The future president of the United States knows that he is gambling with the economy. He could have taken a bit of a siesta on his popularity and confided in a political hit to prolong the honey moon with the electorate; he could have awarded his most radical followers with populist measures that are more cosmetic than real; he could have recreated himself in the historic event of being the first black president and defined a belligerent position in the extension of civil rights. But he preferred to confront the harsh reality before inventing another chord with his interests. And the reality is that the United States has been recorded to have the highest rate of unemployment in fifteen years, 7.2 percent, having created more than two and a half million unemployed in 2008. This is the principal concern of the Americans and has been his principal concern even before taking office. Obama has provided details of his economic reactivation program and has announced a plan of 800,000 million dollars that contemplates stimulus measures for private investment in future sectors – renewable energies and communication infrastructures – and tax reductions for 300, 000 million dollars. An ambitious plan of fiscal stimulus that aspires to create between three and four million employees in two years (90 percent in the private sector).
What a contrast with our country, where the unemployment rate is practically double that of U.S. and where the Zapatero government continues the squid tactic, creating artificial problems and improvising a radical agenda to deflect the attention of his absolute incapacity to confront the economic crisis. And when he begins to legislate economic material, it only occurs to him to create public posts in the peripheral administrations or to foment the clientele, because he lacks the political courage to propel unpopular but necessary reforms. Obama has announced extraordinary measures for a situation without precedents that sum a deficit of 1.2 billion dollars which will be recorded this fiscal year. On the whole, more than 15 percent of the American GDP, a fiscal impulse that has no precedents, not even in the times of Roosevelt’s New Deal and that of the size of the public sector and the fiscal pressure which were hardly a fourth of what they are today. Not even in this qualified situation of emergency is it permitted to governor by decree or jump over Congress, where his program has begun to be questioned and analyzed till the last minimal detail by senators and congressmen that owe his post to the electorate and neither the mechanism of the party nor the popularity of the President-elect. This is the grandeur of American democracy.
Obama’s employment plan is ambitious and probably will not produce the desired outcome. Its financing is a mystery and is as heavy as a flagstone for the exchange of the dollar in the following years, at the same time as the immense vacuum flows of international capital is occurring. It is going to impede, in spite of its good intentions, additional expenses in some pending reforms such as Social Security. To ensure its execution, it has some of the best North American economists, some of which are members of the Republican Party. It has an unquestionable Keynesian aspect, but does not contain basic errors, not even in its ideological slant which considers that economic laws are a slave to the right. It confides in the private sector and provides the necessary stimuli that mobilize in the achievement of the desired objectives. It utilizes the price and public tariffs system to give incentive to investment in energies without contaminants, without excluding nuclear, and diminishing oil dependency. It entrusts the private sector the provision of communication infrastructure in a country where the last big wave of public investment was more than fifty years ago. Faithful to himself, Obama has opted for the best Keynesian economics. That is his principal characteristic, including when he tries to reduce his protectionist impact. Only time will tell it works or drives the country into debt without precedent and precipitates his decline. But there is no doubt that he has made priorities clear and that he has made them coincide with the objective necessities of the country.
Zapatero y el ejemplo de Obama
EL futuro presidente de Estados Unidos sabe que se la juega con la economía. Podía haber sesteado un poco en su popularidad y confiado en algún golpe de efecto político para prolongar la luna de miel
EL futuro presidente de Estados Unidos sabe que se la juega con la economía. Podía haber sesteado un poco en su popularidad y confiado en algún golpe de efecto político para prolongar la luna de miel con el electorado; podía haber premiado a sus seguidores más radicales con medidas populistas más cosméticas que reales; podía haberse recreado en el hecho histórico de ser el primer presidente negro y definido una posición beligerante en la extensión de los derechos civiles. Pero ha preferido enfrentarse a la dura realidad antes que inventarse otra más acorde con sus intereses. Y la realidad es que Estados Unidos ha registrado en diciembre la tasa de paro más alta en quince años, el 7,2 por ciento, habiendo creado más de dos millones y medio de parados en 2008. Esa es la principal preocupación de los americanos y a ella se ha dedicado incluso antes de tomar posesión. Obama ha dado detalles de su programa de reactivación económica y ha anunciado un plan de 800.000 millones de dólares que contempla medidas de estímulo a la inversión privada en sectores de futuro -energías renovables e infraestructuras de comunicaciones- y rebajas de impuestos por 300.000 millones. Un ambicioso plan de estímulo fiscal que aspira a crear entre tres y cuatro millones de empleos en dos años (el 90 por ciento en el sector privado).
Qué contraste con nuestro país, donde la tasa de paro es prácticamente el doble de la americana y donde el gobierno de Zapatero sigue la táctica del calamar, creando problemas artificiales e improvisando una agenda radical para desviar la atención de su absoluta incapacidad para enfrentarse con la crisis económica. Y cuando entra a legislar en materia económica, solo se le ocurre crear empleo público en las administraciones periféricas o fomentar el clientelismo, porque carece del coraje político para impulsar reformas impopulares pero necesarias. Obama ha anunciado medidas extraordinarias para una situación extraordinaria. Su programa tiene esa inmensa virtud. Y los problemas derivados de una expansión fiscal sin precedentes que se suma al déficit de 1,2 billones que se registrará este año fiscal. En conjunto, más del 15 por ciento del PIB americano, un impulso fiscal que no tiene precedentes, ni siquiera en los tiempos del New Deal de Roosevelt y eso que entonces el tamaño del sector público y la presión fiscal apenas eran la cuarta parte de lo que son hoy. Ni en esta situación calificada de emergencia se permite gobernar por decreto ni saltarse al Congreso, donde su programa ya ha empezado a ser cuestionado y analizado hasta el más mínimo detalle por senadores y congresistas que deben su puesto al electorado y no a la maquinaria del partido ni a la popularidad del presidente electo. Esa es la grandeza de la democracia americana.
El plan de empleo de Obama es ambicioso y probablemente no producirá todos los efectos deseados. Su financiación es una incógnita y pesará como una losa sobre la cotización del dólar en los próximos años, a la vez que actuará de inmensa aspiradora de flujos internacionales de capital. Impedirá, a pesar de los buenos propósitos, gastos adicionales en algunas reformas pendientes como la de la Seguridad Social. Para su realización se ha contado con los mejores economistas norteamericanos, incluso con los procedentes del bando republicano. Tiene un indudable sabor keynesiano, pero no cae en errores de principiante, ni en el sesgo ideológico de considerar que las leyes económicas son una esclavitud de la derecha. Confía en el sector privado y le provee de los estímulos necesarios para que se movilice en la consecución de los objetivos deseados. Utiliza el sistema de precios y tarifas públicos para incentivar la inversión en energías no contaminantes, sin excluir la nuclear, y disminuir la dependencia del petróleo. Encarga al sector privado la provisión de infraestructura de comunicaciones en un país donde la última gran ola de inversión pública es de hace más de cincuenta años. Fiel a sí mismo, Obama ha optado por el mejor keynesianismo, esa es su principal característica, incluso cuando intenta reducir su impacto proteccionista. Solo el tiempo dirá si funciona o conduce al país a un endeudamiento sin precedentes y precipita su decadencia. Pero no cabe ninguna duda de que ha dejado claras sus prioridades y las ha hecho coincidir con las necesidades objetivas del país.
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The madness lies in asserting something ... contrary to all evidence and intelligence. The method is doing it again and again, relentlessly, at full volume ... This is how Trump became president twice.
It wouldn’t have cost Trump anything to show a clear intent to deter in a strategically crucial moment; it wouldn’t even have undermined his efforts in Ukraine.