Colombia’s ex-President Alvaro Uribe Velez describes in his book “There Is No Lost Cause,” in the chapter titled “Confidence,” the chaotic and highly critical situation his country has been in since Aug. 7, 2002, when he assumed the presidency. “…The RAFC [Revolutionary Armed Forces of Colombia] launched at least 14 mortars in the center of Bogota, in an attempt to alter or force the cancellation of the presidential ceremony.” Three weeks later, the ministry of finance indicated, “We are ruined and have no money to pay the soldiers after October.”
It was estimated that when Alvaro Uribe was elected by 53 percent of the vote in the first round of elections in May of that year, the authorities did not have control over 30 percent of the national territory heavily influenced by the ideologically Marxist RAFC, as with the right-oriented paramilitary groups in different regions of the country, but all of them largely linked to powerful and extensive drug trafficking networks.
From the U.S. point of view, Colombia was, under the circumstances, becoming a serious threat not only to the stability of the Andes region, but also to its own national security. It was during the final stages of Democratic President Bill Clinton’s second term (1997-2001) when the first emergency assistance plan was created in place of the previously dominant Plan Colombia , the approval of which by the U.S. Congress represented in its initial phases a $700 million expenditure. Democratic Senator Joe Biden, Jr., who today occupies the office of vice president of the United States, contributed to the plan in an important way from within Congress. The Colombian ambassador in Washington, D.C., Luis Alberto Moreno (1998-2005), effectively contributed to this initiative gaining bipartisan support using his capability, talent and experience. The bill’s successful passing in Washington, D.C. solidified the necessary support for him to later be president-elect of the Inter-American Development Bank in 2005, continuing to date.
President Uribe (2002-2006, 2006-2010) successfully made a difference in Colombia and changed the dark outlook with defined leadership and unbreakable political will, along with unwavering support from the U.S. through Plan Colombia, which of course had variations and accommodations built in that aligned with Colombia’s own strategy.
However, a new phenomenon is emerging where we Guatemalans generally have not wanted to recognize, much less accept, that promoting reform and systematic changes is necessary. The situation in Guatemala, along with El Salvador and Honduras, has become a threat that seriously worries the White House due to vulnerability and risks to U.S. security. The serious humanitarian crisis of unaccompanied minors who last summer arrived at the U.S. southern border, overflowing the capacity of border security forces and normal attention given to irregular immigrants, showed the urgency required to address these three countries’ problems and challenges, particularly those in Guatemala.
Based on that, projects and initiatives are being discussed that could be incorporated into the aforementioned Central American plan, inspired by Plan Colombia and referred to as such by the vice president of the United States in his article published in The New York Times this past Jan. 29. Even so, it seemed that some of the official Guatemalan representatives at varying levels are not up to the task, government authorities assume unclear positions — one example is the International Commission Against Impunity in Guatemala — and political leaders are immersed in an electoral campaign that awakens neither interest nor confidence. Maybe Guatemala hasn’t bottomed out yet.
Colombia tocó fondo
Guatemala se ha convertido junto a El Salvador y Honduras en una amenaza que preocupa seriamente a la Casa Blanca.
Álvaro Uribe Vélez, expresidente de Colombia, describió de forma testimonial en su libro No hay causa perdida, en el capítulo titulado Confianza, la situación caótica y profundamente crítica de su país a partir del día 7 de agosto de 2002 al tomar posesión de la Presidencia de la República. “…las FARC lanzaron al menos catorce proyectiles de mortero en el centro de Bogotá, en un intento por alterar o forzar la cancelación de la ceremonia presidencial”. Tres semanas después su ministro de Hacienda (Finanzas) le indica “estamos arruinados y no tenemos dinero para pagarle a los soldados después de octubre”.
Se estimaba que cuando Álvaro Uribe fue electo por el 53 por ciento de las votaciones en la primera vuelta electoral en mayo de ese año, las autoridades no tenía control de un 30 por ciento del territorio nacional que estaba influido tanto por las Fuerzas Armadas Rebeldes de Colombia (FARC), de concepción ideológica marxista, como de grupos paramilitares de orientación derechista en diferentes regiones del país, pero todos en buena medida vinculados a poderosas y extendidas redes del narcotráfico.
Colombia, a la vista de los Estados Unidos de América, se estaba convirtiendo en aquellas circunstancias en una amenaza seria no solo para la estabilidad de la región de los Andes sino para su propia seguridad nacional. Fue en las postrimerías de la segunda administración del presidente demócrata Bill Clinton (1997-2001) que se elabora el primer diseño de ayuda de emergencia en lo que se denominó posteriormente el Plan Colombia, y cuya aprobación en el Congreso de los Estados Unidos representó en su fase inicial un desembolso de US$700 millones. En ello contribuyó de manera muy importante el senador demócrata Joseph R. Biden Jr. desde el Congreso, quien hoy ejerce la vicepresidencia de los Estados Unidos, y el embajador de Colombia en Washington D.C., Luis Alberto Moreno (1998-2005), quien por su capacidad, talento y experiencia contribuyó con efectividad para que esta iniciativa tuviera un apoyo bipartidista. El éxito de su gestión en Washington D.C. le valió el apoyo necesario para luego ser electo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en el 2005, y cuyo período continúa a la fecha.
El presidente Uribe (2002-2006), (2006-2010) logró con éxito hacer la diferencia en Colombia y cambiar las perspectivas sombrías con un liderazgo definido y una voluntad política inquebrantable, con el apoyo sin ambigüedades de los Estados Unidos a través del Plan Colombia, que tuvo por supuesto en su desarrollo sus variantes y acomodos alineados a la estrategia propia de Colombia.
Ahora bien, surge un fenómeno que los guatemaltecos en términos generales no hemos querido reconocer en su dimensión real y menos aceptar que hay que promover reformas y cambios sistémicos. La situación de Guatemala se ha convertido junto a la de El Salvador y Honduras en una amenaza que preocupa seriamente a la Casa Blanca, por la vulnerabilidad y riesgos a la seguridad de los Estados Unidos. La grave crisis humanitaria de niños no acompañados que en el verano pasado llegaron a la frontera sur de los Estados Unidos, desbordando las capacidades de seguridad fronteriza y de atención normal a los migrantes irregulares, puso en evidencia la urgencia de atender los problemas y desafíos de estos tres países, particularmente los de Guatemala.
En función de ello, se están discutiendo iniciativas y proyectos que podrían incorporarse en el denominado Plan Centroamérica, inspirado en el Plan Colombia y mencionado así por el vicepresidente de los Estados Unidos, Joseph R. Biden Jr., en su artículo publicado en el diario New York Times el 29 de enero pasado. No obstante, pareciera que algunos de los interlocutores oficiales de Guatemala a diferentes niveles no están a la altura de las circunstancias, las autoridades de Gobierno asumen posiciones ambiguas (ejemplo la situación de la CICIG en Guatemala,) y los líderes políticos están sumidos en una campaña electoral que no despierta ni interés ni confianza. Quizás Guatemala aún no ha tocado fondo.
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