El estilo Obama
La reunión del presidente electo de los EE.UU. con McCain refleja una nueva forma de hacer política que debería abrazarse
Como si no hubiera habido vencedores ni vencidos en las elecciones, el presidente electo de los Estados Unidos, Barack Obama, se reunió con su adversario, John McCain, y se mostró dispuesto a recibir su cooperación en el duro trance que significará enfrentar la crisis económica y otros retos. Fue un gesto sin precedente en la historia contemporánea, así como lo es la posibilidad de que el próximo gabinete esté integrado por miembros del Partido Republicano. No se trata de la llamada transversalidad que alentó Néstor Kirchner en su afán de pulverizar a la oposición, sino de una mano tendida en tiempos tan difíciles que la especulación política no tiene asidero en un sistema democrático mucho más fuerte y asimilado que el argentino.
Obviamente, Obama se propone “una nueva era de reformas” y necesitará el respaldo de la oposición republicana en el Capitolio. Si un senador experimentado como McCain hubiera percibido en la convocatoria del presidente electo medio gramo de interés en perjudicarlo, no habría dudado en rechazar la invitación. La aceptó porque, como sucedió el mismo día de las elecciones, primaron el respeto mutuo y el deseo generoso de contar uno con el otro, algo que, lamentablemente, tampoco parece ser usual en estas latitudes.
Sin mezquindad, Obama valoró durante la campaña las enseñanzas recibidas de varios senadores republicanos, como Richard Lugar, de los cuales, dijo, aprendió más que con los demócratas sobre política exterior. Su meta inmediata, no obstante, no será sólo recomponer la degradada imagen de los Estados Unidos en el mundo, sino, más que todo, restaurar la confianza de los ciudadanos de su propio país en el gobierno. En su gabinete estará Robert Gates, actual secretario de Defensa, una señal de la apertura que tendrá hacia la oposición.
Demócratas y republicanos no piensan igual sobre determinados temas, pero tampoco abrevan en políticas coyunturales que sólo sirven para salir del paso. Las hay, desde luego, como el rescate de los bancos en apuros aprobado por la Cámara de Representantes. El pacto alcanzado con McCain, apartado de la política tradicional, refiere una preocupación compartida por restaurar la eficacia del gobierno, más allá de las penosas circunstancias en las cuales quedará el país después de los ocho años de gobierno de George W. Bush.
Obama necesitará el voto de los republicanos para aprobar proyectos de gran importancia para su gobierno, como el anunciado cierre de la prisión de Guantánamo, la derogación de las leyes que autorizan la tortura, la redistribución en Afganistán de las tropas que regresen de Irak y el ajuste de las normas para combatir el cambio climático.
McCain merecía un gesto de esta magnitud, no sólo por ser quizás el último candidato presidencial de la generación de héroes de Vietnam, sino por haber sido realista durante la campaña y haber aceptado el veredicto popular con un espíritu amplio en el cual hizo prevalecer el amor a su país antes que nada. La disposición a trabajar en conjunto con Obama demuestra la importancia de invertir en consolidar el sistema democrático en lugar de insistir meramente en afianzar la democracia electoral.
Eso sucede en la Argentina y otros países de América latina en los cuales se vive en campaña permanente, como si no hubiera otra cosa que hacer. Después, como ha ocurrido durante el conflicto con el campo por las retenciones, aquellos que ocupan bancas en el Congreso o cargos ejecutivos desafían a quienes les llevan la contraria con presentarse en las urnas para ver si sus voces se traducen en votos. Es tan primaria y elemental esa respuesta como inferir que, en la República, sólo valen aquellos que son elegidos, incluso en listas sábanas compuestas por ilustres desconocidos designados a dedo.
Es bueno no sólo tomar como ejemplo la convocatoria de Obama a McCain, sino, como suele ocurrir en los debates presidenciales de los Estados Unidos, España o Francia, sentir que la envidia puede ser un disparador más fuerte que la mera observación.
Si el político con mayor predicamento, carisma e imagen positiva del mundo tiende la mano a su rival con humildad, ¿por qué no pueden hacerlo otros? De tanto actuar en solitario, muchos creen más en los votos que en la gente y, de tanto invertir en la coyuntura, olvidan su obligación de honrar la investidura presidencial y velar por las futuras generaciones. La reunión de Obama con McCain debe ser vista como una nueva forma de hacer política que hasta los más reacios deberían abrazar, ya sea por convicción, por conveniencia o, incluso, por supervivencia.
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