The lack of action by the White House adds to the already limited capacity of a health care system based on private insurance and absence of social protection measures.
The $2 billion stimulus plan passed by the Senate, historic in scope, is undoubtedly a positive step toward addressing the economic paralysis facing the country because of COVID-19. Yet it fails to mask the vulnerability of a health and social protection system that is so poor, that according to the World Health Organization, it could turn the superpower into the worst affected region in the pandemic.
Neither warnings from different agencies nor analyses released by the media have been enough to quash the arrogance with which Donald Trump has faced the problem, until just a few days ago. For weeks, while alarm bells were increasing all over Europe, the White House remained impassive, allowing the disease to progress to the point of the current worrisome reality. Statistics showing the spread are skyrocketing, and New York City is one step away from disaster.
Since he became president, Trump has demonstrated an inability to accept reality, pay attention to the experts, or listen to the scientific community. This pandemic has been no exception. The extremely limited response capacity of a health care system based on private insurance, which leaves tens of millions of people without coverage, is well known, as is the U.S. labor market’s almost complete lack of protection. But presidential demagoguery dodged these facts, until the reality of an unstoppable increase in contagion and an inadequate response mechanism set in, all of which scientists had predicted.
Trump still insists today that the solution, i.e., the economic cost of confining the population and limiting activity to essential services, could be worse than the disease. It’s an opinion formed with the same casual attitude that has characterized his leadership, to the delight of a part of his base, which, in this case, reveals a lack of sensitivity for victims and their families. This is a morally indefensible declaration of principles, given that the scope of this pandemic is becoming clearer each day and the fact that deaths in the United States could exceed all expectations.
Preocupación máxima en Estados Unidos
La inacción de la Casa Blanca se suma a la limitada capacidad de un sistema sanitario basado en seguros privados y a la desprotección social
El plan de ayuda –histórico en su envergadura– de dos billones de dólares aprobado por el Senado de Estados Unidos es sin duda una acción positiva para hacer frente a la parálisis económica que afronta el país por el coronavirus, pero no encubre la vulnerabilidad de un sistema sanitario y de protección social tan deficiente que, según la OMS, puede convertir a la superpotencia en el territorio más afectado por la pandemia. Ni las advertencias de diferentes foros ni los análisis difundidos por los medios lograron vencer la suficiencia con la que Donald Trump afrontó el problema hasta hace muy pocos días. Durante semanas, mientras en Europa se multiplicaban las señales de alarma, la Casa Blanca se mantuvo impasible y dio tiempo a que la enfermedad progresara hasta la preocupante realidad de hoy, con las estadísticas de contagio disparadas y la ciudad de Nueva York a un paso del desastre.
Desde que llegó a la presidencia, Trump ha mostrado una incapacidad manifiesta para aceptar la realidad, prestar atención a los expertos y escuchar a la comunidad científica. La pandemia no ha sido una excepción. Es de sobra conocida la limitadísima capacidad de respuesta de una sanidad basada en seguros privados, que deja sin cobertura alguna a decenas de millones de personas, y es igualmente conocida la desprotección casi generalizada que impera en el mercado laboral estadounidense. Pero la demagogia presidencial ha soslayado esos datos hasta que se ha impuesto la realidad de un auge imparable de los contagios y de un mecanismo de respuesta inadecuado, todo pronosticado por los científicos.
Aún hoy insiste Trump en que el remedio –el coste económico de confinar a la población y limitar la actividad a los sectores imprescindibles– puede ser peor que la enfermedad. Una opinión tomada con la misma ligereza que otras muchas que pespuntean su mandato, entusiasman a parte de su electorado y, en este caso, revelan su falta de tacto para guardar el respeto debido a las víctimas y a sus familias. Una declaración de principios moralmente indefendible cuando el alcance de la pandemia se concreta cada día en un parte de muertes que en Estados Unidos puede sobrepasar toda previsión.
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