El anuncio de un plan de salvamento del sector bancario estadounidense que llevó ayer a las Bolsas a una favorable efervescencia y reactivó la esperanza
de poder conjurar la crisis financiera más profunda de los últimos decenios contagió también al Ibex 35, que registró su mayor subida desde 1991. Pero
la acusada volatilidad de los mercados no permite asegurar ni que la recuperación bursátil sea duradera, ni que se haya encontrado una salida definitiva
para la crisis económica. La febril jornada vivida en los parqués mundiales confirmó que el conjunto de actuaciones intervencionistas promovidas por la
Administración Bush, en un intento de aminorar el impacto de los llamados ‘activos tóxicos’ en los balances de los bancos que están en el origen de las
persistentes turbulencias financieras, ha sido mejor acogida por los mercados que la inyección de 180.000 millones de dólares concertada por la Reserva
Federal, el BCE y otros grandes bancos centrales. Lo que subraya la paradoja de que sea la implicación directa y comprometida de los poderes públicos la
única respuesta capaz de serenar el sistema.
Pero esta excepcional injerencia en las reglas del libre mercado, que en el caso de EE UU podría conducir a la nacionalización en la práctica de las multimillonarias
pérdidas generadas por las ‘hipotecas basura’, comporta peligros sustanciales que no se disipan ante la convicción de que la inacción resultaría aún más
perjudicial. Al impulsar una suerte de red de seguridad bajo las compañías inversoras, los mercados podrían imbuirse de la contraproducente impresión de
que es posible forzar al límite las prácticas económicas especulativas porque, en último término, la administración pública estaría dispuesta a hacerse
cargo de las consecuencias más gravosas. Para compensar ese riesgo moral no es suficiente con medidas puntuales como las restricciones impuestas a 800
compañías estadounidenses especializadas en ventas a la baja. Es precisa una rigurosa actuación de las autoridades monetarias que refuerce los mecanismos
de control bancarios y fuerce el saneamiento de unos balances cuyo deterioro exacto urge cuantificar, a fin de que los órganos reguladores puedan establecer
con fiabilidad la infiltración de la crisis. Sólo la garantía de un sector financiero más saneado y transparente en el futuro permitirá superar el desconcierto
y las reservas sociales que pueden suscitar tan insólitas operaciones de rescate.
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