Hydraulic Fracking: Illusion or Financial Bubble?

Published in La Jornada
(Mexico) on 13 August 2014
by Alejandro Nadal (link to originallink to original)
Translated from by Patricia OConnor. Edited by Helaine Schweitzer.
For years, extracting gas and oil from shale has been presented as a U.S. energy sector success. Gas and petroleum agencies such as the Department of Energy have disseminated estimates on the size of existing reserves — estimates that make us think that the U.S. will be energy independent within the coming decades. Much of this information is based more on conjecture than on hard data.

The hubbub is reaching Mexico. As part of the misnamed energy reform, the door has been opened for this type of extraction and its trail of negative implications. At this point, the betrayal by the energy sector is clear. The introduction of hydraulic fracking will be accompanied by grave environmental and economic damages. Clearly, the future of shale oil products in the U.S. and the damaging extractive technology will be determinative for this type of energy exploitation in Mexico.

The rhetoric about the supposed energy independence in the United States is accompanied by publicity about its positive impact on economic development. However, long-term regional and local development and the creation of durable jobs are unrelated to the use of hydraulic fracturing for gas and oil extraction. It now seems that fracking is not even a viable financial option in the short and medium term.

The reason is that gas wells generally mature very quickly. The window between the start of activity and the height of production only lasts for a few years, and then productivity declines very quickly. Given the short life of each well, the benefits are short-lived. In order to sustain stable levels of production, the number of working gas wells must constantly be multiplied, creating a vicious circle.

This process has given rise to a new business model in the United States. Eight years ago, the lobby representing the gas and oil companies launched an enormous public relations campaign to promote fracking as an excellent business venture. The objective of the campaign was to consolidate the support of regulators and Wall Street investors. The exuberance with which financial markets reacted to the possibilities of exploiting these unconventional hydrocarbons is not much different from the exuberance behind the 2008 global financial crisis.

Many of the financial practices that drove the 2008 crisis are being applied to the development of fracking markets. In some cases, investments are surrounded by operations that are not even reflected in the financial statements of the firms. Some structured instruments and schemes to attract more investors (for example, through high returns) are similar to the ingenious structured investment schemes through which investment banks and their secondary market operators pushed the approval and sale of subprime mortgages before the crisis. It goes without saying that the opaqueness of such operations is fertile ground for creating a frenzy among innocent investors, which creates a situation of overinvestment.

The gas industry has already had its first wake-up call. The excess in established capacity caused gas prices to plummet in 2012. The selling prices fell below the operating costs for many of the companies that produce gas. Some of the firms diversified their production, moving into oil fields that were rich in liquefied natural gas. But that maneuver only led to a collapse in the prices of those products. Other companies desperately tried to cushion the blow from the fall in prices through consolidations, mergers and new acquisitions. Banks and intermediaries on Wall Street received copious earnings by charging commission on the transactions.

The fall in the price of natural gas and associated products in the petrochemical industry forced asset depreciation among many large operators, including Chesapeake Energy. The process began in 2011, when the USGS [U.S. Geological Survey] published its downward estimates on the level of reserves in shale oil fields, including the two largest — Marcellus and Eagle Ford. Fundamentally important is the fact that financial agents promoted an excessive growth in drilling and then benefited handsomely from the energy revolution — making it seem like a new Ponzi scheme.

The result of all this is not the energy independence of the United States. In addition to slowing the transition toward an energy profile that boasts less dependence on fossil fuels, the explosion of shale oil hydrocarbons will provoke a repetition of the crisis experienced by technology firms in the 1990s — but with even greater environmental and economic repercussions.

The fracking bubble will reach Mexico through the perverse delivery of natural resources to the transnational corporations.


Fractura hidráulica: ¿espejismo o burbuja financiera?

Alejandro Nadal

La extracción de gas y petróleo de esquistos ha sido presentada desde hace años como una historia de éxito para el sector energético de Estados Unidos. Las compañías de petróleo y gas, así como el Departamento de Energía, han divulgado estimaciones sobre las reservas existentes que llevarían a pensar en la independencia energética de Estados Unidos para las próximas décadas. Muchos de estos datos están basados en conjeturas más que en datos duros.

