Obama on Top

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Nunca antes el Partido Demócrata se había desgarrado tanto como durante esta campaña sin cuartel entre Barack Obama y Hillary Rodham Clinton. Más de cinco meses de primarias y millones de dólares gastados han sido necesarios para que Obama haya alcanzado la cifra de delegados (2.154) que matemáticamente le otorga la designación de candidato de su partido a la presidencia de Estados Unidos. Obama deberá esperar hasta finales de agosto para que la convención demócrata de Denver (Colorado) le proclame y se convierta así en el primer afroamericano que logra esa candidatura.

Pero antes de Denver quedan no pocas tareas. Es urgente que Clinton arroje por fin la toalla y se retire, y que Obama se afane por cerrar heridas y conseguir la unidad del partido si verdaderamente pretende vencer al senador John McCain, el aspirante del Partido Republicano, el próximo 4 de noviembre. Todo lo que no sea así irá en su contra y en ello tendrá una gran responsabilidad Hillary.

Ella es la gran derrotada de esta durísima pelea: por su comportamiento arrogante, insistiendo en su mayor experiencia y por la dependencia de su marido, Bill Clinton; pero también por la mala gestión de la campaña y el desconocimiento de las reglas de las primarias. Pero su cooperación es imprescindible para que el joven senador por Illinois conquiste la Casa Blanca. De entrada, porque la diferencia de delegados ha sido de apenas 200 y están prácticamente empatados en voto popular; y porque ha contado con el voto hispano, el femenino y el de los blancos de clase trabajadora y de edad avanzada. Y porque entre los Estados que le respaldaron están nada menos que California, Nueva York, Ohio, Tejas, Massachusetts y Florida.

Resta por saber si Obama ofrecerá a Clinton la vicepresidencia; los dos han insinuado en las últimas horas tal posibilidad. Pero ese dream ticket, ese tándem de ensueño, no está exento de riesgos y tal vez el aspirante demócrata se decante por bazas más seguras, como Joseph Bidden o Bill Richardson. No hay que olvidar que una gran proporción de los votantes de Obama no ocultan su hostilidad por Hillary (entre ellos, su esposa Michelle) y consideran que colocarla en el ticket contraviene el compromiso de cambio que predica este político, de 46 años, hijo de padre negro de origen keniano y de madre blanca americana, de impecable formación académica y escasa experiencia política. Sobre esto hace hincapié su rival, McCain que, si gana, entrará en la Casa Blanca con 72 años, tres más que los que tenía Reagan al llegar a la presidencia.

EE UU vive una revolución comparable a la del triunfo de Kennedy en 1960. Más de 35 millones de ciudadanos han ido a las urnas en las primarias demócratas, toda una marca, lo que revela la fuerte ansia de cambio. Obama, con su brillante retórica y su afán por encarnar el sueño de la reconciliación racial, puede ganar. Pero a veces no basta la palabra. De aquí a noviembre deberá ser más explícito en su programa.

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