No defeat like the one coming can be explained only by the success of the winners. Obama has made mistakes that have allowed his enemies to have their own ways. It is arguable whether it was because of faulty content or communication failures, but certainly his first two years in office have left dissatisfied both those who voted for him and those who voted against him. The new health care law and financial reform, his main achievements, faded soon after their approval. The president has failed in his desire to unite the nation and has lost his connection with citizens.
As a result, conditions that are attributable to the previous administration — like the economic crisis or the war in Afghanistan — today are attributed to Obama. Additionally, he is denied such obvious merit as to have avoided the financial disaster that hung over the country or have restored good U.S. relations with its allies and its main international competitors.
Some things could have been done differently, and thus the White House appears to be admitting that by replacing some of the president's collaborators. The left wing has missed a chance for a more aggressive stimulus plan to create jobs and greater support for health care reform. The democratic right wing laments that Obama has enlarged the debt and intends to raise taxes on the rich. But probably none of these recommendations would have served to prevent the situation from being how it is now. Obama's victory set off a primitive reaction of rejection from the conservative white America who, obsessively paranoid, thought a coalition of progressive educated elites and racial minorities were stealing their home country. "Give us our country back!" is constantly shouted at tea party demonstrations.
With the disorientation of the left wing, unable to offer their countrymen a clear and convincing plan to support Obama, this rural conservatism, helped by Fox, has monopolized the public opinion with a simple message that is deep down rooted in American society : against the state, for freedom. Soon after, 30 percent of Republicans came to believe that Obama was a Muslim and, indeed, thought that America was a socialist country. Obama was openly asked about it last week in an appearance on MTV. "Mr. President," one participant said, "my greatest fear is that we are turning into a Communist country."
"This is an example of how our political rhetoric gets spun up," Obama replied shyly. Actually, this suddenly seems a struggle between those who defend the principles of the American Revolution and its Constitution against a group of renegades who work for foreign causes.
Who better to fish in those waters than a master of dirty tricks like Karl Rove, who last year was able to set up the machinery to channel all that anger and get electoral returns.
This is not, however, Obama's end. Despite having his approval rating fall to 45 percent in the polls, the president is still the most popular politician in the country. The two years ahead may still change a lot. This could be enough time both for Obama to reconnect with the public and for divisions in the rival field to appear when deciding the name of a presidential candidate.
Ninguna derrota como la que se avecina puede explicarse únicamente por el acierto de los vencedores. Obama ha cometido errores que han dado alas a sus enemigos. Es discutible si se trata de fallos de contenido o defectos de comunicación, pero es indudable que sus dos primeros años de gestión han dejado insatisfechos tanto a los que votaron por él como a los que votaron en contra. La nueva ley sanitaria y la reforma financiera, sus principales logros, palidecieron poco después de su aprobación. El presidente ha fracasado en su voluntad de unir a la nación y ha perdido su conexión con los ciudadanos.
Como consecuencia, males que son achacables a la Administración anterior, como la crisis económica o la guerra de Afganistán, se atribuyen hoy a Obama, a quien, sin embargo, se le niegan méritos tan evidentes como los de haber evitado la catástrofe financiera que se cernía sobre el país o el de haber restablecido las buenas relaciones de Estados Unidos con sus aliados y sus principales competidores internacionales.
Algunas cosas podían haberse hecho de otro modo, y así parece reconocerlo la Casa Blanca con el relevo de algunos de los principales colaboradores del presidente. La izquierda ha echado en falta más agresividad en el plan de estímulo para crear empleo y más valentía en la reforma sanitaria. La derecha demócrata se lamenta de que Obama haya agrandado la deuda y pretenda subir los impuestos a los ricos. Pero, probablemente, ninguna de esas recomendaciones hubiera servido para evitar que hoy la situación fuese la que es. La victoria de Obama desató una reacción primitiva de rechazo de la América blanca y conservadora, que pensó, con obsesión paranoica, que una coalición de las élites progresistas educadas y minorías raciales les estaba robando su patria. "¡Devuélvannos el país!", gritan constantemente en las manifestaciones del Tea Party.
Ante la desorientación de la izquierda, incapaz de ofrecerle a sus compatriotas un proyecto claro y convincente en respaldo de Obama, ese conservadurismo rural, con la ayuda de la cadena Fox, monopolizó la opinión pública con un mensaje sencillo que encuentra raíces en la sociedad norteamericana: frente al Estado, libertad. En poco tiempo, un 30% de los republicanos creían que Obama era musulmán y, más aún, pensaban que Estados Unidos era un país socialista. Así se le preguntó abiertamente a Obama la semana pasada en una comparecencia en la cadena MTV. "Señor presidente", le dijo una participante, "mi miedo es que vamos hacia el comunismo".
"Eso que usted dice es la prueba de la distorsión del debate actual", contestó tímidamente Obama. En efecto, esto parece de repente una lucha entre quienes defienden los principios de la revolución americana y de su Constitución contra un grupo de renegados que trabajan para causas extranjeras.
Nadie mejor para pescar en esas aguas que un maestro del juego sucio como Karl Rove, quien el año pasado supo poner en marcha la maquinaria para canalizar todo ese rencor y obtener rentabilidad electoral.
Esto no es, sin embargo, el fin de Obama. Pese a haber caído hasta un 45% en las encuestas, el presidente es aún el político más popular del país. Los dos años por delante pueden dar todavía para mucho. Es tiempo suficiente para que Obama reconecte con el público y también para que aparezcan, cuando tenga que decidirse el nombre de un candidato presidencial, divisiones en el campo rival.
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