El ruido se extiende a México: con la mal llamada reforma energética se abre la puerta a este tipo de explotación y su cauda de implicaciones negativas. Desde ahora se puede anunciar que la traición en el sector energético, la introducción de la explotación por fractura hidráulica se acompañará de graves daños ambientales y económicos. Lo cierto es que el futuro de los hidrocarburos de esquistos en Estados Unidos y de su nociva tecnología de extracción será determinante para ese tipo de explotación en México.

La retórica sobre una supuesta independencia energética en Estados Unidos se acompaña de una publicidad sobre sus efectos positivos en el desarrollo económico. Pero la extracción por fractura hidráulica de petróleo y gas no tiene nada que ver con el desarrollo a largo plazo de la economía regional o local, ni con la creación de empleos duraderos. Ahora parece que ni siquiera puede asegurar su viabilidad financiera en el corto y mediano plazo.

La razón es que el tiempo de maduración típico de un pozo es muy corto: entre el arranque de actividades y el pico del nivel de extracción pasan unos cuantos años y la declinación comienza muy rápidamente. Dada la corta vida de cada pozo los beneficios son de corta duración. Para mantener niveles de producción estable, se necesita multiplicar el número de pozos, lo que conduce a un círculo vicioso.

Todo esto ha dado pie a un nuevomodelo de negocios en Estados Unidos. El lobby de compañías petroleras y gaseras lanzó desde hace ocho años una descomunal campaña de relaciones públicas para promover el fracking como una excelente aventura de negocios. El objetivo central era consolidar el apoyo de las calificadoras y los bancos de inversión en Wall Street. La exuberancia provocada en los mercados financieros por las perspectivas que anunciaba la explotación de estos hidrocarburos no convencionales no es muy diferente de la que condujo a la crisis financiera global en 2008.

Muchas de las prácticas financieras que condujeron a la crisis de 2008 se han estado utilizando en el desarrollo del mercado de explotación de fractura hidráulica. En algunos casos las inversiones están rodeadas de operaciones que no se ven reflejadas en los estados contables de las empresas. Algunos instrumentos estructurados y esquemas para atraer un número mayor de inversionistas (por ejemplo, a través de esquemas volumétricos de pagos) hacen recordar los ‘ingeniosos’ vehículos de inversión estructurada con los que los bancos de inversión y sus operadores en mercados secundarios impulsaron la concesión y ventas de hipotecas chatarra antes de la crisis. Sobra decir que la opacidad de estas operaciones es terreno fértil para animar el frenesí de los inversionistas incautos y conduce necesariamente a la sobre-inversión.

La industria ya tuvo un primer llamado de atención. El exceso de capacidad instalada provocó un desplome de precios de gas en 2012. Para muchas de las empresas productoras los precios se situaron por debajo de los costos de operación. Algunas diversificaron su producción hacia yacimientos ricos en los llamados líquidos de gas natural, pero esta medida sólo indujo el desplome en los precios de estos productos. Otras empresas buscaron desesperadamente amortiguar los impactos de la caída en precios a través de consolidaciones, fusiones y nuevas adquisiciones. Los bancos e intermediarios en Wall Street obtuvieron pingües ganancias al cobrar comisiones sobre estas transacciones.

La caída en los precios de gas natural y de sus asociados para la industria petroquímica condujo necesariamente a la depreciación de activos de muchas de las grandes operadoras, entre ellas Chesapeake Energy. Este proceso se había iniciado en 2011 al publicar el USGS sus estimaciones a la baja sobre las reservas en los campos de esquistos, incluyendo los más importantes (Marcellus e Eagle Ford). Pero lo fundamental es que los agentes financieros promovieron el crecimiento desmedido de la perforación y se han beneficiado con esta revolución energética que se parece más a una nueva pirámide Ponzi.

El resultado de todo esto no será la independencia energética de Estados Unidos. Además de retrasar la transición a un perfil energético de menor intensidad en combustibles fósiles, la explotación de hidrocarburos de esquistos conducirá a una reedición de la crisis de las empresas de alta tecnología de los años noventa, sólo que con mayores repercusiones ambientales y económicas.

La burbuja fracturada llegará a México con la entrega perversa de los recursos naturales a las empresas transnacionales.

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