism within a vessel dominated by improvisation and authoritarianism.
God save America and the world. Kamala, defeat that mob!


Decía Juan Nuño, el reconocido filósofo español que contribuyó con sus sólidos conocimientos a la formación de numerosas generaciones de estudiantes venezolanos, que en la elección presidencial de Estados Unidos deberían votar todos los ciudadanos de los países democráticos. No le faltaba razón al maestro: el país del norte constituye la nación más importante del planeta. Las decisiones que adoptan sus gobernantes, la mayoría de las veces tienen consecuencias importantes sobre el resto del mundo. Esa visión de Nuño hoy posee más significado que en cualquier otro momento.

La democracia y los valores ligados a ella –respeto al Estado de derecho, inclusión de las minorías, independencia y equilibrio entre las instituciones públicas, libertad de pensamiento y de opinión, entre muchos otros- en la actualidad se encuentran arrinconados en gran parte del globo por autócratas que han construido modelos políticos hegemónicos y excluyentes.  Estados Unidos tendría que ser un modelo de democracia.

Uno de esos líderes es Donald Trump, quien aterrizó en el campo de la política procedente de la esfera de los negocios y el espectáculo, sin que jamás hubiese tenido que negociar un presupuesto en el Congreso o se hubiese conectado con los problemas de una comunidad desde una gobernación o una alcaldía. En 2016, cuando llegó a la presidencia, Trump era el propio forastero de la política. Ahora, ocho años más tarde, ha adquirido cierta experiencia. Sin embargo, los rasgos propios del advenedizo se mantienen intactos.

Aún sigue repitiendo, sin ninguna prueba, que en la elección de 2020 se cometió un fraude y que él fue el verdadero ganador de la contienda. Le resta importancia a los graves sucesos ocurridos el 6 de enero de 2021, cuando una turba de fanáticos inspirados por su discurso insurreccional tomó por asalto el Congreso, violando una tradición de más de dos siglos en la cual el acto protocolar de reafirmar el ganador de los comicios en los colegios electorales, se efectuaba de forma pacífica. A los asaltantes del Capitolio, muchos de ellos enjuiciados por sedición, los considera héroes de la patria.

Su estilo pendenciero Trump lo ha incorporado como parte sustantiva de su cruzada para conseguir la reelección en 2024. Las campañas electorales no las asume como jornadas para contrastar propuestas políticas, económicas, sociales y culturales distintas, sino como la arena donde se debe destruir al competidor. Para él no hay adversario, sino un opuesto al cual hay que aniquilar. La Nación no existe en cuanto concepto unitario. Solo hay subalternos incondicionales y enemigos.

De ese modo se comportó con Joe Biden cuando este aspiró a la reelección, luego de su victoria en la Primaria del Partido Demócrata. Contra el presidente en ejercicio pocas veces esgrimió alguna idea interesante y profunda. Ni siquiera en el debate que ambos protagonizaron. Solo aplicó contra él denuestos y calumnia televisados.

Ese estilo de villano lo trasladó a su confrontación con Kamala Harris. Contra la vicepresidenta solo le ha faltado descalificarla por ser mujer. No se ha atrevido porque Kamala lo vapuleó cuando aceptó debatir con ella frente a frente en un estudio de televisión. Allí no tenía un público fanatizado que lo aplaudiera. Para una mentalidad rústica como la de Trump, el careo fue un calvario.

Sin embargo, donde se ha evidenciado el lado más perverso del aspirante es en el perfil de su campaña. Ese valor fundamental de la sociedad occidental que es el respeto a las minorías y a los sectores vulnerables, ha sido dinamitado. El perfil que Trump le ha imprimido a esa jornada combinan la segregación, el supremacismo machista, la misoginia, los bulos y el desprecio por la gente. Una de las víctimas ha sido la verdad. Dijo que en algunas comunidades estadounidenses los haitianos se comían los gatos, que les servían de mascota a los ciudadanos. Luego de una investigación, varios periodistas demostraron que tal afirmación era mentira. Desde luego que de los labios de Trump ni de ninguno de sus asesores jamás ha salido una disculpa. Lo último que se ha sabido es el cruel insulto a los puertorriqueños en el acto en el Madison Square Garden, donde un ‘cómico’ allegado a Trump dijo que Puerto Rico era un montón de basura que flotaba en el océano Atlántico (el sujeto ni siquiera sabe que esa área se identifica como Mar Caribe). El candidato se desmarcó del agravio, pero no lo condenó.

La tónica predominante en los actos proselitistas del candidato es el vejamen a grupos étnicos, religiosos y políticos, y la descalificación personal. Cuando surge alguna idea, esta suele desconcertar. Por ejemplo, dijo que el responsable de la invasión a Ucrania había sido Volodimir Zelenski, con lo cual de paso sugirió que Estados Unidos, con él en la presidencia, no seguiría apoyando financieramente a Ucrania. Respecto de China, no se sabe si quiere desatar una guerra comercial, con la vuelta al proteccionismo radical, o si aspira a fomentar una cooperación inteligente entre ambas potencias. Lo mismo ocurre en su visión de Europa y la OTAN. Trump es una mezcla abigarrada de populismo, liberalismo y nacionalismo, dentro de un recipiente dominado por la improvisación y el autoritarismo.

Dios salve a Estados Unidos y al mundo. Kamala, ¡derrota a esa patota!
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