In the space of just a few weeks, two American diplomatic headquarters in China have opened their doors to two Chinese citizens who looked for protection, temporarily hosted them and later returned them to the street. The first case of the Chongqing police chief, Wang Lijun, had triggered an authentic political earthquake of incalculable consequences right in the epicenter of the succession process of leadership, with the fall of Bo Xilai and the general discredit that led to the revelation of crimes and corruption. The current case of the blind lawyer, Chen Guangcheng, a grass-roots activist defending civil rights against abuse by local authorities in a rural region of Shangdong, reveals the extent to which a particular decision regarding a precarious and damaging subject can put Chinese-American relations on the spot. The escape has occurred within a context that is critical for everyone concerned. This is a confusing, ambiguous development, in that the American authorities seem to move between cynicism and ingenuity.
Lawyer Chen’s escape reveals the extent to which the economic and geo-strategic agenda that underpins Chinese-American relations goes unnoticed in the face of controversial issues such as human rights. Members of the United States government, Hillary Clinton and Timothy Geithner, went to Beijing to talk to their Chinese counterparts about major issues such as the North Korean nuclear threat and the strategic economic dialogue. But upon arriving they found an unexpected guest in their own embassy: a humble, blind lawyer with a leg fractured from trying to escape from the house where he had been held for two years without any charges. Lawyer Chen’s case has caused internal repercussions (possibly representing the excuse needed by Hu Jintao and Wen Jiabao to transfer power to Bo Xilai’s main supporter in the Politburo, the security officer Zhou Yangkang) but it also has obvious international repercussions. That is to say, it reveals what American and European authorities tend to ignore or, at best, resolve with big empty words: In China, management of “social stability” carries the high price of violation of rights and freedom.
The fact that more than 30 Tibetan monks have been martyred in recent months can easily be separated from the official agenda. But lawyer Chen has put himself in the center spotlight at the peak of the summit. For both the Chinese authorities (who talk a lot lately about political reforms) and the Obama administration (which has elections just around the corner), an excellent opportunity is presented in which to begin resolving issues in a different way. It all began in Tunisia with the immolation of a street vendor; sometimes small gestures have repercussions that are hard to predict. If something should happen to lawyer Chen, many will have much to lose.
Manel Ollé is the coordinator of Chinese Studies masters program at Pompeu Fabra University.
En apenas pocas semanas dos sedes diplomáticas norteamericanas en China han abierto sus puertas, han acogido provisionalmente y posteriormente devuelto a la calle a dos ciudadanos chinos que buscaban en ellas protección. El primer caso del superpolicía de Chongqing, Wang Lijun, ha desencadenado un auténtico terremoto político de consecuencias todavía incalculables justo en el epicentro del proceso sucesorio en el liderazgo, con la caída de Bo Xilai y el descrédito general que han provocado las revelaciones de crímenes y corruptelas. El caso actual del abogado ciego Chen Guangcheng, activista de base en defensa de derechos civiles ante abusos de las autoridades locales de una región rural de Shandong, revela hasta qué punto lo que parece ser una decisión singular de un sujeto precario y maltratado puede llegar a poner en un brete a las relaciones chino-americanas. Esta huida se produce en un contexto crítico para unos y otros. Está teniendo un desarrollo confuso y ambiguo, en el que las autoridades norteamericanas parecen moverse entre el cinismo y la ingenuidad.
La huida del abogado Chen pone de relieve hasta qué punto la agenda económica y geoestratégica que sustenta las relaciones chino-americanas pasa de largo ante temas espinosos como los derechos humanos. Los miembros del Gobierno de Estados Unidos Hillary Clinton y Timothy Geither han acudido a Pekín para hablar con sus homólogos chinos de grandes temas: de la amenaza nuclear norcoreana y del diálogo económico estratégico, pero al llegar se han encontrado en su propia Embajada con un huésped inesperado: un humilde abogado ciego y con la pierna fracturada al intentar escapar de la casa en la que se le retiene desde hace dos años sin cargo alguno. El caso del abogado Chen presenta repercusiones internas (puede representar la excusa que les faltaba a Hu Jintao y Wen Jiabao para desplazar del poder al principal apoyo de Bo Xilai en el Politburó: el responsable de seguridad Zhou Yangkang) pero tiene también una evidente repercussion internacional. Es decir, pone de manifiesto algo que las autoridades nortamericanas y europeas tienden a obviar o, a lo sumo, a resolver con grandes palabras vacías: en China la gestión de la “estabilidad social” presenta el alto precio de la conculcación de derechos y libertades.
Que se hayan inmolado en los últimos meses más de 30 monjes tibetanos en protesta desesperada puede fácilmente apartarse de la agenda oficial. Pero el abogado Chen se ha plantado en medio de los focos del escenario en plena cumbre del más alto nivel. Tanto para las autoridades chinas (que tanto hablan últimamente de reformas políticas), como para la Administración Obama (que tiene las elecciones a la vuelta de la esquina), se presenta una excelente ocasión de empezar a resolver las cosas de un modo distinto. Todo empezó en Túnez con la inmolación de un vendedor ambulante: gestos mínimos tienen a veces repercusiones de difícil predicción. Si algo le pasara al abogado Chen, unos y otros tienen mucho que perder.
Manel Ollé es coordinador del máster de estudios chinos de la Universidad Pompeu Fabra.
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