United States: Enemy or Ally?

Published in La Jornada
(Mexico) on 5 October 2011
by Editorial (link to originallink to original)
Translated from by Khald Peche. Edited by Gillian Palmer.
Nearly seven months since the tactical Operation Fast and Furious — in which the U.S. Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives (ATF) allowed into Mexico more than 2,000 assault rifles, 50 sniper rifles and thousands of rounds of ammunition that ended up in the hands of drug cartels — the Los Angeles Times wrote about a similar operation called Wide Receiver, coordinated by the ATF itself between 2006 and 2007 with the knowledge of senior Justice Department officials.

The data indicate, beyond a reasonable doubt, that the delivery of high-caliber weapons by U.S. officials to criminal groups operating in Mexico is not an isolated event or product of a "mistake" as Mexican President Felipe Calderon said last week, referring to Fast and Furious, but part of a pattern of conduct. In light of available evidence, it is now possible to know that while the Bush administration negotiated and signed with Calderon's government the Merida Initiative — a bilateral assistance agreement in which Washington pledged to guide, advise and equip Mexican authorities — from a public office in Washington, the power of criminal organizations south of the Rio Grande was fed by the supply of a destructive arsenal.

The actions taken by the U.S. government for the various sides involved in the "war crime” are no longer a surprise. If anything has characterized the international projection of that country's war on drugs and security, it is precisely the immorality and double standards of its officers. A recent instance was the statement of the alleged drug trafficker Vicente Zambada Niebla to an Illinois court, where he mentions that officers of the DEA, FBI and Immigration and Customs Enforcement gave their consent to conduct illegal activities between January 2004 and March 2009.

The veracity of the words of an alleged drug dealer seem uncertain, but it is more difficult to deny this fact when official documents that account for Fast and Furious and Wide Receiver as criminal operations demonstrate the complicity of U.S. authorities to Mexican crime. It is difficult to explain the actions of the U.S. public authorities — the supply of arms to factions which an allied government has declared its main enemy — without attributing it to a destabilizing context.

It is also difficult to understand the Mexican government's efforts to maintain a pact of cooperation on fighting crime and reestablishment of security with a partner as unreliable as Washington. If the Calderon administration was aware of the Wide Receiver operation, their decision to subscribe, under such conditions, to the mentioned bilateral agreement with the United States would have been extremely serious; however, the Mexican government was not aware of the operation. This would be indicative of an inexcusable lack of understanding of the challenges to public safety and the nation, knowledge that is a precondition for the formulation of any strategy with minimal prospects of success in those areas.

It is inevitable to identify, in the ambiguity of Washington, reasons that explain the failure of the current security strategy, which has resulted in 50,000 deaths so far. It has caused the destruction of the social and economic network in wide swaths of territory, as well as the exacerbated erosion of the institutions responsible for safeguarding the security and territorial integrity and seeking justice. Last but not least, this failure of the current security strategy has led to an unacceptable surrender of national sovereignty at the expense of the neighboring country.

In conclusion, the least we would expect from the authorities after the revelation of these operations is to halt the Merida Initiative immediately while it is being revised, since the United States government does not offer a plausible explanation for its double play. An exact definition of the U.S. status in the armed conflict will clarify the bleeding of Mexico; after the discovery of the Wide Receiver operation, it is unclear whether the U.S. is an ally or enemy.


EU: ¿aliado o enemigo?
A
casi siete meses de que se dio a conocer la realización del operativo Rápido y furioso –por el cual la Oficina de Control de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de Estados Unidos (ATF, por sus siglas en inglés) permitió el ingreso a México de más de dos mil fusiles de asalto, medio centenar de rifles de francotirador y miles de municiones que fueron a dar a manos de los cárteles de la droga–, el diario Los Angeles Times informó ayer sobre otra operación similar, denominada Receptor abierto, coordinada por la propia ATF entre 2006 y 2007, que contó con el conocimiento de altos funcionarios del Departamento de Justicia del vecino país.

El dato indica, más allá de toda duda razonable, que la entrega de armamento de alto calibre por autoridades estadunidenses a los grupos criminales que operan en México no es un hecho aislado ni producto de un error garrafal –como afirmó el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, la semana pasada, al referirse a Rápido y furioso–, sino parte de un patrón de conducta: a la luz de los elementos de juicio disponibles, hoy es posible saber que mientras el gobierno de George Bush negociaba y firmaba con el de Calderón la Iniciativa Mérida –acuerdo de asistencia bilateral por el cual Washington se comprometió a orientar, asesorar y equipar a las autoridades mexicanas–, desde una oficina pública de Washington se alimentaba la capacidad de fuego de las organizaciones delictivas al sur del río Bravo.

No cabe llamarse a sorpresa, pues, por la acciones realizadas por el gobierno de Estados Unidos en favor de los distintos bandos involucrados en la guerra contra la delincuencia que emprendió el gobierno federal. Si algo ha caracterizado la proyección internacional de ese país en materia de combate a las drogas y seguridad es, justamente, la inmoralidad y el doble discurso de sus autoridades: un botón de muestra reciente es la declaración formulada por el presunto narcotraficante Vicente Zambada Niebla ante una corte de Illinois, de que oficiales de la DEA, el FBI y la Oficina de Inmigración y Control de Aduanas dieron su consentimiento para que realizara actividades ilícitas entre enero de 2004 y marzo de 2009. Se podrá poner en duda la veracidad de las palabras de un presunto narcotraficante, pero resulta más difícil hacerlo con los documentos oficiales que dan cuenta de Rápido y furioso y de Receptor abierto, dos operativos que demuestran la connivencia de autoridades estadunidenses con la delincuencia mexicana. Es difícil de explicar estas acciones del poder público del país vecino –el suministro de armas a facciones a las que un gobierno aliado ha declarado su principal enemigo– si no es en el contexto de un propósito desestabilizador.

Es, asimismo, difícil de comprender el empeño del gobierno mexicano en mantener un pacto de colaboración en materia de combate a la delincuencia y seguridad con un socio tan poco confiable como Washington. Si la administración calderonista estuvo enterada de Receptor abierto, sería sumamente grave que hubiera decidido suscribir, en esas condiciones, el citado acuerdo de asistencia bilateral con Estados Unidos; pero si el gobierno mexicano no estaba al tanto de la operación, ello sería indicativo de una inexcusable falta de conocimiento de los desafíos a la seguridad pública y nacional del país, conocimiento que –tendría que estar de más recordarlo– es condición necesaria para la formulación de cualquier estrategia con mínimas perspectivas de éxito en esos rubros.

Como quiera, resulta inevitable identificar en la ambigüedad de Washington uno de los factores que explican el fracaso de la estrategia de seguridad vigente, la cual se ha saldado, hasta ahora, con unas 50 mil víctimas mortales, ha provocado la destrucción del tejido social y de la economía en amplias franjas del territorio, ha acentuado el desgaste de las instituciones encargadas de salvaguardar la seguridad e integridad territorial y de procurar justicia y, por si fuera poco, ha llevado a una claudicación inadmisible en materia de soberanía nacional ante el país vecino.

En suma, lo menos que cabría esperar de las autoridades ante la revelación de esos operativos es suspender de forma inmediata la Iniciativa Mérida en tanto ésta es revisada y en tanto el gobierno de Estados Unidos no ofrezca una explicación verosímil de su doble juego y una definición inequívoca de su condición en el conflicto armado que desangra a nuestro país. Porque ante el descubrimiento de Receptor abierto, no queda claro si es aliado o enemigo.


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